EL ORIGEN

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  • Dedicado a Aldreen!
                                    

CAPITULO I

EGIPTO 1468:

Estaba a una semana para mi primera noche con el faraón y no creo que esté preparada para ello. Soy una mujer de origen noble, nacida en la casa de un reconocido sacerdote y soy parte del harén del faraón Tutmosis III. Resido en las habitaciones neferut.

Como marca la tradición, debo asistir a todo tipo de fiestas para ser agobiada con las felicitaciones y "buenos" deseos de los libidinosos hombres e hipócritas mujeres de la corte.

Estaba preparandome para la primera de las fiestas y el ajuar debía mostar mi pureza y virtud. Por eso me decidí por una hermoso vestido blanco de lino, con un collar que representa a la gran diosa Isis. Opté por una peluca con una simple banda dorada alredor de la misma y mis sandalias tenian pequeñas incrustraciones de esmeralda y zafiro. Ya lista, decidí observarme en el espejo de oro para darme los toques finales y ver que no faltase nada.

Llamé a uno de los guardias para indicarle que estaba lista para partir a palacio, mientras le dejaba insienso prendido a la gran Isis para que me llenara de virtud, feminidad y pureza espiritual. Tomando una gran respiración, salgo de mi habitación para dirigirme al palanquín que me guiará a la fiesta en la que faraón podrá verme por ultima vez hasta la noche en que seré suya.

*********

La primera vez que faraón me vió fue en el templo en el que servía. Recuerdo que incluso llevaba la barba ceremonial y se veía realmente guapo. Traté de evadir su mirada y evitar problemas con el y los sacerdotes. Para cuando terminó el evento en el templo fui llamada al lugar donde descansaba faraón.

Todo era brillante, un hermoso acceso al Nilo con cortinas que controlaban la luz del sol. mesas en las que se disponian los mejores banquetes, habia todo lo que se deseara comer. Las bailarinas estaban interpretando una de las tradicionales danzas que exhaltan a los dioses y ruegan por sus bendiciones, los músicos a su ves estaban derrochados de sentimiento puro en hacer de sus melodias unas pulcras, llenas de virtud, honor y respeto.

Al llegar frente a faraón temblaba de miedo, pero faraón ordenó que se me cambiasen las ropas de una simple sierva de los templos a ser la encargada de las ofrendas a los dioses. Recuerdo que se levanto de su lugar y rozó mi rostro con su mano mientras murmuraba algo para sus adentros.

-¿Eres hija de mi pueblo? - dijo mientras volvia a su lugar y hacia señales para que las bailarinas y los musicos se fueran.

- Si, mi señor. Soy hija de uno de los sacerdotes de este templo - al pronunciar estas palabras solo podía mantener la mirada abajo.

- Eres verdaderamente bella. - Sonreía con todo esplendor - No puedo creer que los sacerdotes pudieran tener hijas tan perfectas y hermosas.

- Me honran sus palabras, faraón - no sabia que hacer, ¿sonreir? ¿levantar la mirada? ¿hacer una reverencia? ¿pedir que me dejara ir? (que era lo menos que quería) ¿llorar? (seguramente dejaría de pensar en mi como "perfecta")

- Piensas demaciado - demandó mientras sonreía como si Egipto nunca hubiese pasado por penurias o guerras.

- Mi señor, lo lamento tanto. - al instante me postré rogando por su perdón, aunque no creía que hubiese hecho algo malo. - Señor prometo que...

- ¡Silencio!, faraón habla. - por su voz podría decir que realmente estaba molesto - Nunca te mencioné de que fuese esa un característica de verg üenza.

Llamó a los guardias y ordenó que se me llevara realizar mis nuevas funciones.

Luego de esa ocación no lo volví a ver hasta después de seis meses. Lo vi en sus ropas más elegantes. En esa ocación mi templo venía a agradecer al faraón su generocidad y asi hacer un rito por la protección de palacio. Al final del rito, pidió verme en su balcón. Nunca hubiese podido imaginarme que haría lo que hizo y recuerdo claramente sus palabras junto a las mías.

