Capítulo 4

9 1 0
                                    

Después de que saliéramos de casa de mi madre con cuatro vasos desangría de tequila por cabeza y un principio de cogorza como un piano,no se nos ocurre otra cosa que ir a cenar a Barcelona. En taxi. 

Al bajar del taxi se me ha salido un zapato, pero lo he recogido conclase, un amago de croqueta y un cabezazo contra la puerta. Bien, Becca,bien. 

Vamos divinas. Eli me ha obligado a quitarme la falda escocesa y lasbotas militares y me ha vestido de arriba abajo. Ahora llevo unospantalones de pitillo negros, unos zapatos Guess con taconazo que imita lapiel de serpiente, una blusa con transparencias y una americana no muylarga, que me da un toque informal y seductor a la vez. Me han obligado allevar el pelo suelto y me he pintado como una Bratz. 

Pero si yo voy de esta guisa, las otras dos llaman mucho más laatención. Mi hermana lleva un vestido corto rojo, con un escotazo deinfarto en el pechamen, zapatos negros de plataforma y una cazadora,también negra, no muy gruesa por encima. Va de mala malota.

Eli va parecido. Ambas tienen gustos similares en cuestión de ropa.Solo les varía el color y el corte del vestido, que el de Eli es de tono verdeRondel. 

Tres mujeres que superan la tasa de alcoholemia permitida y quereservan en el Mamarosa Beach vaticinan una noche épica. Cocina italiana,vistas a la playa, ubicado bajo el hotel W, decorado con flores cálidas ycolores pastel, iluminados con tonos fucsias e íntimos... O eso creo,porque el mareo que llevo es de escándalo. 

Y ahí estamos, las tres Marías con el don de convertir el agua en vino,hablando de nuestras cosas. Cada una apechugando sus problemas con elalcohol. 

A mí me dan ataques de risa, compaginados con lloreras de vértigo. A mi hermana Carla el beber le da flojera; tanto, que se le abren laspiernas solas.Y a mi amiga Elisabet le da por la verborrea desenfrenada. 

Por cierto, no os lo he dicho, pero Eli es psicóloga. Somos inseparablesdesde que hicimos la carrera juntas en la universidad. Eli se especializó enPsicología de Pareja. 

Pues bien, cuando va borracha, le da por interrogar a todos los hombresy mujeres que se le acercan para que le cuenten sus problemas conyugales.Sus preguntas son: «¿Folláis bien? ¿Os tocáis a menudo? ¿Os decís lascosas a la cara? ¿Folláis bien?». Eli tiene una teoría, dice que el amor semuere en la cama. Cuando el deseo y el sexo se convierten en algoinsustancial y dejamos de preocuparnos por satisfacer al otro, ahí empiezala decadencia.   

Por eso solo hace preguntas sobre el fornicio. 

—¿Follabais bien tú y David? —pregunta sin soltar la copa ni jarta devino. 

Ahí está. Es que no falla. 

Carla se muere de la risa ante la pregunta y echa el cuello hacia atrás, enun gesto seductor, mirando de reojo. Yo lo advierto y me giro con latorpeza de la embriaguez, sin disimulo. Dos mesas más a la izquierda, untipo muy atractivo la mira y sonríe. 

¡Oh! ¡Será guaaarraaa! Ya está ligando, la tía. Pero ¡si no le ha dadotiempo ni a sentarse! Como la vara zahorí que busca agua, los ojos deCarla cazan hombres. 

Por mi parte, hace rato que intento leer la carta, pero las letras noquieren estarse quietas. Mamonas. 

—Mi sexo con David, bien, gracias —contesto. El movimiento de mirarde un lado al otro provoca que me maree más.

 —¿Eso quiere decir que, si te ponías sexy, David iba hacia ti como elgorrino a la bellota? —Eli clava los codos en la mesa. El izquierdo se leresbala, pero se recupera rápido. Es toda una profesional. 

—No hagas eso, Vane. No me psicoanalices. Nos prometimos que no loharíamos. 

—Está claro que mentisteis como bellacas —apunta Carla guiñándoleun ojo al desconocido. 

EL DIVÁN DE BECCAWhere stories live. Discover now