¿Quién soy?

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Leonard tenía bien cogido de las solapas a ese hombre. Estaban en las afueras de Las Vegas, en ese desierto infinito que tantas historias había vivido.

-¿Quién eres?, vamos dímelo, le inquiría Leonard. -¿Y por qué estabas pululando alrededor de la mesa durante mis últimas partidas de póquer?, terminó de decir casi afónico. Tenía los ojos fuera de las órbitas, la corbata desanudada y los zapatos manchados de barro y arena. Su aspecto era deplorable. Realmente no sabía cómo había llegado hasta allí, pero ahora solo le preocupaba el hombre que tenía delante. No entendía porque se parecía tanto a él mismo, y porque había estado rondando su mesa. Estaba convencido de que era el causante de su mala suerte aquella noche. Esperó impaciente la respuesta de aquel individuo, mientras lo zarandeaba de un lado para otro. -Te voy a contar una historia, le dijo con toda la calma del mundo. 

-¿Recuerdas cuándo en aquellas playas de la costa mediterránea española, estabas tan enfadado contigo mismo por haberte dejado despedir, en lugar de haber ascendido en tu empresa, que empujaste a un hombre por un barranco de unos cinco metros, simplemente porque se parecía a ti? Al día siguiente te levantaste con horribles dolores de espalda, y con una torcedura en el pie, que no sabías a que achacar. ¿Lo recuerdas?, terminó de decir. La tensión en los brazos de Leonard disminuyó y aflojó la presa que le estaba haciendo a aquel hombre. ¿Cómo sabes eso?, preguntó Leonard, con la voz apagada.

-No solo sé eso, continuó la historia el extraño, que ahora se sentía más libre debido a que Leonard cada vez lo agarraba con menos fuerza. -¿Y te acuerdas de cuando golpeaste a tu mujer, por qué creíste que te había sido infiel?, te sentiste poderoso, ¿verdad? pero cuando recapacitaste te sentiste un monstruo, y decidiste desahogarte con el primero que se te cruzase por la calle. No te fijaste en la cara de la persona con la que volcaste tu ira, pero guardaba una similitud abrumadora con la tuya. Al día siguiente viste que tenías un moratón en un ojo y la frente hinchada. Quisiste pensar que te caíste en una borrachera del día anterior, ya que tenías una laguna enorme de lo que había pasado, terminó de decir ese hombre, cuando vio como Leonard se había sentado frente a él y lo miraba con una mezcla de fascinación, miedo y sorpresa. -N-no puedes saber todo eso. No puedes, tartamudeó Leonard.

-¿No te das cuenta? Solo te estás haciendo daño a ti mismo. Cuando crees que te estás descargando con alguien, lo único que haces es hacerlo contigo mismo. Esas personas que te he mencionado son todas tú. Hay más ejemplos. Unas veces lo has camuflado bajo una capa de amnesia impostada, otras veces bajo litros de alcohol. Nunca he tenido tiempo para contártelo; ahora sí, finalizó su relato el hombre, mientras se levantaba. Contempló como Leonard se desmoronaba, al tiempo que preguntaba, -¿y por qué estás aquí?, dijo mientras sollozaba.

-Tu noche en el casino está siendo desastrosa. Estás gastando más de lo que puedes, y tú lo sabes. Me echas la culpa de tu mala suerte, pero sabes que todo esto lo estás causando tú. Ahora lo único que quieres es que la tierra te trague, porque cuando vuelvas a casa sin la mitad del dinero en tu cuenta, habiéndote gastado gran parte de lo que iba destinado a la carrera de tus hijos, sabes que tu mujer te echará. Algo que llevas mucho tiempo mereciendo, porque eres un cobarde, le increpó el hombre. -¡NO!, gritó Leonard, -Estás mintiendo. Eres como un gato negro. Has aparecido y todo ha empezado a ir mal. En ese momento Leonard se levantó y se abalanzó sobre el hombre. Le dio un par de puñetazos y cuando lo tiró al suelo, se fue a tirar sobre él, y lo único que encontró fue la arena dura. Miró hacia todos lados, y vio que estaba solo. Le dolía el ojo y notaba un golpe en la frente. Un mal sueño, tenía que ser un mal sueño. Sí, eso, se dijo.

Se levantó, se quitó el polvo, y contempló a lo lejos su coche. Seguía sin tener claro como había llegado hasta allí. Comprobó que le quedaban unos cuantos dólares en el bolsillo. La fortuna de la noche podía cambiar. Nada estaba perdido. ¿Nada?

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