Prólogo

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Julio 2013, en algún lugar de Caracas

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Julio 2013, en algún lugar de Caracas.

―¡Juan Josué, mírate! Estás guapísimo ―dice efusivamente.

Le sonrío a la señora de cincuenta y pico de años, que me mira con orgullo, de inmediato me abraza y me ofrece una cálida bienvenida.

―Gracias, Mery.

―¿Hoy es el gran día? ―cuestiona, yo asiento―. Entonces vamos, está en su habitación; no pierdas más tiempo.

Mery comienza a caminar por el largo pasillo y yo la sigo hasta la puerta número 25. Estoy algo nervioso, siempre que vengo a verla imagino los diferentes escenarios que pueden ocurrir.

―¿Algún cambio? ―pregunto.

―No, ninguno. Si me necesitas, ya sabes dónde encontrarme. ―Sonrío al escucharla.

Entro a la habitación y ahí está, sentada en una silla, observando por el gran ventanal. La miro por unos instantes, parece sumergida en sus pensamientos. Toco la puerta para no asustarla.

―¿Se puede? ―Se gira y frunce el ceño en un gesto de desagrado, le molesta mi presencia.

―No quiero tomar más pastillas.

―No te preocupes, Teresa; no soy doctor.

No le estoy mintiendo, aunque técnicamente eso ocurrirá hasta que me den el título, más específicamente en unas horas. Ladea un poco la cabeza y su gesto cambia en el momento en que nota que estoy vestido de traje, o tal vez, es porque ve la caja que traigo en la mano.

―Está bien, pase. ―Me siento en una silla cerca de ella y la miro.

―Quise venir para traerte un regalo. ―Le muestro la caja con dulces―. Un pajarito me dijo que te gustan mucho.

―¿Pajarito? Más bien será un loro chismoso. ―Me rio.

―Bueno, pajarito, loro, guacamaya; lo importante es que te traje un regalo, ¿lo aceptas?

―Las guacamayas son hermosas. ―Sonríe―. Sí, lo acepto.

Saco una tartaleta de fresa de la caja y los ojos le brillan, inmediatamente se la lleva a la boca, sonriendo. Sé cómo ganármela, en estos años he aprendido la forma de acercarme a ella. No puedo pedirle que me recuerde, no hay forma de hacerla comprender, pero lo que sí puedo es hacerla feliz; aunque sea por unas horas. Incluso, si luego de dos o tres días, ella ya no recuerda nada de esto. Ella ha olvidado quien soy yo, pero yo sabré siempre quien es ella.

―Este dulce es mi favorito... Solo hay una persona en esta vida que sabe cuánto me gustan. ―Teresa cierra los ojos, saboreando la crema, siempre hace lo mismo mientras lo come, y dice...

―No hay mal que dure cien años ni pena que las fresas no curen. ―Me rio. Eso, eso dice siempre―. Esa mujer debe ser una gran persona.

―Es la mejor donde quiera que esté ―murmuro, viéndola sonreír―. La extraño muchísimo. ¿Sabe? si pudiera, hoy le diría, ¡me gradué y conseguí ese título en tú honor!

Arecuna © Publicada en AmazonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora