Extranjera

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Ya el año pasado cursé esta mierda de materia, el motivo por el cual la considero así es exactamente por el hecho de volver a estar aquí para recursar, no es que reprobé por no saber nada, simplemente la consideré inútil y sería mucho decir que entré a más de tres clases, así que aquí me encuentro de nuevo, conozco bien el discurso de bienvenida, la presentación tanto del programa como de los nuevos alumnos y toda la rutina.

Vuelvo al hecho de que mi amiga está sentada al lado de una chica demasiado linda e interesante. El miedo a que le haya echado el ojo me invade.

Saco rápidamente mi celular y le escribo.

- ¿Quién es ella? ¿Por qué estás ahí?

- No tengo idea. - responde inmediatamente. Supongo que eso vale por las dos preguntas.

Decido esperar, pero conociendo a mi sexy profesora, la hora de conocer a los demás va a demorar, así que me dirijo a sacar un cuaderno marrón de mi mochila. En su portada puede verse solo mi nombre y un número 13, pero sonrío ya que al abrirlo me encuentro con decenas de pentagramas, letras de canciones o simples bocetos, pensamientos plasmados en papel que obtengo en mis incontables ratos de soledad. Este cuaderno no es más que una prueba de mi TDAH (déficit de atención). O al menos así lo cree el psicólogo de la escuela, eso fue lo que juzgó en la única sesión que estuve, si es que así se le puede llamar a una consulta en la que habló más el doctor que el trastornado. Lo recuerdo como si me lo estuviera susurrando en ese mismo instante.

-Señor Díaz, padece de un serio problema de déficit de atención, es mi explicación científica para su comportamiento.

-¿Y según usted, cuál es ese comportamiento?-recuerdo haber dicho con voz aburrida.

-Como usted bien sabe, su reputación es conocida por todo el personal docente de su carrera y podría asegurar que por más de la mitad del alumnado. Respecto a su afán por convertirse siempre en la cabeza de la anarquía, su obsesión con romper las reglas y de llevar siempre la contraria con la autoridad.

La plática llegó a un gran nivel de profundidad, a tal punto que el psicólogo que llamaba Polo, al parecer ese era su apellido, estuvo a punto de hablarme de los trastornos de otros pacientes.

-No se me permite hablar de los problemas de otros pacientes y mucho menos con otro alumno-me había asegurado-pero créame que inclusive su fama entre las chicas es conocido. Dígame, el hecho de no haber conocido a su madre, ¿podría ser causa de su actitud? O acaso, el no querer verlas al otro día, ¿es por vergüenza? ¿No tiene valor para verlas a la cara después de recapacitar en lo que hizo horas antes? ¿Cree en verdad estar siendo feliz con su estilo de vida?

Y exageradamente podría asegurar que más de cincuenta preguntas hizo y ninguna respondí, incluso llegó el punto en el que me harté y salí, ni siquiera enfadado, seguía firme, no había dado ninguna explicación a nadie, ese era yo; un libro completamente cerrado.

Mis pensamientos son interrumpidos cuando comienza la clásica presentación en donde decimos nuestros nombres y qué nos apasiona. Sin darme cuenta, estoy tamborileando el pupitre y no presto atención a la mayoría de las personas que hablan, solo quiero escuchar a esa chica que está junto a mi mejor amiga. Cuando por fin llega su turno no es su voz lo que acaba conmigo, es el extrañamente seductor acento lo que me hace sentir una descarga por todo mi cuerpo. La razón llega al instante, viene de Francia. Para ser una extranjera parece que domina el español. Observo la escena con atención y no puedo evitar soltar una carcajada cuando la profesora le intenta hablar como si de un bebé se tratase, lo cual hace que Léa pierda la paciencia y salga del aula sin más. Pienso que su nombre es terriblemente sencillo para una chica tan complicada, pero inclusive su apellido le va perfecto. Léa Cavellec repito en mi mente y tengo la seguridad de que este nombre durará un buen tiempo en mis pensamientos.

Tras acabar con mi presentación y la de todas esas personas nuevas que el día de mañana no recordaré ni sus rostros, me planteo una idea. Al parecer esta misteriosa francesa no es una chica que precisamente guste de seguir las reglas, sé que probablemente lo que está pasando por mi cabeza no sea buena idea ni para mí, ni para la extranjera de ojos verdes. Pero a la mierda, al parecer si tengo un pensamiento antes de cometer idioteces pero siempre es el impulso el que gana y entonces cometo mis jodidas decisiones.

Posiblemente me equivoque, pero puedo asegurar haber visto un deseo incontratable de salir de aquí en Léa, además claro del hecho de haber salido literalmente del salón. Así que voy en busca de ella y sé muy bien quien me ayudará a recuperar mis llaves.    

Saudades desde BrasilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora