Capítulo Cuatro

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Me quedé helada frente a la cristalera. Mi cerebro me decía a gritos que retrocediera, que me alejara de ahí, que echara mano al arco replegable que llevaba en la mochila y que estuviese lista para defenderme, porque a pesar del vidrio polarizado que impedía que nos viesen desde el exterior sentía que el cazador podía apuñalarme con sus ojos. No era la primera vez que me encontraba con uno y, si sobrevivía a este día, tampoco sería la última. Eso lo daba por sentado.

La Orden de la Sangre era uno de nuestros mayores problemas. Eran cazadores de vampiros y habían marcado a nuestra familia como su objetivo principal desde hace mucho tiempo atrás, desde incluso antes de que yo naciera, y se dedicaban a importunar a Crystal cada vez que podían, con tal de algún día lograr acabar con el orden que tenían establecido ella y los demás líderes.

Hacían lo que fuese con tal de causarle el daño suficiente para verla derrumbada, incluso cuando eso los hacía ver más despiadados que los seres de los que decían que nos estaban protegiendo. Nuestra familia no estaba compuesta por santos, eso lo teníamos claro todos, pero al menos nadie nos mentía sobre ello ni lo hacía parecer algo bueno, a diferencia de ellos, que se hacían llamar "héroes". 

Al principio fue algo difícil aceptar que la familia Hampton estaba llena de asesinos; mas todos y cada uno de nosotros sabía que si teníamos que escoger entre la vida de un mafioso molesto, de un cazador, de un agente de la NSC o la nuestra, debíamos asegurarnos de que la bala no fuese recibida por nosotros.

Aún no tenía dieciocho y mis manos ya estaban manchadas de sangre; no había matado a nadie, pero sí había causado daño y Crystal o Blake se habían encargado de aquellas personas que me habían herido y de las que me había tenido que defender; porque no, cuando se trataba de desestabilizar emocionalmente a todos en casa, ellos no se detenían ante nada ni nadie, hasta que alguien les paraba los pies a la fuerza.

Tenía cicatrices que probaban lo crueles que ellos podían llegar a ser.

Esperaba no conseguir ninguna nueva en bastante tiempo.



Christian fue el primero en reaccionar, adelantándose un par de pasos hacia el ventanal. Mi primer impulso fue tomarlo con fuerza del brazo y jalarlo hacia atrás, acción que respondió dirigiéndome una mirada confundida. 

—No puede vernos —me recordó. Había divagado demasiado y me había olvidado de ese detalle.

Negué con la cabeza.

—De todas formas es arriesgado.

Quien sabía si llevaban escáneres infrarrojos con ellos.

Lo miré a los ojos cuando se volteó hacia mí. Estaba asustado, todos lo estábamos. Ninguno había estado libre de aquellos monstruos, pero debíamos hallar la forma de salir ilesos de esto.

—Annie —dijo Mia en susurros, con la mirada clavada aún en el bosque.—Se ha ido.

—No lo hizo —corrigió Sebastian.—Sólo entró al bosque. De seguro hay más cerca. Siempre los hay.

Me mordisqué las uñas. Era un mal hábito que salía a la luz cada vez que estaba nerviosa. Evalué las opciones: podíamos entrar a clases y hacer como que nada nunca había pasado, pero sabía que eso nos dejaría indefensos en caso de que el o los cazadores entraran a la academia, cosa que no era improbable en absoluto; o bien podíamos fugarnos de la academia, como ya habíamos hecho antes, pero nos podían encontrar mientras nos íbamos.

O podía llamar a Crystal.

Saqué mi celular.

—¿Qué haces? —preguntó Mia.

—Llamo a Cryssie —respondí mientras marcaba el número y me ponía el teléfono al oído.

Saltó el buzón de voz. Intenté de nuevo y nada. Lo mismo pasó cuando les marqué a Blake y a Heather.

Nada. No había señales de ellos.

Guardé el celular con el estómago revuelto. Estábamos solos.

Sebs, Mia y Chris me miraban expectantes. Negué con la cabeza.

Christian, sin previo aviso, echó a andar a las escaleras.

—¿A dónde vas? —exclamé, quizás un poco más fuerte de lo que pretendía.

Una puerta se cerró en algún  lugar cercano a nosotros. Me sobresalté y me volví hacia la fuente del sonido.

Había pensado que era algún profesor que nos había oído y que ahora nos enviaría a la dirección por no entrar a clases, pero por suerte me equivoqué.

Una chica pelirroja había salido de una de las aulas, y nos miraba. Le devolví la mirada y entonces nos dio la espalda y se encaminó hacia los baños. Creo que éramos compañeras en literatura o en alguna de mis clases extras de ciencias, tal vez de genética, pero no podría afirmarlo con seguridad. Nunca había hablado con ella; así eran las cosas en este lugar. Las personas nos respetaban lo suficiente como para no meterse con nosotros, pero tampoco se atrevían a hablarnos, porque nos temían principalmente a causa de estar emparentadas con Crystal.

 En cuanto la chica hubo desaparecido encaré a Chris.

—Es obvio que el edificio no es seguro. En cuanto se den cuenta de que estamos aquí les será excesivamente fácil entrar —explicó.

—Podemos defendernos —lo desafió Mia.—Lo sabes bien.

—No si queremos permanecer aquí. No si queremos seguir viniendo a este lugar —acotó Sebastian.

Tenía razón. Mia y yo ya habíamos tenido que largarnos de Nueva York cuando el FBI estuvo metiendo sus narices en los asuntos de Crystal y la Orden de la Sangre hizo una alianza temporal con ellos; no podríamos evitar irnos si nos veían disparándole a un montón de cazadores dentro de la escuela.

—No estamos encontrando soluciones —se quejó Mia. Sabía que ella también pensaba que Sebastian estaba en lo acertado.

—Es porque lo estamos pensando demasiado —Christian a veces era impulsivo, y esta era una de esas veces.—Van a entrar al edificio, eso es un hecho, y a no ser que nos encuentren en un lugar desierto en el que nos podamos refugiar y además defender sin problemas, no va a acabar bien.

Se me prendió la ampolleta. 

—En realidad... sí hay un lugar desierto.

Las miradas se volcaron en mí, a medida que trazaba un plan en mi cabeza. Si éramos rápidos y lo ejecutábamos bien, podría llegar a funcionar.

Había una gran posibilidad de que no lo lográramos.

—Habla, Anne —me urgió Mia.

Comencé a dudar.

—Es arriesgado —informé, vacilando.

Ella suspiró con exasperación. Tenía casi tan poca paciencia como Crystal, pero a ella nadie la superaba.

—¿Y acaso toda nuestra vida no lo es?

Young BloodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora