V (Editado)

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Capítulo V

Caroline podía jurar que conocía a Michael de otro lugar.

Aquello no tenía sentido. Tenía una nueva vida en la universidad de Ciudad del Cabo. Una vida que no involucraba accidentes automovilísticos o vacíos de tiempo. Había anhelado por mucho tiempo la vida a donde nadie la conociera y pudiera construirse una reputación no basada en sus experiencias.

Pero algo en Michael la hacía creer que conocía todos sus secretos. Incluso los que ella no conocía aún.

Volviendo a su apartamento durante la tarde, cubierta del bullicio de la calle y las personas gritándose los unos a los otros, amándose los unos a los otros, rebotó en Caroline un pensamiento tras otro ¿Por qué Ciudad del Cabo ¿Por qué existían los ojos grises? ¿Acaso volvería a ver a Michael, el extraño con el cual había chocado de dos cuadras de su tienda de café favorita?

La respuesta era no, pero ¿A cuál pregunta? Daba igual, porque...

Caroline dormía.

Era invierno y se revolcaba en sus sabanas para buscar calor, pero en sus sueños imágenes cruzaban de manera fugaz. Jamás tenía pesadillas, lo cual no podía explicarse, porque todos los que conocía tenían pesadillas al menos una vez al año. Ella no. Nunca, ni una sola vez en los últimos años. Su mamá le había dicho que la última vez que había tenido pesadillas era cuando era una adolescente, 16 años, poco después de su accidente de auto. En ese entonces, no solo había sufrido de pesadillas, sino de todo un trastorno de sueño tras otro, hasta que finalmente, un día... Se curó. No había vuelto a soñar mal. Y cómo no tenía una explicación, a veces le gustaba pensar que tenía alguna clase de protección angelical.

Caroline fantaseaba mucho.

En su mente, soñaba con hadas, duendes y finales felices, finales imposibles. Con ángeles que protegían a todos sus seres queridos y amores que duraban para toda la vida. Cada idea, más imposible que la anterior, y Caroline lo sabía, pero saberlo no la detenía de cruzar sus piernas sobre la cama y escribir en su computador las historias que se le venían a la mente. Historias cortas que evolucionaban en casi novelas, en pequeños libros, en material tan hermoso que, de haberse atrevido a publicarlo, habría sido capaz de encontrar a un público apasionado e igual de idealista.

Una cosa que hay que saber de Caroline: Ella jamás se había enamorado. Al menos, no había sentido hasta la fecha mariposas en el estómago, o una necesidad primordial por ver a alguien, o las ganas de demostrar su afecto con palabras o actos. Tenía cierta inclinación por los que tuvieran ojos preciosos, ya fueran claros u oscuros, pero jamás se sentía tan emocionada al verlos acercarse, o decepcionada de verlos ir.

No había experimentado nada como lo de esa mañana, ese impulso de contarle a un extraño que la había hecho caer, todas sus pasiones y sus miedos.

Su mente viajó de nuevo a Michael, aquel bastardo estudiando ingeniería en su misma universidad. La había acompañado hasta su facultad y desaparecido como si él fuera el aire mismo. Intentó no pensar mucho en él, pero estaba fallando espectacularmente. Solo había sido muy amable con ella, eso era todo. No lo vería de nuevo a no ser que arrastrara su conciencia hasta la facultad de ingeniería y luego ¿Qué? ¿Qué le diría? "No te conozco, Michael, pero creo que deberías saber que tus ojos son los únicos que me han acelerado el pulso. A lo mejor, fuimos amantes en otra vida"

Qué ridícula podía ser a veces.

Continuó con su historia. Aún no sabía si era un libro o un intento fallido de libro. No le importaba. Si no escribía sus ideas, no la dejaban dormir.

Salió esa mañana a la universidad con dos cafés. Uno en cada mano. Pensó en darle el sobrante a una amiga o un profesor que fuera amable con ella. No era normal de ella hacer eso, pero sintió la necesidad ese día.

Ojos GrisesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora