IV. Respuesta

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¿Qué hacía ahí de nuevo?

De acuerdo, por la primera vez lo comprendía, fue una agradable sorpresa conocer al sujeto por el que John estaba metido en apuros. Y aceptaba para sí mismo quedar deslumbrado por el atrayente hombre inconsciente. Pero sólo fue cosa de la curiosidad, ¿verdad? Entonces, ¿por qué no dejó de visitarlo por una semana completa? Gregory aceptaba que permanecer en esa habitación era mala idea, pero luego de tantos días haciendo la misma rutina –repitiéndose que era para conocer el avance en la salud de la víctima– no podía dejar de visitarlo así nada más. Por las noches, luego de terminar su turno en Scotland Yard, subía a su coche y al conducir frente al hospital no lograba ignorarlo y seguirse de largo. Pasaba poco tiempo con él, estaba volviéndose costumbre. Una costumbre que no le traería nada bueno. Por mucho que Mycroft Holmes despertara su interés continuaba siendo el "prometido" de su mejor amigo.

No era un hombre cualquiera, sino el hombre por el cual John vivía deslumbrado. Sabía que su actual relación surgió de una mentira, pero ésta podría volverse realidad. Si Mycroft despertaba y conocía verdaderamente a John, Holmes descubriría el tipo de persona que era Watson; un ser humano extraordinario, leal y confiable, con defectos como cualquier otro, pero con una fortaleza increíble. Y, aunque algo dentro de él no estuviese realmente de acuerdo, Greg no sería el responsable de darle una puñalada por la espalda a John. Aunque tampoco conseguía dar media vuelta, salir y olvidarse de todo.

Mientras seguía cavilando las posibilidades, caminó hasta la cama observando el pálido rostro de Mycroft, acarició algunos de sus mechones pelirrojos que sobresalían de las vendas.

Definitivamente no estaba bien ahí.

...

A John aún le desconcertaba el avance de su situación, había pasado una semana entera junto a Sherlock, y entre más conocía sus excentricidades, más quedaba fascinado por cada una de ellas. Por supuesto, algunas le sacaban de quicio; como encontrar partes de animales o personas en la nevera. A veces parecía un niño malcriado cuando algo no le gustaba, tocaba el violín por las madrugadas, andaba con bata al mediodía y aumentaba su mal humor por la abstinencia que sufría a falta de cigarrillos. Y según Sherlock, todo era aburrido. Sin embargo también tenía cosas interesantes; la pasión que apostaba en cada palabra al deducir a una persona y el brillo en sus ojos al leer el periódico y descubrir una noticia interesante –no tardaba ni tres segundos en desecharla después. Sherlock era único, debía admitirlo.

Cuando salían a dar un paseo por el lago –a sugerencia de la señora Holmes, ya ninguno intentaba dar negativas como al principio–, John disfrutaba escucharlo hablar de sus casos resueltos, sobre la emoción y la adrenalina experimentada cada vez que investigaba y resolvía un rompecabezas bastante difícil. De los experimentos y publicaciones en su página web; como los diferentes tipos de cenizas que existían y cómo podía identificar el oficio de una persona solo con observar sus dedos. Al finalizar cada relato John soltaba un fantástico o increíble que a Sherlock le hacía sonreír.

Además, un poco más personal, luego de que John le hablara de su mala relación con su hermana y la muerte de sus padres, Sherlock le contó de su perro llamado Barbaroja y sus pasatiempos infantiles. De niño le gustaba jugar a los piratas. John no pudo evitar imaginárselo corriendo descalzo por la orilla del lago con una espada de madera y un parche en el ojo.

Y lo aceptaba en el fondo, esos días fueron muy emocionantes al lado de Sherlock Holmes.

Sherlock lo admitía para sí mismo, a él nunca le interesaron ese tipo de relaciones al considerarse casado con su trabajo, pero estar con John le parecía tan natural y correcto. ¡Como si ellos se conocieran de toda la vida! No, significaba algo más fuerte, John era la primera persona –fuera de su familia– que lo aceptaba tal cual. Único. Y comenzar a pensar así de John era peligroso, el simple hecho de recordar que terminaría casado con Mycroft provocaba que la aversión hacia su hermano aumentara al doble.

Igual que en esa tarde cuando, en una conversación a la hora de té, John aceptó no saber bailar y su familia aprovechó la oportunidad para que Sherlock le diera unas clases. A menudo pensaba que ellos conspiraban en su contra.

—¿Tú bailas?

—Me encanta bailar, John.

John nunca esperó que Sherlock realmente disfrutara de una actividad tan común como el baile, pero al verlo dar un extraordinario giro tuvo que aceptarlo. Estaban solos en un pequeño salón vacío con la música preparada, entonces, sin previo aviso, Sherlock se acercó y lo sujetó de la cintura con una mano y unió su derecha con la izquierda de él.

—¿Q-qué haces?

—Enseñarte a bailar, obviamente.

La música empezó y Sherlock le explicó cómo debía seguirlo, se suponía que en su "boda" tendría que bailar un vals con Mycroft. Al recordar a su hermano, inconscientemente, lo apretó más fuerte y John, siendo un hombre con dos pies izquierdos, brincó un poco y pisó fuertemente a Sherlock. Éste retrocedió, tropezó y cayó sin poder evitarlo, llevándose a John con él. Quedaron tirados en el suelo, Sherlock con la espalda pegada al piso y John sobre él, en una posición bastante comprometedora para quién los viera desde fuera.

Ambos se vieron a los ojos, cada uno intentando descifrar que escondían detrás de ellos. Sherlock dejó de admirar los irises azules y bajó a los labios, por instinto John los relamió ante la atenta mirada de su compañero. Sus rostros fueron acercándose poco a poco, casi a centímetros...

E inevitablemente John descubrió una respuesta inesperada. Así de impredecible como Holmes; Sherlock le gustaba. ¿O más que gustar? ¿Cómo podía enamorarse de una persona en solo dos semanas?

Sin embargo cualquier pensamiento, y acción, quedó truncado al escuchar los fuertes golpes en la puerta. Ellos salieron del trance y, con movimientos torpes, se levantaron del suelo, viendo a otro lugar, menos a ellos. ¡¿Qué rayos fue eso?! El señor Holmes entró, los miró por unos segundos y luego sonrió.

—¿Qué pasa, papá?

—Han llamado del hospital, tu madre salió con Sherrinford y Allistor.

—¿Por qué? ¿Pasó algo malo, señor William?

—Al contrario, ella está feliz... Mycroft ha despertado.

En un veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora