xii.

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A pesar de la felicidad que entre nosotros habíamos creado,

sabía que tú aún sufrías por algo,

y es que no existía la verdadera dicha

si nuestro amor era ocultado.

No por el qué dirán, eso era algo que nunca nos había importado,

era por tu padre, el hombre que por tantos años tu alegría había arrebatado.

Estaba decidido a protegerte de todo aquel que te hiciera daño,

y luego de semanas tratando de convencerte,

aceptaste que hiciera lo que desde un principio debía haberse dado.

Siempre supe que eras fuerte y no pude más que confirmarlo,

aquel día en que sin flaquear viste tras las rejas, al culpable de tus heridas y penas.

El más bello de mis poemasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora