Capítulo Tres

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No me malinterpreten, no era que no me gustase aprender o que me diese flojera. Sólo no me gustaba la escuela. Y punto.

Antes nos educábamos en casa, pero debido a nuestras inocentes bromas, Crystal decidió que necesitábamos "disciplina" y "aprender a obedecer", por lo que nos envió a la Academia Saint Agnes, a la que nos referíamos simplemente como "La Academia".

Esta era la primera vez en la vida que íbamos a una escuela. Era un lugar hermoso, pero aburridísimo a mi parecer.

Esa mañana el viaje hasta allá se me hizo eterno, a pesar de que íbamos a más de cien kilómetros por hora. Crystal no habló en prácticamente todo el camino, más que para preguntar un par de cosas. Se veía tensa; sus nudillos estaban blancos por la presión que estaba ejerciendo contra el volante y no prestaba atención a la conversación que manteníamos Mia y yo sobre la pronta llegada de Luca, el "novio" de Crystal, que volvía de Italia.

Me sentía un tanto mal: últimamente caso no tenía tiempo para nosotras y ahora que estábamos con ella no nos hablaba. Parecía completamente inmersa en sus pensamientos.

Sabía, por lo que había dicho Heather, que algo andaba mal, pero sabía a ciencia cierta que aunque le preguntase no me lo diría. Crystal era bastante maniática cuando se trataba de cuidarnos y, según ella, mientras menos nos contase más estaríamos protegidas.

Me recorrió un estremecimiento cuando se divisó el contorno del lugar que era nuestro destino en la lejanía.

La Academia era un conjunto de edificios modernos en el linde de un bosquecilo. Los edificios tenían grandes cristaleras que sólo permitían que se viera desde fuera hacia dentro, y la estructura era de metal y concreto blanco. Las puertas principales eran de vidrio y la escalinata que llevaba a ellas era de mármol blanco, lo que la hacía parecer un lugar extremadamente impoluto, tecnológico y sofisticado.

El laboratorio de química y la biblioteca eran estructuras separadas de los otros edificios, y se encontraban un poco más adentradas en el bosque; para llegar a ellas había un sendero de piedras que iba desde una de las salidas laterales hasta donde estas se encontraban.

Crystal detuvo el auto junto a la entrada y se volvió hacia nosotras.

—Llegamos. ¿Llevan todo?

Asentí en respuesta, mientras ponía la mano sobre la manilla de la puerta.

—Niñas... —Mia y yo la miramos. Estaba inquieta —Tengan cuidado, ¿sí?

Me invadió un sentimiento de angustia y desamparo. ¿Qué estaba pasando?

—Claro —respondí y miré a Mia.

—¿Por qué lo dices, Cryssie? —le preguntó.

Una sonrisa triste tiró de las comisuras de Crystal.

—Sólo quiero que estén a salvo, mis niñas —se inclinó hacia nosotras y nos dio un beso en la frente a cada una.

Le creía en parte.

Pero mi corta experiencia decía que eso no importaba, porque, por alguna razón, los problemas nos perseguían.

Y siempre nos encontraban.

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