– Volví porque me necesitás... – respondió la voz en tono serio– y porque sabía que me extrañabas –concluyó con irónica ternura.

Como quien se da por vencido ante el encanto de un niño, María cerró los ojos y esbozó una sonrisa.

Eran casi las siete de la tarde. Afuera, el cielo se partía en miles de gotas por segundo y la noche se empezaba a asomar. Adentro, la escasa luz que entraba por la ventana era la única que alumbraba. Y más adentro, en el corazón de María, había un panorama similar. Una melancolía que le resultaba familiar había invadido su corazón. No se dio cuenta en qué momento pasó, pero sabía de qué se trataba. Era un sentimiento que aparecía de vez en cuando y que la hundía más profundamente en el hueco de su sillón. Y las contadas veces que lo había experimentado, siempre venía acompañado de esa voz.

Pero esta vez era diferente. Porque había aprendido por experiencia que hundirse no servía para nada. Esta vez iba a ser diferente.

Con voz calma, María le respondió:

– Ok, bienvenida de vuelta entonces.

¿Con quién hablas?Where stories live. Discover now