Había otra vez, en el mismo lugar, la misma dama, los mismos deseos, la misma ausencia, y la misma enorme distancia atrevida, que se empecinaba en molestar e interferir entre esta bella dama, y los hermosos ojos marrones de su Egipcio; la egoísta distancia anidaba silenciosamente, dejando desespero y humedad en sus ojos, aún a sabiendas que su distancia fortalecía cada momento sus almas. Fin. (yacafi)