Te apodé "fantasma"

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El domingo me levanté sonriendo, quería verte, y también quería aprender a montar a caballo. Me dijiste que a las 8 pasarías por mi al café donde trabajaba, para las 6 ya estaba despierta. Recuerdo no saber qué ponerme, y terminar vistiendo unos jeans y una remera de Batman de mi ex-novio, al cual odiaba, pero amaba esa remera. Me lave los dientes 4 veces, eso me relajaba. En la cocina rebusque por más barritas de cereales, de esas de durazno, pero me las había acabado.
Le mandé un mensaje a Susy, le dije que estaba aburrida. Me sentí mal al buscarla solo para que me divirtiera, pero supuse que para eso están las amigas. Quería distraerme, hacer pasar el tiempo. No pude dormir. Empecé un libro, llegué a la segunda hoja y lo deje donde estaba. Vi el reloj pasar. A las 7 y media estaba en el café, por suerte llegaste menos veinte. Me saludaste con un abrazo, tu pecho era realmente cómodo.
Nos fuimos en tren, y llegamos en unas horas a un pueblo que no conocía, de ahí hicimos dedo hasta otro lugar, y luego fuimos caminando. "Qué lindo día hace", me dijiste. "Hoy dieron lluvia", te respondí. Eso te hizo reir. Me gustaba ese sonido. Y a decir verdad, ya para aquel entonces, me gustabas tú. Te pregunté si solías llevar a desconocidas a tu chacra. Me dijiste que no, que seguramente nadie confiaría tan rápido en él como yo lo hice.
"Además, tu no eres una extraña. Tu eres Rain.".
"Que sepas mi nombre no hace que sea menos desconocida para tí".
"De hecho, es exactamente algo que hace que seas menos desconocida para mí"
"Como digas, Jake"
"Dime de otra manera"
"No quiero, me gusta Jake."
"Entonces a mí también me gusta"
Eso fue tonto, no dejaba de ser una desconocida para él, y no tenía que gustarle su nombre solo porque yo lo dijera. Empecé a irritarme. Pensé en un apodo para él y no se me ocurrió ninguno. Supongo que para crear un apodo necesita conocer características claves de una persona. Al final te terminé llamando fantasma, pues te gustaban esa clase de historias, realmente las disfrutabas. Cuando empezabas a contarlas se te formaba esa sonrisa, esa que hacías cuando hacías algo que te gustaba, o cuando alguien mencionaba algo lindo, o cuando escuchabas tu canción favorita, o veías esa película que tanto esperaste ver en el cine, o cuando te dije mi nombre. Supe lo de la historia de fantasmas ese mismo día, más al atardecer. luego de caerme de un caballo y de que hayas presentado a tus padres, que vivían allí.
La caída del caballo la recuerdo por tu reacción, no quisiste reirte pero no pudiste evitarlo, me dio ternura verte batallando contra ti mismo. También recuerdo bien al caballo, "Daisy". "Es de las más viejas", me contaste. Era una yegua, una yegua grande y dorada, que bonita era. Murió el día antes al último día de verano. Lloré mucho su pérdida.
Cuando me presentaste a tus padres lo que me llamó la atención fue el parecido tuyo con tu mamá. A tu padre no le agradé demasiado. No me importó.
La historia de fantasmas que contaste tenía lugar allí, en aquella chacra. Era de un matrimonio feliz, en el cual el marido, un día, llegó borracho desde el pueblo, y terminó asesinando a su esposa. El tema fantasmagórico entraba cuando la esposa volvía en forma de espectro, y con diversas manifestaciones volvía loco al marido, haciendo que este se suicidara. Tu madre te interrumpió diciendo que así no era la historia original, que realmente el fantasma de la mujer había vuelto para incendiar la casa, con su marido dentro. Yo creí que tu versión era más original, y te lo dije la próxima vez que te vi.
Ese día intentaste darme un beso, a las 7, pero no te lo permití. La verdad es que yo quería darte un beso, así que te lo dí, a las 8, en el tren. Te limitaste a sonreír.
"¿Los desconocidos se besan en los labios?", me preguntaste.
"No, supongo que no", te respondí.

"No, supongo que no", te respondí

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