Tras mucho caminar, llegué a un claro abierto y llano. Todo el suelo era de una fina hierba y no había matojos ni árboles alrededor. A pocos pasos de mí, había una mesa redonda de madera antigua, con cinco asientos en su círculo. Me senté en uno de ellos y contemplé el paisaje y luego las sillas vacías. Hice un leve suspiro, pensando en lo solas que se sentirían esas sillas de madera, sin que nadie se sentara en ellas. En cada asiento, había una taza de té vacía, salvo la mía, que tenía leche tibia con chocolate y en el centro de la mesa, una bandeja de bollos. Cogí un croissant y lo moje en el chocolate. Me preguntaba para quién era los otros asientos...
En el laboratorio del castillo, los rudos bandoleros registraron de arriba abajo la estancia, tirando libros y pergaminos de los estantes. Un hombre irrumpió en la sala, abriendo las puertas de una patada que sus secuaces se asustaron. Era un hombre alto y corpulento, con el brazo derecho amputado y sustituido por un brazo metálico. Su armadura de color rojo sangre y su casco, le daba apariencia de un demonio temible. Se quitó el casco y se le descubrió el rostro; su cabello era liso y pelirrojo, su mirada era demencial y su sonrisa torcida arqueaba en su rostro alargado.
Los demás daban un paso atrás cuando su jefe se les acercaba. Colocó la mano de hierro sobre una mesa, empujando y tirando lentamente los frascos y los objetos, hasta que de un ataque de furia, destruyó todas las pociones de un solo mandoble y se volvió a los seguidores:
- ¿¡DONDE ESTAN!? - Gritó fuertemente que se oía el eco en las paredes.- ¿Qué os pasa en esa cabeza de metal, atajo de inútiles? No quiero libros, ni pócimas ni artilugios estúpidos, quiero a... ¡CUATRO-SIMPLES-Y-ENCLENQUES-MOCOSOS!
Cogió un frasco y de la echó a la cara a uno de los bandoleros. Se llevó las manos y gritaba de dolor.
- ¿Algún otro tiene algo que... me interese? - Le pregunto a los demás y todos se negaron. Se le cambió la cara al no recibir respuesta.- Pues o me traéis lo que os pido... ¡O insertaré vuestras cabezas en mis picas! ¡Largo!
Todos salieron corriendo del laboratorio. Una figura encapuchada se asomaba al umbral y el hombre la reconoció.
- Tu predicción ha sido del todo errónea, hechicera. "Están aquí", dijiste. "Capturalos en la ciudadela" dijiste. Pues, mira tú por donde, ¡Aquí no hay nadie! - grito.
- Te dije que estarían juntos por fin, en este lugar, ahora ¿quedarse esperando a que los capturases?, es un poco estúpido. - Se rió para sí misma y miró por la ventana.- Alguien les habrá ayudado a huir. Ese alguien no es de esta tierra... ni de este tiempo.
- ¿Insinúas que les han alertado de nuestro ataque?
- No es que fueras muy discreto, pero aun así, quién les avisó lo sabía muy bien.
Al oír esas palabras, el hombre chocó los puños contra la mesa y más tarde, se echó a reír desquiciadamente.
- ¡Pues encuéntralos! Envía a esos espectros tuyos y tráelos ante mí. - Ordenó el hombre.
- Como desees, maestro Ruber.
En un pequeño pueblo, en la taberna "El Petrosello" estaba abarrotada de gente campesina. Muchos bebían cerveza, comían abundantemente, jugaban a las cartas y hacían más ruido que en el pub de mi pueblo. Pero, al menos estábamos a salvo, yo y los cuatro jovencitos que rescaté. Nadie nos reconoció afortunadamente, pero la noticia del ataque a la ciudadela se extendió rápido. Aunque eso era el menor de nuestros problemas. Nos sentaron en una mesa al lado del balcón del primer piso, donde podía ver pasar los grupos de gentes, mientras el resto comían tranquilamente. Observaba como Jack arrancaba trocitos de papel y los convertía en bolas con escarcha y se los lanzaba a los hombres de alrededor.
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Woodgate y los cuatro grandes
FanfictionNara Woodgate, una bruja con dones de la premonición, vive su vida tranquila en su pueblo natal. Entre tanto, cuatro jóvenes adolescentes (Jack Frost, Hipo, Mérida y Rapunzel) han sido transportados, a través de portales, a una tierra mágica descono...