Las personas se agrupaban en unidades de cinco personas, la mayoría compañeros de trabajo, hablando entre ellos cada vez más agitados.
«Siempre es así» pensó el supervisor no por primera vez.
Debes en cuando éste se preguntaba cómo era posible que todos los obreros bajo su mando tuvieran tantos temas de conversación.
Su vida transcurría en estar metidos dentro de esa fábrica haciendo el mismo trabajo monótono por más de diez horas. Era agotador y después de los primeros tres meses (cuando ya se había acabado toda la emoción de ser el "nuevo" y ver todo lo que había que hacer en tu "entorno") ya querías salir corriendo de lo aburrido que resultaba al final.
Y sin embargo.
Casi toda su nómina estaba ahí cuando estadísticamente en otras empresas tendría que haber aceptado a nuevos obreros.
«No me molestaría si tan solo cuchichearan -pensó el supervisor cruzándose de brazos-, estos tontos piensan en el sindicato».
Para él era demasiado aterradora la idea de esa palabra, tanto así que un escalofrío recorrió toda su espalda, bien pudo haberse echado agua helada para el caso.
Paseo la mirada por la enorme habitación, si no mal recordaba, ésta podía albergar a un máximo de mil quinientas personas. "Perfectamente acomodadas -recordó que le había dicho el supervisor de ese entonces que a los dos meses de él estar ahí había muerto en un accidente tan trágico como patético: resbalar y caer desde un puente a treinta metros-. Para que celebren sus victorias"
-Ahora van a festejar una bien grande -murmuró el supervisor.
-¿Dijo algo, señor? -preguntó un obrero que pasaba a su lado por casualidad.
-No -respondió cortante-, ve con tus compañeros.
El trabajador apretó la mandíbula disgustado y se fue a grandes zancadas. Había gente que no recordaba los escalones de administración y tuteaban a sus superiores, ¿en dónde se había visto algo así? Sólo era posible con ésta locura diplomática llamada sindicato. Ese obrero sólo era el principio.
De haber sido en otros tiempos.
-Que estúpido... -dijo al verlo alejarse, recordando mejores tiempos para los que llevaban las riendas de esta empresa.
De pronto se hizo el silencio, todos los susurros se detuvieron era como si toda la sala se hubiese vaciado. Todo vestigio de sonido más alto que el andar de pasos fue acallado. El supervisor ni siquiera se tuvo que voltear para saber qué habían llegado los dueños del grupo empresarial Draco.
«Ya era hora -pensó el supervisor-, espero que vengan a terminar con este circo»
Lo que sí llamó su atención fueron los seis representantes (representante de cada área de trabajo) del sindicato, en especial uno que caminaba un poco más retrasado que sus otros cinco compañeros al encuentro con los Reyes Industriales.
«¿Que creerá que vino hacer aquí? -se preguntó nada más al ver al muchacho con más huesos que músculos avanzando-. Seguramente está ahí para llenar la sexta vacante reglamentaria de las leyes esas del consorcio sindical».
Y no se equivocaba, por lo menos no del todo. El escuálido representante simplemente se limitó a contestar las preguntas de rigor y hablar sólo cuando le hablaban, todo indicaba que lo último que quería el chico era estar ahí, pero el supervisor supuso que fue llevado hasta ese momento por la presión de sus compañeros. El señor Miliardo se giró hacia él y lo llamó con un gesto, mientras se acercaba hasta el grupo sólo podía imaginar cuales serían los privilegios que le quitarían por haber permitido que ésta monstruosidad llamada sindicato plantase su semilla en la empresa.
-Seguramente ya sabrán que Veron, el supervisor, ya nos transmitió su carta junto con las ínfimas peticiones para su sindicato -dijo Miliardo Pendraco dando una palmada en el hombro de Veron, tratando de mostrarse paternalista. Desafortunadamente no le salió muy bien por dos razones: la primera era que daba la muestra de afecto con tanta fuerza que parecía querer hacerle daño a Veron mientras sonreía de forma extraña, cómo si un médico del Oriente le hubiera practicado una de sus artes espeluznantes y todo hubiera salido mal. Y la segunda era la forma vehemente en la que miraba a los representantes sindicales-. Mis asociados y yo estamos interesados, realmente interesados, en que nuestros buenos trabajadores tengan una justa compensación por sus esfuerzos.
Veron pudo ver a todos los miembros representantes del sindicato, salvo uno, sonreían al escuchar esas palabras pero en sus ojos no había ningún indicio de alegría. Eso era malo o bueno si él se aprovechaba de los escenarios que surgieran a partir de ese momento.
-Trabajemos juntos por el bien de la industria y los trabajadores -decía Veron a la vez que le estrechaba con fuerza la mano a cada representante del sindicato.
Por supuesto el apretón del muchacho desgarbado fue el menos entusiasta, por decirlo de algún modo. Y a Veron no le costó mucho adivinar el disimulo cuando su apretón le exprimió la mano al muchacho.
-¿Veron? -preguntó el joven representante sindical, llamado Alden Teratos-. Disculpe, ¿pero se escribe con w o con v?
Obviamente el tal Alden (¿Que clase de nombre estúpido era ése?) intentaba usar el humor para tratar de romper el silencio incómodo entre ellos. No le salió bien porque ninguno de sus compañeros representantes acudió en su ayuda cuando Veron no respondió a la pregunta y los socios del grupo empresarial miraron fijamente al muchacho.
-En fin... -dijo Zacht Dracan, el último miembro fundador de los originales Reyes Industriales (los demás miembros eran hijos, nietos o hasta sobrinos), era el más joven en ese entonces, ahora a pesar de su edad aún era alguien que infundía mucho respeto, con su altura y anchura de hombros («bueno, si de verdad lo hiciera, no estaríamos aquí en primer lugar, ¿verdad?»), todo negocios como siempre-. Volviendo a lo que nos atañe, deberíamos de tener unas pocas palabras a los trabajadores y luego seguir con nuestras negociaciones junto a notarios y abogados.
Para Veron resultaba bastante relajante tener a un titán como Zacht Dracan en esa reunión, siendo de la vieja guardia, no permitiría los atropellos que hacía el sindicato en otras empresas. Todos socios y representantes por igual asintieron de acuerdo con la idea propuesta. Se movieron en un frente unido de doce personas, en par de columnas hacía la tarima cada socio del grupo empresarial caminaba con un representante del sindicato menos uno que le tocó ir con el supervisor Veron y ese otro fue nada más y nada menos que Alden Teratos. Y tanto a uno como a otro le causaba poca gracia tenerse de escolta, por fortuna la procesión no duro mucho. Sin embargo, le causó cierta sorpresa a Veron ver que quien se aproximaba a hablar desde el atril era Miliardo Pendraco y no Zacht Dracan, como creía el supervisor que ocurriría.
Hubo un silencio todavía más profundo cuando Pendraco colocó ambas manos en los bordes del atril tal cual lo haría un profesor a una clase.
-Caballeros -empezó con voz pausada sus ojos parecían de distinto color bajo la luz de las lámparas ambarinas-. Lo que ocurre hoy aquí es un gran paso en la historia del grupo empresarial Draco, siempre hemos creído en que los obreros son el motor fundamental de este Grupo, del cual consideramos a cada uno de ustedes como un miembro más de nuestras familia.
Hubo un silencio de escepticismo que no duro mucho porque casi de inmediato los obreros estallaron en aplausos. El señor Pendraco sonrió mostrando todos los dientes (fingiendo estar encantado, sabía bien el supervisor). La cosa le había dado que pensar a Veron, miró a cada miembro del sindicato; obviamente ningún obrero pensaba que despellejar sus dedos, tener dolor en las articulaciones y desgastarse por una paga que sólo te permite vivir al día, te hacía parte de cualquiera de las acaudaladas familias. Era una diferencia del cielo a la tierra.
Y con todo, más de mil personas estaban chocando sus manos y vitoreando las palabras dichas por alguien que nunca había tocado una herramienta en su vida.
