En épocas invernales, la nieve hacía su aparición y era la principal protagonista. Con ella, llegaban las grandes oleadas de frío, las tormentas y un sinfín de consecuencias. Algunas malas, pero en su mayoría eran buenas.
La mayor parte de las personas, ama la nieve. Tirar bolas de la misma a la cara de otros, armar muñecos o tirarse al suelo a hacer siluetas de ángeles que se desvanecían después de un rato.
Sin embargo, una persona entre miles, odiaba las extremas temperaturas bajas, usar demasiada cantidad de ropa y abastecer su cuerpo con sopa prácticamente todos los días. Decir que estaba harto, era poco para describir el sentimiento de Guren.
Y si ya estaba irritado por tener que caminar con una tonelada de más encima de él a causa de los abrigos, lo estaba mucho más por la presencia de cierto albino parlanchín que habla a su lado. Guren se preguntaba si se tomaba el tiempo suficiente para respirar.
—...y me lanzó su libro en la cara. ¡Sólo por decirle que debería cambiar el estilo de sus cejas! ¿No crees que exageró un poco? Yo realmente creo que si se depilara, tendría un rostro más agradable a la vista. Además, no había necesidad de hacer eso. Mira, por su culpa ahora tengo un horrible moretón en la meji...
—Por el amor de Dios, Shinya. Cállate —le cortó, con notable exasperación en su tono de voz.
—En lo personal, creo que fue por envidia —siguió, ignorando al azabache—. Él sabe que tengo un rostro mucho más favorable que el suyo, y además mis cejas no son como un...
—No me importa, cállate —repitió, agradeciendo internamente que por fin llegaron a la puerta de la tienda—. Quédate afuera.
—No soy un perro, Guren.
«No, más bien eres una perra», pensó. Decidió ahorrarse el comentario.
Sin decir nada más, se adentraron al local. No tenían que hacer mucho, sólo comprar dulces para la molesta hermana de Shinya, y algún que otro ingrediente para la cena de esa noche.
Desde que decidieron vivir juntos, para alejarse de sus familias, hicieron un pequeño trato que favorecía a ambos: Shinya se encargaba de la comida, la ropa y los platos; y Guren de barrer, repasar los muebles y mantener todo en orden. Los gastos estaban divididos entre ambos, y lo sobrellevaban bien hasta ahora, pasados alrededor de ocho meses.
Guren buscó irse de casa para no tener que soportar a su familia, pero comenzaba a creer que la convivencia con el ojizarco era mucho peor.
Eso era lo que pensaba mientras lo veía desaparecer entre las góndolas de mermelada, con sus ojos prácticamente irradiando brillos al ver todos los envases llenos de esa pegajosa sustancia. Nunca entendería el porqué de su infinito amor hacia ella.
De todas formas, no perdió el tiempo y se apresuró a ir por las verdaderas compras, puesto que si no lo hacía antes de que Shinya decidiera entre fresa y durazno, este último le pediría algo como el niño caprichoso que parece ser.
Al salir de la tienda, el de cabellos claros volvió a parlotear. Guren escuchaba, pero era incapaz de analizar toda la información innecesaria que le era otorgada por el otro en cuestión de segundos. Tampoco quería hacerlo, no le interesaba en lo absoluto; y a Shinya no le importaba que no le importase, él hablaba y hablaba sin parar, pero no esperaba ninguna respuesta.
Para Guren era molesto escuchar la voz del menor taladrar en su cerebro, pero ya se había acostumbrado. El único momento en paz que podía tener, era cuando el chico se dormía o debía salir.
El de ojos amatistas solía silenciarlo cada vez que tenía oportunidad, pero no fue el quien lo calló en ese preciso momento.
Una considerable cantidad de nieve cayó directamente a la cabeza de Shinya, proveniente de uno de los toldos de algún mercado por el que estaban pasando debajo.
Claramente, estaba congelada. La expresión juguetona de Shinya cambió por una de sorpresa, y un sonido extraño se escapó de sus labios cuando se estremeció. Algo así como un grito ahogado, gracias al repentino frío que sintió.
Lo único que hizo Guren fue reírse, justo en su cara. Su estómago dolió cuando su amigo lo llamó "hijo de puta", mientras agitaba la capucha de su campera para quitar la nieve que quedó estancada ahí.
El pelinegro decidió compadecerse de él, y lo ayudó quitando el rastro de nieve de sus hebras plateadas. Pasó sus dedos delicadamente por su cabello, acariciando más de lo que debía; y es que se sentía tan suave, le recordaba al pelaje del minino blanco que alguna vez tuvo.
Inconscientemente apartó algunos mechones de su rostro, dedicando unos segundos a observarlo con detenimiento. Su piel era casi tan blanca como la nieve, demasiado traslúcida, tanto que llegaban a notarse apenas algunas de sus venas. Poseía facciones demasiado finas, su nariz, el contorno de sus labios, lo rosado de sus pómulos... Su belleza era como un hechizo.
Un hechizo que Guren rompió, chasqueando la lengua y empujando lejos de él al contrario. Shinya salió de su trance bruscamente, pestañeó dos veces, como si estuviese confundido, y su expresión volvió a ser la misma misma de siempre: totalmente irritante.
—Nieve de mierda —se quejó en voz baja, sacudiendo una vez más su ropa.
La magia del momento terminó de irse por el caño con su comentario, y la mirada burlona por parte del mayor.
—¿Quién es el que odia la nieve ahora?
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Dulces fiestas ✧ gureshin
FanfictionGuren odia los días festivos, en especial navidad. Shinya, por el contrario, ama las fechas navideñas. Gracias a ello, se propone darle al azabache la mejor navidad de todas.