Capítulo 1

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Alden Teratos se encontraba de espaldas a la pared tratando de controlar las ganas de hacerla añicos con sus puños. Se encontraba en una pequeña habitación anexa al lugar de descanso de su área de trabajo, básicamente era el lugar más privado en el que se podía tener privacidad.

Nadie tenía que saber porque estaba tan perturbado.

Bajó la mirada al papel que yacía en el piso a menos de metro y medio de su persona, y sintió una mezcla de odio e incertidumbre que no pensó sentir nunca. De modo que así es cómo era pagada la lealtad que se daba al sindicato. De alguna manera sabía bien que esto iba a ser lo que le deparaba por haber hecho caso a la presión y haberse convertido en representante del sindicato, puesto que estaba pintado en lo que a influencia se refería.


—Tranquilo... —le había dicho Arturo Kid, un compañero de área con poco más de dos años de trabajo, cuando le contó la inseguridad que tenía de que los dueños tomarán represalias en su contra por haber tomado una postura tan radical como el sindicato siendo él un contratado aprueba—... el sindicato es como una hermandad, no —se había corregido—. Es una hermandad. Haz esto por nosotros, se nuestro representante sindical, y cubriremos tu espalda, defenderemos tu estancia aquí.

¿En dónde había quedado ese respaldo todopoderoso que tanto pregonaba el sindicato?

Alden Teratos se prometió hacerle una corta visita a su amigo Arturo Kid enseñándole la hoja de liquidación de su contrato.

—Estoy en problemas —diría poniéndole el papel en toda su cara regordeta para que viera bien la hoja de finalización de servicios—, ¿en dónde está mi apoyo del sindicato?

Torció el gesto entre una mueca de disgusto y una sonrisa, Alden sabía que no era el momento para fantasear sobre que haría si presentase ese más que posible escenario.

Sintió como se le revolvía el estómago de tan sólo pensar en volver a su hogar y ver a su esposa Kendra y darle la mala noticia.

Toda la situación era injusta, ¿por qué, de todos los trabajadores lo eligieron a él, precisamente a él de los veinticinco individuos que integraban toda su nómina de trabajo? Fue a Alden a quién le tocó cargar con esa cruz.

—Mierda... —dijo con los dientes apretados y llevando sus manos a la cabeza—...todo esto es una mierda...

Era como si el universo le estuviera castigando por haber ido a contracorriente a todo lo que le decía su instinto. La primera vez que sintió ese disparo de alarma en su mente hizo caso omiso de este como si se tratase de un molesto mosquito.

Y por supuesto ahora pagaba por no prestar la debida atención a las alarmas que se activaron en el preciso momento en que le preguntaron si podía ser uno de los representantes del sindicato.

—Lo sabía y de todas maneras lo hice—murmuró para sí con amargura.

Todavía de espaldas descargó dos sendos puñetazos a la pared. El dolor que sintió le entumeció cada brazo y sintiéndose en absoluto mejor, su impotencia lo único que hizo fue ir en aumento, si es que eso era posible. Alden miró la hoja que reposaba en el piso doblada en papel suave, contrario al duro del pergamino del contrato. En la hoja estaban redactadas las palabras más fatales que querría leer jamás alguien que deseara conservar su empleo. La tomó con los dedos índice y corazón de la mano derecha como si estuviese tocando un animal muerto, los dedos de la otra mano desdoblaron la hoja con torpeza, a consecuencia del arrebato de ira previo, y volvió a releerla:

Mentes de HumoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora