Erina se apareció sin anunciarse en la habitación provocando que tanto Cristal como Spellwell y Alden dieran un brinco por la impresión. La mucama tenía una sonrisa radiante en la cara que se desvaneció cuando su mirada se cruzó con la del doctor. En otro momento el muchacho hubiera defendido a la mucama del regaño del doctor, pero como él también se había sorprendido por la entrada de Erina decidió que era mejor dejar que recibiera escarmiento.
—¡Disculpe, doctor! —dijo por enésima vez Erina avergonzada—. Olvidé que usted estaba aquí.
Al doctor le tomó más tiempo del que hubiera creído detener a la mucama de su aluvión de disculpas. Alden vio que Erina cabizbaja, entre sus manos temblorosas, tenía el periódico doblado con cuidado. Cristal se acercó a su compañera le susurró algo al oído que hizo que Erina alzará su rostro de inmediato. Todo indicaba que estaba al borde del llanto, y si no lo hacía todavía era porque quería no parecer una incompetente que no podía soportar un regaño.
—Pido disculpas por mi manera infantil de actuar poco propia de alguien de mi profesión —dijo la mucama con voz serena como si estuviese leyendo un discurso—. No se repetirá.
Hubo un momento en el que ninguna de las cuatro personas emitió sonido alguno. Alden observó con discreción al doctor que no movía un músculo, casi parecía haberse convertido en estatua. Pasó la mirada a las dos mucamas de pie la una al lado de la otra, sus rostros habían adquirido una nueva forma como si ya no fuesen de verdad. El muchacho por un momento tuvo la impresión de que las dos mujeres se habían puesto máscaras.
Y así como si nada el doctor sin decir una palabra desvió la mirada de las dos mucamas y se concentró en la comida en frente de él. Alden no pudo evitar sonreír cuando vio que Erina y Cristal demostraban su alivio apretando sus manos entre ellas un breve instante.
—¿Trajiste el semanario? —preguntó Spellwell masticando una hogaza de pan y bajándola con café.
—Sí, doctor —respondió Erina aproximándose a la mesa y dejando el semanario en ella.
—Eso es todo, gracias —dijo Spellwell automáticamente sin de verdad decirlo.
Las mucamas hicieron una reverencia casi imperceptible y se marcharon sin dedicar una sola mirada a Alden. La puerta hizo un crujido cuando Cristal, la última en salir, cerró la puerta tras de sí. Alden clavó los ojos en el semanario doblado al lado del doctor.
—¿Va a dármelo o qué? —no pudo evitar preguntar el muchacho.
Jacob Spellwell depositó la cuchara en el tazón de avena con lentitud y dirigió su mirada hasta Alden, este pudo notar el deje de fastidio en la voz del doctor al escucharlo decir:
—Tienes mucha prisa en saber.
—Usted también la tendría si estuviese en mi lugar —dijo Alden con una sonrisa seca colocando el tazón de avena, vacío en la mesa de noche al al lado de la cama.
El doctor respondió ese gesto con otro exactamente igual al del hombre sentado en la cama.
—Sí, también la tendría —dijo Spellwell.
Sin miramientos Jacob Spellwell le arrojó el semanario a la cara a Alden, el cual le pegó en la cabeza y resbaló hasta caer en la cama.
«Será cabrón...» pensó Alden recogiendo el semanario y abriéndolo, para variar, con torpeza.
Empezó a hojear las páginas del semanario cuyo nombre era El Heraldo con una lentitud que haría enfadar a una babosa, tampoco ayudaba mucho el hecho que era la precariedad con la que su mano derecha sostenía su lado del periódico, cuidando de no hacer pedazos el papel. Era una labor estresante.

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Mentes de Humo
DobrodružnéLa poderosa Era Industrial, llena de progreso y avances de todo tipo. También el tiempo más violento que se pudo apreciar en la tierra, con tiempos de revolución, seguimos la vida de Alden Teratos un hombre con el corazón correcto para la época inco...