Do KyungSoo
Hoy, el recuerdo parece tan nítido como ayer. Entonces tenía trece años, y me hallaba más perdido que de costumbre; ya saben, un chico atravesando su pubertad en un país ajeno al suyo tiende a sentirse confundido. Yo sé que aquí y donde sea (siempre y cuando no huyas del planeta Tierra) el cielo es el mismo, pero incluso esas noches la luna me parecía extraña en tierras coreanas. Cuando la veía, pensaba que su rostro era distinto al que contemplaba desde el patio de mi casa, en China. Quizás porque allá teníamos rosas, y aquí solo me sentaba en el asfalto.
Mi padre solía viajar constantemente de un país a otro, por motivos de adultos que entonces no comprendía. Su misión era establecer una fábrica de la empresa para la que trabajaba, en Sur Corea. Dijo que nos quedaríamos de tres a cinco años; pero la aventura terminó abarcando diez.
Aquello que hoy recuerdo ocurrió, quizás, una semana tras mudarnos al vecindario. Se trataba de una callecita pintoresca cuyas casas vestían brillantes colores; viéndole, a la cabeza se me venían esas casitas de muñecas que solía admirar en la juguetería... y digo admirar solo por los finos detalles, eh. Tejados de cuento, macetas rebosantes en flores sobre las ventanas, focos que emiten calor de noche, y un viejo farol siempre fiel en la esquina. No obstante, aún poseedor de un alma infantil, lo que me parecía más lindo, eran las banquetas empinadas y desiguales que se desplegaban ante mis tenis al dar la vuelta. Bajaba dando brincos por escalones empedrados, con los brazos abiertos y melodías en forma de silbidos.
Siempre he sido alguien de corazón magullado y optimista.
Aquella mañana, incluso aunque nos encontráramos en vísperas de Navidad y las narices se tiñeran de rojo por la temperatura, recuerdo a la amable luz solar colándose a través de los árboles. Casi no tenían hojas, por eso se mecían sus ramas solitarias. Yo andaba tarareando, como siempre, alguna canción que hubiese escuchado en la radio. Mi madre me había mandado temprano a comprar una tarta para la cena, antes de que se acabaran. Aquella panadería era bastante concurrida precisamente por ello, su especialidad en tortas de manzana.
Vestía la playera roja, gastada y ligera que tanto me gustaba... ¿O acaso en algún momento la llegué a amar por su significado? Porque la portaba justo ese día, en el que lo conocí.
Aunque nos habíamos presentado con todas las familias en el vecindario, ciertamente no tuvimos la oportunidad de hacerlo con los de la casa azul. Y fue en ese instante, que caminaba con mayor cuidado acarreando la tarta como si de un bebé se tratara, que un objeto volador no identificado se acercó con los ojos bien abiertos hacia mí. Era un ser enorme y peludo, con la lengua de fuera, que huía frenético entre escalones. Cuando me percaté de mi destino, quedé petrificado.
No sé si el perro pretendió pasar entre mis piernas, o definitivamente atravesarme como si fuese un fantasma; pero arremetió contra mi cuerpo en un impacto por poco explosivo. Todos salimos volando por los aires: Él, la tarta y yo. Cuando besé el suelo, un par de veloces pies pasaron corriendo y patearon el pobre postre que aún creía rescatable y, por si fuera poco, pisaron los dedos que tenía extendidos hacia mi objeto tan preciado.
—¡Ay! —Ni siquiera ante mi exclamación recibí respuesta.
¡Me sentí tan tonto, frustrado y molesto, solitario en la banqueta! Me puse de pie, sacudí mis ropas terrosas y revisé la herida de mi mano, ligeramente sangrante. Luego miré la tarta, jalando aire para no llorar de ira. En cuestión de segundos, antes de percatarme, el par de malvados entes regresaron. Era un chico cargando al perro, quien al parecer había huido de su casa. Venía hablando con la bola de pelos, cuando se topó de frente conmigo.
Vio mi cara de piedra, la mano hinchada y los trozos de pan tirados por doquier, rebotando su mirada de un lado a otro en repetidas ocasiones. Supongo que hizo cálculos mentales hasta comprender lo ocurrido. Sus mejillas se tiñeron entonces de un violento sonrosado que, si en ese momento estaba a punto de reclamar su torpeza con mi deficiente dominio en el idioma coreano, apaciguó cualquier sentimiento bélico en mi interior, reemplazándolo por ternura.
Sus grandes orbes evitaron mi presencia, y el chico pelinegro salió corriendo una vez más hacia la casa azul, sin mencionar palabra. Entró rápido, pues había dejado abierto, y de un portazo se encerró. Yo me quedé ahí, a media calle, con cara de estúpido, sin saber cómo reaccionar. A final de cuentas, tomé aire y avancé hacia el desastre, para limpiar y llegar con tan vergonzosa noticia a rendir cuentas en mi nuevo hogar.
Sin embargo, justo tras tirar al bote de basura tan triste desperdicio, el muchachito vino hacia mí otra vez. La frágil y pálida figura, enfundada en un pantalón de mezclilla roto y playera de rayas negras, traía entre sus manos otra tarta. Se detuvo ante mí, ofreciéndola con una reverencia.
—L-lamento mucho lo ocurrido —balbuceó—. Kimchi, digo, mi perro se escapó cuando iba a salir, ¡pero puedes tomar mi tarta! Es nueva, aunque no está caliente. La hizo anoche mi mamá y... quizás no sea de manzana, pero sí de zarzamora. No sé si te guste, ¡está muy buena! Yo... —volvió a guardar silencio, viéndome a los ojos por segundos.
—Está bien —suspiré—. Los accidentes pasan, solo hay que tener más cuidado. La aceptaré. ¿Estás seguro de que puedo?
—¡Sí! —asintió angustiado, mejor dicho, asustado.
—Bueno... gracias. Gusto en conocerte —saludé tratando de tranquilizarlo—, mi nombre es Zhang Yixing. Vivo en esta casa, la blanca con azul.
—M-mucho gusto, Yixing. Yo soy KyungSoo. Do KyungSoo.
—Genial —ofrecí una sonrisa—. Entonces... ¿tu perro se llama Kimchi?
—¡Sí, sí! Es un antiguo pastor inglés. Está un poco loco, debes perdonarlo...
Entre risas y tonterías, avanzamos hacia nuestras respectivas casas, prometiendo volver a encontrarnos. Vi su silueta delicada ocultarse tras la puerta, una vez más, girando hacia mí con una tímida sonrisa que, por supuesto, devolví. Aquel día inició la que sería una larga y complicada amistad. KyungSoo tenía mi edad, y acudía a la misma escuela a la que yo planeaba asistir. Pronto nos hicimos cercanos, incluso aunque su compañía representara accidentes y tartas voladoras ocurriendo constantemente.
Siempre he pensado que ese encuentro fue una advertencia, un precedente de lo que acontecería una y otra vez, del tipo de relación que nos uniría. Ciertamente, mi mano dolió incluso en la noche, mas guardé silencio mientras la vendaba porque había encontrado a mi primer amigo en Corea. De tiernas heridas, sonrisas pacientes y un corazón sangrante que lo perdona todo; así es nuestra historia.
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Los cinco besos fallidos de Zhang Yixing | LaySoo
FanfictionInfluido por las novelas románticas, Zhang Yixing crece con la idea de que un beso es el momento más importante en la vida de un enamorado. Siendo que suspira por su vecino y mejor amigo, Do KyungSoo, cinco veces intenta probar sus labios. Sin embar...