Capítulo 2

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Él no me contesta ipso facto, claro. Es un superjefe y, como tal, le encantala tensión y el misterio. Y a mí me están entrando ganas de ir al baño. Perome mantengo impasible y estoica a su lado, mientras mis ojos contemplantodo el vídeo. 

Lo que veo son varias anécdotas del confesionario, y mi voz de fondo. 

Me asombro de lo tranquila que sueno en televisión, cuando lo que enrealidad me sucede en esos momentos es que estoy recibiendo laavalancha de sentimientos de los concursantes, y mi cabeza intentaracionalizar y entenderlos para poder servir de ayuda. 

Sentado en el taburete, Federico se está descojonando, hasta tal puntoque se le saltan las lágrimas. Me quito las gafas y las coloco en el canalillode mi blusa roja. No entiendo qué le hace tanta gracia. Y no para, el tío. 

Después de varios cortes en los que solo salen los Hermanosescuchando mi voz, llega una nueva secuencia. Carlos, el más joven de losparticipantes, con el pelo rubio desteñido y piercings en la cara, apareceen la pantalla, con el rostro pálido y temblores. Es punk. 

Recuerdo ese momento a la perfección. Eran las seis de la tarde. 

—Mira esto, Becca —dice Federico al tiempo que se limpia el rostro delágrimas—. Es buenísimo. 

Yo hago una mueca de incredulidad. Pienso que si su intención esreñirme o, en el peor de los casos, despedirme, no debería reírse de esemodo, o al final el momento perderá todo su suspense. Doy un sorbolargo a mi café y presto atención. 

—¡Necesito un cigarro ya! —grita Carlos con las ojeras muy marcadas. 

—No os queda nicotina, Carlos. No tenéis dinero para tabaco y vas atener que aguantar toda la semana así. 

—¿Que tengo que aguantar toda la semana, dices? —repite; parece estara punto de abalanzarse contra el cristal—. Lo estoy pasando realmentemal. Me tiembla el cuerpo y tengo palpitaciones. 

—Es ansiedad. La falta de nicotina te provoca ansiedad. Es como unmono. 

—He intentado hacerme un puro de césped con el canuto del rollo depapel higiénico. Creo que es más que mono lo que tengo —aclarapasándose las manos por el pelo, tirando de él sin escatimar fuerzas. 

—Carlos... —intento que me escuche. La abstinencia a cualquier drogaes un suplicio físico. 

—Quiero fumar. 

—No hay tabaco... 

—Quiero fumar... 

—Tienes que prepararte una estrategia para pelear contra tu ansiedad.No es bueno estar así. 

—¡No quiero estrategias! ¡Quiero un puto cigarro! 

—¡Carlos! —grito de repente. Él se queda muy quieto, asombrado porel tono—. ¡Métete el dedo en la oreja! 

A mi lado, Federico está doblado de la risa. Yo lo miro a él y a lapantalla del Mac alternativamente. ¿Por qué se ríe? Intenté ayudar a Carloscomo mejor sabía. 

—¿Que me meta el dedo en la oreja? 

—¡Sí! ¡Corre! ¡Corre! ¡Hazlo! 

El punk levanta una mano, con una cara totalmente cómica y pococrédula. Introduce el índice en el oído y se queda con la vista fija en elcristal. Arquea las cejas negras y se humedece los labios. 

—¿Hola? —pregunta en esa posición. 

—¡Dime cinco marcas de leche! ¡Deprisa! 

Tres arrugas de estupefacción aparecen en el entrecejo de Carlos. Casipega la cara al cristal como una mano loca. 

EL DIVÁN DE BECCAWhere stories live. Discover now