«Son buenos estos sindicalistas -pensó Veron-, pero no tan buenos»
No le había pasado por alto que a pesar de que muchos obreros actuaron según se les había dicho, los que se encontraban muy atrás torcieron el gesto al oír las últimas palabras del señor Pendraco y si él, Veron, lo notó también lo notaron los Reyes Industriales.
Miliardo Pendraco levantó y bajó sus manos en ademán de pedir calma y silencio.
-¡Así es! -dijo un poco más fuerte-. Hoy es un día que se recordará como un día de avance, sus representantes se han reunido conmigo y mis socios en pos del bienestar del Grupo Empresarial Draco que son ustedes.
Más aplausos y vítores por parte de la multitud (Alden Teratos el que sólo era un simple agregado también aplaudió hasta que se dio por enterado que no tenía que hacerlo puesto que era un representante sindical), el señor Pendraco le cedió la palabra al líder sindical quien se acercó al atril y dijo:
-Como bien saben compañeros sindicalistas, y el señor Pendraco a recalcado, hoy es un día excepcional -la voz del líder (Ioamn Perl se llamaba) era rasposa y sus dientes mostraban una sonrisa, muy cálida en comparación con la que dirigió a los socios, de dientes torcidos y manchados por el café-, hoy como sabemos nuestra voz ha sido escuchada por nuestros grandes jefes.
Veron cambió el peso de una pierna a la otra en señal de incomodidad, Ioamn Perl se había referido a los socios del Grupo Empresarial como grandes jefes de esa forma tan coloquial, ¡que descaro por su parte! Trató de mirar disimuladamente a los otros representantes a ver si en ellos había alguna pizca de vergüenza, pero no la encontró en ningún rostro de los representantes.
-El contrato colectivo que hemos presentado está a pocos minutos de ser aprobado por nuestros grandes jefes -continuó Ioamn Perl con su tono altanero. Los aplausos y silbidos por parte de los trabajadores aumentaron en lo que cabía de ser posible-, ¡silencio, silencio he dicho! -vociferó con fingida ira porque sonreía otra vez-. Terminaremos pronto de ultimar los detalles, ¡Pero señores ya es un hecho!
Veron hizo un esfuerzo consciente para no cruzar sus brazos por lo que estaban escuchando sus oídos, ¿qué era un hecho, que él como supervisor ganaría igual que un obrero, sin que se tomase en cuenta que siendo supervisor se tiene mayores responsabilidades que siendo un simple obrero?
Lo único que sabía, con certidumbre, era que las cosas habían cambiado y no serían iguales y como todos los cambios este sería, y estaba seguro, violento.
«Pueden nublar con palabras bonitas -se dijo el supervisor con decisión mientras unos fotógrafos, que habían salido de Dios sabe donde, inmortalizaban un apretón de manos entre Pendraco y Perl sellando de manera simbólica la aceptación de un sindicato por parte del Grupo Empresarial Draco-, pero la realidad es más turbia de lo que aparenta».
Veron el supervisor, siguió entre aplausos, vítores y fuertes silbidos a los socios y a los representantes del sindicato a la cámara contigua en donde estaban los abogados de ambas partes con los notarios para terminar de pulir los detalles de ese puñetero contrato colectivo.
Miró de nuevo a cada uno de los representantes sindicales con un odio profundo al saber que por culpa de ellos y sus ideas estúpidas su mundo había cambiado para siempre.
«Malditos sean todos -fijo su mirada en último representante el más joven de todos-. En especial tú, por dejarte manipular por este montón de buitres».
Y como si estuviese oyendo sus pensamientos el muchacho le dirigió una mirada de extrañeza, Veron hizo como que no lo vio y el desgarbado representante volvió a mirar al frente un tanto nervioso.
«Sí, sobre todo tú que no sabes cómo va el mundo en realidad».

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Mentes de Humo
AventuraLa poderosa Era Industrial, llena de progreso y avances de todo tipo. También el tiempo más violento que se pudo apreciar en la tierra, con tiempos de revolución, seguimos la vida de Alden Teratos un hombre con el corazón correcto para la época inco...