Capítulo 7

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     El sol estaba sobre ellos indicando que era el medio día. Todavía faltaba mucho tiempo para que Leonart llegue al encuentro de Celeste, la cual ya le pesaba la distancia.

     –¿Ahora eres inmortal? –preguntó Sherry a Celeste antes de llegar al final de la colina.

     –Algo así –Celeste sonrió –. Me podrían asesinar.

     –Por lo menos mantendrás esa belleza –le indicó Darwin. Sherry sintió como si el estomago se le hubiera revuelto pero no dijo nada.

     –Bueno –comenzó Celeste –. Envejeceré, pero con más lentitud que los demás.

      –Sí –exclamó Sherry –. Lo leí en un libro, decía que un vampiro joven, cómo tú, duraría más de trescientos años para llegar a la adultez –respiró emocionada por el conocimiento recordaba –. Y para llegar a una etapa de la vejez podría hasta durar ocho siglos o tal vez más.

     –Bueno, larga vida a Celeste –exclamó Caleb que había escuchado cada una de las palabras. Cuando todos volvieron la mirada enfrente de ellos estaba el final de la colina.

      Había un montón de piedras grandes derrumbadas enfrente. Habían llegado al Reino Fugaz o lo que quedaba de él. Caminaron y cada vez se notaban más el deterioro del lugar. Algunos de los edificios que aún se mantenían en pie estaban inclinados y que con un simple empujón caerían sobre cualquiera que transcurriera esos caminos angostos.

      Llegaron a un laberinto de derrumbe. Caminaban con cuidado, saltaban piedras, las retiraban del camino. Caleb le pidió a Sherry y Darwin que olfatearan y buscaran algún rastro de vida en aquellas ruinas.

      Se toparon con muchos cadáveres, algunos estaban calcinados o por la mitad. Allí había ocurrido algo muy malo, pero no sabían que pudo ser. Darwin dijo que había olfateado algo, y lo siguieron entre un montón de piedras. Hasta que delante de ellos estaba una casa intacta en medio de una plaza.

     –Vigilen aquí afuera –les pidió Caleb a Sherry y Darwin –. Nosotros entraremos y si necesitamos ayuda gritaremos.

     Ellos aceptaron sin mucho reproche. Se sentaron a hablar junto a unos escombros; mientras la familia Coin Lotus tocaba la puerta de la casa. Nadie atendió así que Celeste la empujó ya que estaba abierta.

     Entraron en el interior. Caleb tenía una extraña sensación en el pecho que desconocía.

     La casa, en efecto, era pequeña. Era una simple sala, y allí estaba de espalda a él. Un hombre vestido con una túnica gris.

    –¡Bienvenido a tu hogar, hijo! –pronunció mientras de daba la vuelta.

     El hombre se retiró la túnica gris y dejó ver su rostro. ¿Kevin Houfly, el hombre de sus sueños? Era todo lo contrario. Joven, atractivo, sin canas en su cabello y unos ojos azules que daban escalofríos. Era el Rey Charles, perdón, ¿su padre?

     Emma y Caleb abrieron los ojos como platos. Celeste no comprendía porque ambos habían reaccionado de esa manera.

     –¿Qué haces con vida? –chilló Emma.

    –He tenido otra oportunidad –le aseguró el Rey Charles –. Pero no para matarte, hijo mío, para convertirte.

     –¡Tú no eres mi padre! –gritó Caleb.

     Darwin y Sherry al escuchar el grito entraron corriendo.

     –¿Nuevos amigos? –preguntó el Rey Charles sonriendo. Levantó el brazo y todos menos Caleb salieron disparados hacia fuera de la casa, y luego la puerta se cerró de un portazo. Y no cedía –. Sí lo soy. Yo también me sorprendí mucho al enterarme.

Las Aventuras de Caleb Coin: Reino FugazDonde viven las historias. Descúbrelo ahora