- Sé mía y te daré poder, gloria, dinero e hijos. - dijo mientras se arrodillaba y se quitaba todas sus pertenencias- Edificaré templos para que se te honre y tu arcas se mantengan pobladas. Sé mi mujer y te daré egipto en un pañuelo de seda. - espetó mientras se abrazaba a mi cintura.

¿Qué se supone que le conteste a faraón? Una mujer como yo no podía aspirar a convertirse en una de las esposas de faraón. El era la base y la cabeza de esta nación. Una mujer como yo solo podría buscar una noche de pasión de la que ninguno podría hablar, ni jactarse. Si de nuestra pasión hubiese frutos, nadie lo reconocería como hijo, aún si es hijo de faraón y lleva la gloria en sus venas.

Siendo yo una mujer que desea entregarse a faraón aún sabiendo los riesgos, no lo haría, pues busco el amor. Si, busco algo que muchos consideran mitológico y hasta inexistente. Busco al hombre que por mi pierda sus noches y su corazón se acelere por ver, aunque sea, mis hombros al desnudo. Quiero encontrar al hombre que de una mirada me ponga suspirar.

- Mi señor, pudiendo usted ordenar, yo obedeceré; pero pudiendo yo escoger, me negaré. - dije mientras me agachaba a su mismo nivel.

- ¿ No soy lo suficiente para ti? - dijo con esceptisismo, mientras volvía a poner en su cuerpo las joyas más exquisitas de todo egipto.

- Mi señor, nunca podría decir algo como eso, pues, para mi usted es tan inmenso como el cielo y tan inalcanzable como el sol. Nunca me atrevería a negarme, pues usted es tan elegante y tan digno - miré por el balcón para ver a las personas que trabajaban en el mercado, las que compraban, las que solo observaban y las que solamente caminaban dando un pasaeo. - No busco poder, ni gloria, ni dinero, ni hijos; yo busco el amor. Con el amor esas cosas simplemente llegan solas. Puede que suene rudo el negarme a usted, gloria, estrella de la mañana y la noche del gran Egipto.

- ¿Pretendes volverme loco? Tú solo te estás negando para que me interese, aún más, en ti. ¿Cómo no lo noté antes...?

Mientras faraón sacaba conjeturas incorrectas, yo solo podia escrutarlo. Lo observaba para nunca olvidarlo y que de esa manera viviera en mi memoria para siempre, amandome como nunca nadie lo hizo. Noté que tenía unos ojos almendrados que podian demostrar la compasión de los cielos, unas cejas que armonizaban con sus ojos, una nariz perfilada, muy bonita, que lo hacía parecer ser muy joven, sus labios tenian una forma tan única que parecia que sonreía eternamente. Su barbilla era muy pronunciada; todo en el me invitaba a desearlo

- ¿Me estás escuchando? - podría decir que por un momento se veía desesperado, esperando una respuesta. - Di algo...

- Lo lamento mi señor, tenía la mente en otro lugar.

- ¿En otro lugar? - su rostro se volvió oscuro -

- Si, mi señor. Pensaba en como seria mi vida si me enrredo con una persona que busca cosas tan superficiales.

- ¿SUPERFICIALES?Te estoy ofreciendo todo mi ser, pues, todo lo que conozco es esto - dijo mientras se señalaba- Te estoy entregando la tierra de mis antepasados y de los dioses ¿y tu las rechazas como basura?

- No estoy despreciando la tierra de sus antepasados y los dioses. Nunca haría algo así. - solté mientras lo miraba, por primera vez, a los ojos - Estoy rechazando las peticiones de un hombre que no conoce el amor y piensa que la vida se mide en tierras y oro.

Cuando pensé en irme de ese lugar y desaparecer; el tomó mi brazo y me detuvo. Nos mirabamos con coraje y no pretendía bajar mi mirada. Tutmosis III era letalmente hermoso, pero, no por eso lo hiba a perdonar

Sin importar como, te haré mía - dijo mientras soltaba mi brazo bruscamente y me dejaba en el balcón, solamente con mis pensamientos.

Verdad, Justicia y LibertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora