Capítulo 3

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  "-Tenemos compañía-"

La intimidación no es para mí. Nunca me gustó llamar la atención de la gente, ni ser motivo de algún rumor de pasillo. Por eso siempre me mantenía, de alguna forma, al margen. Pero se me hizo completamente imposible evitar sentirme intimidada con la vigilancia absurda que mantenía este chico sobre mí. «Es mi deber» ¿Que quería decir con eso? ¿Por qué se empeñaba tanto en tener el ojo puesto en mí todo el tiempo? Ignoraba el hecho de sus actos, la verdad lo hacía. Estaba ajena a ello, puesto que nuestra conversación había quedado en la puerta del salón de mi clase hacía ya tres días. Y nuestras miradas se cruzaban en un contacto visual varias veces al día. Y eso no me era agradable. Cerré la puerta detrás de mí ya en el departamento, me detuve al frente de la mesa. Una nota yacía en ella, me cuestioné llevarme el disgusto en ese momento o dejarlo para después, ya sabía de qué trataba, así que elegí la primera opción.

- Ve a cambiarte- le dije a Lana, tratando de que mi voz saliera con el menos disgusto posible.

- Ya sé- bufó siguiendo su camino hasta su cuarto.

«Vine por un poco de ropa, tengo guardias por el resto de la semana. No sé cuando regrese. Les dejo algo para que se arreglen. Atentamente, mamá.»

Arrugué el papel en mi mano, tomé los cien dólares que había dejado y me dije que no los necesitaba. Ni a ella para seguir adelante, lo había hecho por mucho tiempo, con Lana y podía seguir manteniéndose así. Y pues, se preguntarán porqué le ocultaba este tipo de cosas a mi hermana. Era el hecho de que a ella le afectaban este tipo de "noticias", por la falta de atención que tenía mamá hacia nosotras, hacia ella. Porque yo podía vivir sin eso, pero ella no y lo entendía. El resto de la tarde me la pasé con la mente en los libros, memorizando un par de cosas, ayudando a Lana con sus deberes, limpiando el departamento. Hasta que el reloj marcó las siete de la noche y me fui a dar una ducha, me vestí, y al verme en el espejo noté que los signos de cansancio en mi rostro no podían ser más visibles. Me apliqué maquillaje. Preparé algo simple en la cocina, me despedí de Lana con un beso en la frente y me dispuse a salir del edificio para irme al bar.

-¡Chris!-dije en lo que atendí su llamada en mi celular.

-¿Qué tal todo pequeña?- dijo a través de la línea.

- Bien, voy al bar. ¿Tú ya estás allí?

-Uh, no- gimió-No creo poder ir, tengo un poco de fiebre.

- Oh, estoy cerca de una farmacia a pocas calles de tu casa. ¿Quieres que te lleve algo?

-¡No!- casi gritó- Digo. No, está bien. No te desvíes del bar.

- Bien, trata de descansar. Le diré al jefe.

- Gracias pequeña. ¿Crees que puedas sobrevivir sin mi esta noche?- rió a través de la línea, también lo hice. - Antes de que llegaras lo hacía perfectamente, Chris. Puedo manejarlo.

-Cuídate ¿De acuerdo?

-Lo haré, igual tú.

- Si necesitas un aventón a casa, solo llamas.

- Como digas, Chris- sabía que no lo haría.

-Está bien- suspiró- te quiero, pequeña.

-Yo a ti- respondí- Nos vemos- seguí caminando hasta llegar al acostumbrado ambiente del bar. Me puse en marcha sabiendo que tendría una noche movida, sola.

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Me quité el delantal suspirando. El reloj marcó las dos de la madrugada. Una hora poco usual para salir. No llamaría a Chris, si él estaba enfermo. Me despedí de los chicos del bar y salí al frió nocturno con la calle desolada. Intentaba hacer mis pasos lo más largos posibles, manteniendo los ojos abiertos. En la siguiente calle, algunos postes de luz iluminaban escasamente, encendiéndose y apagándose en una forma rítmica. Pocos autos oportunos transitaban la calle, siendo el ruido de sus motores lo único que inundaba mis oídos. Unas luces a lo lejos era la única señal de vida, caminando más cerca de ellas, me di cuenta de que era un bar de mala muerte. Podía oír la música de mal gusto, las risas impertinentes de hombres ebrios parados en la acera. A unos pocos metros, un par de ellos cruzaron miradas conmigo, recorriéndome de pies a cabeza. Lo único que podía hacer era mantener la mirada fija en mis zapatos y encogerme en mi abrigo. Pero me faltaba la peor parte por recorrer. Un grupo de hombres ebrios se recostaban de sus motocicletas, intimidantes, tatuados, llenos de cicatrices, con algunas pre-pagos apegadas a ellos, sin ningún tipo de pudor. Mis manos se volvieron puños a los costados de mi cuerpo, sus miradas puestas en mí mientras caminaba. 

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