I. Mentira

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Iba a vomitar.

Definitivamente iba a vomitar.

John observó cada arreglo de flor bien acomodado, las sillas tapizadas de beige estratégicamente colocadas y la pequeña mesa adornada con un mantel bordado de lirios blancos. Y no pasó por alto los papeles listos para ser firmados. Por último contempló a las personas reunidas ahí y sintió un molesto nudo en el estómago. Ellos sonreían alegres, pero él no compartía nada similar a dicho sentimiento. Los nervios estaban matándolo. Se suponía que debía ser una experiencia inolvidable; el mejor día de su vida. ¡Por Dios, estaba a minutos de casarse! Significaba un acontecimiento importante, no en cualquier día unía su vida con la persona que deseaba pasar el resto de su existencia. Era una valiosa decisión. Posiblemente parecería muy cursi, un poco ridículo y algo tonto, pero desde niño deseó encontrar a esa persona especial, aunque jamás imaginó que aquél individuo sería un insensible imbécil con aires de idiota sabelotodo.

¿En serio, John? ¿Este hombre es así?

No. El hombre a su lado no era ningún "insensible imbécil", seguramente también un sabelotodo, pero no idiota. Por el contrario, era una de las personas más educadas de las cuales tenía el gusto de conocer. Inteligente, culto y elegante... ¡¿Entonces cuál era el maldito problema?! Exactamente ése. John no deseaba estar a punto de casarse con un hombre inteligente, culto y elegante, sino con el insensible imbécil.

Su mirada azul volvió a los invitados esperando encontrar el rostro que tanto ansiaba ver, pasó por cada uno de ellos; desde su futura familia hasta sus amigos, no encontró nada.

—¿Listo, John?

La voz de su prometido y el toque de la mano sobre su hombro le hicieron regresar a la realidad. Incómoda realidad, debía admitir. Reparó en el siempre tranquilo rostro de su compañero y rió sin ganas. John asintió, aunque realmente no estuviese convencido y el malestar en su estómago regresara con mayor fuerza. Sabía perfectamente que no vivía en una telenovela y él no aparecería en cualquier momento a detener la boda. ¡Já, pobre iluso!

John recordó un mes atrás, si hubiese sabido que aquel día comenzarían sus problemas, y terminarían en este suceso de acontecimientos extraños, no habría salido de la cama ni para recoger el periódico.

—¿John? ¿Estás bien?

...

[Un mes antes]

John Hamish Watson odiaba la rutina. Nunca le gustó seguir un patrón y hacer las mismas cosas mañana tras mañana, pero de algo debía subsistir y el dinero no se daba en los árboles. Despertaba a la misma hora; una ducha rápida, un cambio de ropa y un desayuno improvisado mientras leía el periódico eran suficientes para él. Trabajaba en una pequeña clínica donde atendían principalmente a personas de la calle y de bajos recursos, proporcionaban un diagnóstico rápido y ofrecían medicinas, sino las tenían ahí los recomendaban al hospital. Por el momento John se encargaba de los productos de farmacia, pronto le darían su propia consulta. Su nuevo empleo no parecía muy importante pero lo había conseguido con mucho esfuerzo y deseaba conservarlo. Salía a las ocho de su apartamento para llegar a tiempo, corría un par de cuadras y tomaba un autobús hasta la cafetería de la esquina donde compraba un mocachino para su amiga Sarah.

Desde más de medio año cumplía el mismo trayecto.

Sin embargo existía un pequeño detalle que le hacía la vida menos monótona; la razón principal de pasar sin falta a la cafetería. No una cosa, sino una persona. Un cliente habitual como él. Por raro que pareciera, el simple hecho de verlo y saludarlo, alegraba el resto de su rutina. ¿Cómo ignorar a alguien como él?

En un veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora