Capítulo 3

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Como os podéis imaginar, al día siguiente de mi ruptura, y bajo losefectos todavía de la valeriana, del Ben & Jerry's y de un par deenantyums para el dolor de cabeza, me dirijo con toda la caraja por lamadrileña avenida de Manoteras para encontrarme con Federico. Ahí esdonde está el edificio de la productora Zeppelin. 

Cuando entro en su oficina, después de dejar atrás numerosas plantas ylargos pasillos, abro la puerta, le hago un Casper a su secretaria (esto es,hacer como si no existiera) y le digo a Fede: 

—Acepto el desafío. Quiero El diván de Becca para mí.Fede, impecable como siempre, bajo miles de euros de tela y miles dekilos de poder, en vez de alegrarse, se levanta de su sillón de jefazo, cierrala puerta de su despacho y me agarra por los hombros para estudiarmecon patente preocupación. 

—Becca, tienes un aspecto de pena. ¿Estás drogada? 

—¡No! Pero creo que el enantyum no me ha sentado bien del todo... Hetenido una mala noche. 

—¿Qué te ha pasado? ¿Qué haces así vestida? Es como si te hubierasinventado un look entre Lady Gaga y Courtney Love. O peor, entre PazPadilla y Alaska. —Me mira de arriba abajo—. Eres como una cantante degrunge pasando por una etapa pop. 

Lo sé. Tengo el pelo completamente encrespado y me sostengo losrizos delanteros con mis gafas de montura negra y de pasta, como si fuerauna diadema. Voy vestida con tejanos negros y una levita larga y oscuraque me llega por debajo de las nalgas. Debajo solo llevo una blusa blanca,y en los pies, unas botas con plataforma de color beige Celine, quecombino con un bolso de la misma firma, de color rojo. Sí, hoy solo hevisto medio look de Paula Echevarría, ¿vale? El otro medio lo heimprovisado. Ya os he dicho que no sé combinar demasiado bien.   

—Nada, Súper. Asuntos personales que, por otra parte, te vendrán demaravilla para que acepte el proyecto. Así que no hurgues en la herida. 

—Pues, sea lo que sea, entonces me alegro. 

—Insensible —le digo, hastiada. Me llevo la mano a la frente. La cabezame va a estallar y noto la lengua pastosa y medio dormida. ¿Cuántosenantyums me tomé? He dicho dos como el que dice que cuando llueve temojas, pero bien podrían haber sido cuatro. 

—¿Has revisado el dossier que te facilité? —Fede sigue sin quitarmelos ojos de encima. Receloso, toma asiento de nuevo, tras su escritorio ysu inmenso ordenador Mac con el que se oculta de miradas ajenas y untanto nubladas como la mía—. ¿Te parece bien el proyecto? 

—Sí. Asegúrame que tendré todo el control sobre mis pacientes y queseré yo quien decida en todo momento qué hacer y cómo hacerlo. 

—Así será. —Entrelaza los dedos y la comisura de sus labios se levantasoberbia—. Tú tienes mucha más creatividad que cualquiera de nosotros.Tus decisiones seguro que serán las correctas. 

—Bien. Quiero agua. 

Fede frunce el ceño. 

—¿Agua? No comprendo. Tendrás lo que quieras y como quieras... 

—No. No. Quiero agua ahora. —Parece que me haya comido unestropajo—. Por favor —añado. 

Mientras Fede me sirve agua de su dispensador personal en un vaso deplástico, me pregunta: 

—¿Qué tipo de crack dices que te has tomado? 

—¡No me he tomado nada de eso! —Cojo el vaso como una mujersedienta y desesperada—. Yo no tomo drogas, por el amor de Dios. Essolo que se me fue la mano con los ibuprofenos... No he dormido nada.Estoy agotada.

—¿Nervios por tu decisión? 

—Digamos que ha sido un poco de todo. Mi novio me ha dejado porFaceTime. —¡Ale! ¡Ya está! ¡Ya lo he dicho! Apuro el vaso de agua degolpe—. Malditas tecnologías. ¿Hay algo más humillante que eso? 

EL DIVÁN DE BECCAWhere stories live. Discover now