Un irritante pitido agudo se anteponía a todos los ruidos que oía de fondo impidiéndome escucharlos nítidamente: los gritos horrorizados, el estruendo que hacían las mesas al ser volteadas o arrastradas por el piso y el crujido de las ventanas al romperse. Mi cabeza dolía y sentía el cuerpo pesado, como si mis huesos estuviesen hechos de plomo. Mi vista demoró en enfocarse debido al golpe y a la luz que entraba a raudales por los ventanales rotos y por el tragaluz de cristal que golpeaba despiadadamente mis pupilas.
Cuando por fin pude ver bien tuve el impulso de cerrar los ojos y quedarme ahí.
Tenía miedo.
Pero si no me movía nos iban a hacer daño.
Ese temor fue suficiente para lograr que intentara levantarme.
El dolor en mi nuca se intensificó con el brusco movimiento y solté un grito, a punto de dejarme caer nuevamente, pero unos brazos me lo impidieron y rodearon mi cintura, ayudándome a ponerme en pie, sosteniéndome por si perdía el equilibrio.
No había notado que Christian seguía a mi lado.
Lo miré, fijando la vista en sus ojos azules, intentando enfocarme en nada más que en ellos mientras que el dolor se disipaba, al menos en parte. Movió los labios, diciendo algo, pero el pitido ahogaba sus palabras.
Cuando no respondí me tomó en brazos y en menos de lo que tardé en cerrar los ojos estábamos arrodillados tras el escritorio circular de caoba, junto a los más pequeños. El pitido desapareció, aunque el dolor no lo hizo.
Niko y Ellie tenían los ojos muy abiertos y en sus miradas infantiles relucía el pánico. La situación estaba resultando un poco más difícil de manejar para Tess, que sollozaba quedamente debido al terror que debía de estar sintiendo. Niko se inclinó hacia ella y la abrazó; pude ver como sus ojos también se llenaban de lágrimas.
Mia y Sebastian no estaban ahí. Escuché la voz de Sebastian dándole advertencias a Mia en el fondo de la biblioteca, seguida de las respuestas agresivas de Mia, gritadas entre dientes. Eran los únicos haciéndole frente directamente a la amenaza, y sin duda requerirían de ayuda que Chris y yo debíamos de brindarles.
Christian tocó mi brazo, sacándome de mis reflexiones, y volteé hacia él.
—Anne, puede que logren entrar, de hecho es bastante probable si es que logran romper las rejas, así que tenemos que hacer que se vayan. No sé si tú debas hacer algo; te golpeaste fuerte en la cabeza. Lo siento, pero pensé que te habían disparado, por eso te lancé al piso.
Lucía genuinamente preocupado, pero ambos sabíamos que necesitábamos todas las manos posibles para defendernos.
—No pasa nada, lo hiciste para protegerme, gracias —le dediqué una sonrisa pequeña—. Sin embargo, de verdad tengo que ayudar, pero me quedaré por aquí cerca, lo prometo —al menos eso le daría algo de tranquilidad y no lo distraería en caso de tener que enfrentar a los cazadores.
Estiré la mano para alcanzar mi arco y maldije por lo bajo cuando noté que no estaba ahí. Lo debía de haber perdido cuando caí al piso.
Apoyé la mano sobre el escritorio, dándome el impulso para ponerme de pie, bajo la atenta mirada de Chris.
—¿Qué buscas? —preguntó.
—Dejé caer mi arco.
—Yo lo tengo —me informó.
Lo miré y me lo tendió, ya desplegado.
Lo tomé.
Con tanta aceleración ni siquiera me había percatado de ello, pero eso sólo pareció ser un factor más de preocupación para Chris.

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Young Blood
Ficción General"Para dejarte llevar debes abandonarte, renunciar a quién eres. Y para eso primero debes aceptarlo, resignarte. Y para lograr eso debes cambiar. Porque rendirnos no está en nuestra naturaleza." Hay lazos mucho más fuertes que la sangre; eso e...