Primer beso fallido

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Primer beso fallido

KyungSoo corría todos los días por las coloridas callejuelas, huyendo de bravucones. Supongo que cuando lo vi trincado contra el muro trasero de la escuela no resultó tan sorprenderte; quiero decir, esa actitud asustadiza como si de un pajarillo se tratara no coincidía con la de un púber normal de nuestra edad.

Yo nunca me había detenido a reflexionar sobre mis habilidades físicas, pero desde entonces, me vi obligado a esforzarme más en ellas si quería tener la fuerza suficiente para defender a mi amigo de los monstruos que le acechaban desde la escuela elemental. Ciertamente, cuando KyungSoo andaba a mi lado pocas veces le molestaron. Sin embargo, tras ciertas riñas que tuve con el líder de los cuatro vándalos, las persecuciones, insultos y problemas aumentaron.

No sé qué tan torpes debimos ser como para no denunciar lo ocurrido a nuestros padres o profesores; pero él, temeroso, se escondía tras un capullo de falsas sonrisas y suéteres lanudos que ocultaban perfectamente los cardenales. Yo nunca me tomé en serio el daño que pudieran provocarme, de hecho, me angustiaba más por el niño que se ocultaba a mis espaldas cuando los villanos del cuento se nos acercaban, que por mí. Estuve inmiscuido en tres o cuatro peleas, y dos castigos... pero al final del día, mientras KyungSoo y yo limpiábamos el salón de clases tarareando cualquier tontería, y el único lastimado era yo, todo parecía ir bien. Veíamos entonces el atardecer de camino a casa, andando muy lento, para tranquilizar nuestras mareas.

Sin embargo, no puedo ser tan quejumbroso, pues no toda la escuela primaria fue de golpes y tropiezos. Yo era bueno con los números, y él con las palabras, por lo que intercambiábamos conocimientos. Él me ayudó a perfeccionar mi coreano, y yo lo apoyé cuando estuvo a punto de fallar álgebra. Desayunábamos juntos en la terraza, veíamos televisión en su sala, escuchábamos música en la mía, intercambiábamos pegatinas del nuevo álbum popular, desenredábamos el pelo del gran Kimchi o simplemente nos sentábamos en la banqueta empinada a comer paletas heladas.

Él y yo fuimos muy buenos amigos... de esos que se cuentan íntimos secretos, miran las estrellas, beben del mismo vaso, duermen juntos y entran a la casa del otro sin pedir permiso. Hasta que una brillante tarde primaveral, sin previo aviso, un tornillo se zafó en la mecánica de mi corazón. Lo vi volar sobre mis ojos, rebotar una y otra vez como pelota de goma, hasta que finalmente rodó debajo de la cama, donde no pude hallarlo jamás.

Por aquellos días había estado viendo dos o tres dramas que mamá ponía en el televisor antes de la cena. En todos, la escena cumbre consistía en una chica de largos cabellos y mejillas rosas siendo besada en los labios por el protagonista, un muchacho bien parecido que la quería con el alma.

Y yo me hallé ahí, bobalicón, ante el espejo del baño, con las manos temblorosas, cuidando que nadie me viera. Cuando estuve seguro, me acerqué a mi reflejo y deposité un besito. Supongo que desde entonces mi idea del romanticismo estuvo relacionada con el beso. Nada era más hermoso, más sensible, que un par de labios presionando otros. Y, a media noche, con el insomnio colocándome de cabeza, pensé en cómo se sentiría besar a KyungSoo.

Al principio, cuando vi la luz del sol colándose por las cortinas blancas de mi habitación, me horroricé al recordar aquella fantasía nocturna. Negué con la cabeza, me duché con agua helada y corrí como todas las mañanas hacia la casita azul, donde mi amigo salió a recibirme con su típica expresión somnolienta y el uniforme a medio colocar. Anduvimos juntos, compartiendo audífonos y bromas.

Sin embargo, algo no se sentía como de costumbre. La cercanía de sus suaves manos, su cálido abrazo, la sonrisa que únicamente me dedicaba a mí...

Llegado el crepúsculo, compramos paletas de fresa y nos sentamos a ver el panorama para nada horizontal, en nuestra calle. Él hablaba de Kimchi, el último cuento que leyó, se burlaba de la respuesta dada en clase por uno de nuestros acosadores; pero yo solo atinaba a ver la redondez de sus muslos apresados en la tela del pantalón, las mangas blancas remangadas hasta los codos, sus grandes cejas y los mechones de pelo que escurrían sobre ellas, una mancha de dulce en su chaleco... Y la boca. Los labios teñidos de carmín sabor fresa.

De pronto me sentí tan sediento... Y sin pensarlo mucho, me acerqué a él, con las manos húmedas y mi corazón a punto de explotar en cualquier momento. KyungSoo no se percataba de la peligrosa proximidad entre nosotros; pude haberle besado ahí mismo, lamido, pellizcado o lo que fuera, y la pobre criatura ni siquiera lo habría imaginado. Quizás confiaba demasiado en mí. Había relamido mis labios ya, cuando se volvió y nos topamos nariz con nariz. Ambos, sonrojados, nos separamos con violencia.

—Lo siento, Soo, tenías una pestaña en la mejilla y...

—¿Sigue ahí?

—Claro, claro... ¿te la quito?

—Sí, por favor.

El vergonzoso suceso terminó ahí, y con él mi primer beso fallido. Viéndolo en retrospectiva, creo que debí haber hecho el miedo a un lado, tomar mi capa, mi espada y besarle en modalidad príncipe antes de que alguien más lo hiciera, sobre todo porque entonces la magia aún seguía viva. Teníamos catorce años, la edad del despertar, y pudimos estremecernos en las sombras como en una novela romántica. Pocas oportunidades caen del cielo, y rara vez se repiten. Años después, nunca volví a tenerlo tan dispuesto (de manera consciente) como ese día. Pero mi joven corazón se acobardó y decidí guardar el precioso acontecimiento para el momento indicado.

Porque no, no me rendí, únicamente lo pospuse... convencido de que mi creciente amor por KyungSoo permanecería allí mucho tiempo más.


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Los cinco besos fallidos de Zhang Yixing | LaySooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora