Capítulo 8: Bienviniendo el nuevo año.

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Son las cinco de la mañana del primero de enero en la casa de los Ortega en Madrid, España. Zarún ha acabado de tomarse una ducha y se encuentra ahora en su habitación cambiándose de ropa para ir a tomar el avión en un par de horas junto a su hermana, su cuñado y su sobrino de vuelta a Tijuana.

El castaño se coloca una playera azul cielo hecha de algodón, muy cómoda, y encima un suéter negro con franjas blancas a los costados. El muchacho después mira su reflejo en el espejo, no puede detener un pensamiento de un sueño que tuvo en la noche. Es algo gris y opaco... No puede recordar bien qué es y le molesta mucho el no poder acordarse correctamente...

Alguien toca a su puerta y el muchacho no puede sentirse más aliviado que lo hicieran ya que, gracias a eso, sus pensamientos se esfumaron de inmediato.

— ¿Qué pasa? — Pregunta el ojos miel.

— Hey, ¿ya estás listo? — Suena la voz de su hermana mayor por el otro lado de la puerta. — ¿Quieres desayunar algo rápido antes de irnos?

— Sí, ya estoy listo. — Responde. — ¿Puedes hacerme unos huevos con tocino?

— ¿En serio? Todavía hay de lo de anoche, ¿no quieres recalentado? Ya lo puse en la estufa.

— Es muy pesado, quiero algo ligero para que no se me haga más fea la resaca... — Dice al tomar su cabeza con su mano derecha y entrecerrar sus ojos ante las ligeras punzadas que siente dentro de su cráneo.

— Eso te pasa por borracho.

— Cállate... — Replica un poco irritado. — ¿Me harás lo huevos o no?

— Está bien pues. Pero ya baja para que no se vayan a enfriar cuando te los tenga listos.

— Vale, vale...

Zarún logra escuchar los pasos de su hermana cómo poco a poco se hacen menos audibles con el paso de los segundos.

El ojos miel prepara sus últimas cosas antes de bajarse junto con ellas por las escaleras. Deja las maletas en la sala de estar y se dirige hacia la cocina, en donde se encuentra con Clarisa, su cuñado, su pequeño sobrino—quien no para de jugar con su comida—y con sus padres.

— Buenos días. — Saluda, los demás le voltean a ver.

— Buenos días. — Le responden los demás al mismo tiempo, como en coro.

— ¿Cómo va la resaca? — Pregunta al reírse y sentarse en una silla a un lado de su padre.

— Pues aquí, relajándola un poco con algo de café. — Responde su madre, quien se asemeja mucho a Clarisa, al mostrarle una pequeña sonrisa y darle un sorbo a su caliente taza de café. — ¿Quieres un poco?

— Sí, por favor. — Responde el chico al devolverle la sonrisa.

— ¿Y ya tienen todo listo? — Pregunta su padre, un hombre con una similaridad física a Zarún pero de mayor edad.

— Yo sí, — Responde Zarún. — mis maletas ya están hechas. Las dejé en la sala.

— ¿Los boletos? — Vuelve a interrogar el señor.

— No te preocupes, papá, — Contesta Clarisa. — todo está en orden.

— Ojalá se pudieran quedar más tiempo... — Dice algo desanimada la madre al mismo tiempo que le entrega su taza de café a Zarún. — Pero tú ya tienes trabajo — Dice dirigiéndose hacia su hijo. — y tú, Clarisa, ya estás invirtiendo junto a Miguel en su futuro negocio. Y parece que va bien, ¿cierto?

— Por suerte sí, señora Catalina. — Contesta Miguel. — Hemos encontrado un buen lugar en dónde invertir y trabajar para poner nuestro negocio. Es un local chico, pero muy económico y sin daños mayores. Excepto el que no tiene cableado eléctrico. Pero eso es lo de menos.

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