Besarse en medio de la calle no era algo bueno. No cuando estaban invierno y la temperatura era aún más baja que cero. Y mucho menos cuando eres Shinya, quien pesca resfriados cada dos por tres.
Pronto su nariz comenzó a ponerse colorada al igual que sus mejillas, señal de que estaban congeladas. Los dedos de sus manos se entumecieron a pesar de que tenía guantes y, cuando Guren notó todo esto, rápidamente volvieron.
Una vez en el departamento, ambos se sintieron aliviados al sentir la calidez que irradiaba la calefacción. De inmediato, Shinya fue a darse un baño caliente por sugerencia —o más bien orden— de su mejor amigo.
Bueno, realmente ya no sabía qué eran. Llamarlo "amigo" no era lo más correcto, porque definitivamente no lo eran. Pasaron la delgada línea que separa la amistad de algo más, en el mismo instante en que sus labios se tocaron.
O eso pensaba Shinya, mientras sumergía su cabeza dentro del agua caliente de la tina.
Rebobinó el día que había tenido. El mensaje, la charla con Shinoa, su maratón de casa de sus padres al departamento; y de ahí a la plaza. En el presente que le dio a Guren y este aceptó sin chistar, los besos... La corta caminata, acompañada de sus comentarios estúpidos y los mismos insultos por parte de su acompañante.
Y mientras enjuagaba el shampoo de su cabello, llegó a la conclusión de que a Guren le había gustado todo aquello. De ser lo contrario, él lo habría echado de ahí, tirado su ropa por la ventana y pedirle que jamás se vieran de nuevo. Pero no fue así.
De todas formas, Shinya no pudo evitar sentirse algo mal. ¿Qué hubiese hecho si Guren de verdad no correspondía a sus sentimientos? Pensó en lo horrible que sería vivir sin molestarlo, sin buscar irritarlo el noventa por ciento del tiempo, sin su ceño fruncido, sin esas muestras de afecto tan leves que apenas podía notar...
Sin él.
Unas fuertes ganas de abrazar a Guren arrasaron con el albino, al mismo tiempo que ponía a vaciar la bañera. Era claro que necesitaba a ese chico gruñón a su lado, que lo quería más que a cualquier otra cosa. Porque su vida sería demasiado aburrida, porque alegraba sus días, porque sus más radiantes sonrisas le pertenecían, y porque su corazón estaba entregado en bandeja.
Perdido en sus pensamientos, se colocó algo de ropa y unas pantuflas pertenecientes a Guren. De esa forma se dirigió hacia la sala, con una toalla blanca entre sus manos y sobre su cabeza.
La televisión estaba prendida. Guren se encontraba sentado en el sofá, con uno de sus codos apoyado en el reposabrazos y su cabeza en el dorso de su mano. La expresión de total desinterés se veía plasmada en cada una de sus facciones, y Shinya creyó que así estaba bien. No lo quería de otra forma.
—Eres un completo subnormal. ¿No sabes secarte el cabello? —preguntó Guren, una vez que el menor se sentó a su lado.
Shinya soltó una risita, tendiéndole la toalla al pelinegro. Este la tomó de mala gana, rodando los ojos.
—Noup —pronunció, moviendo su cabeza en un gesto de negación—. ¿Lo harías por mí... de nuevo?
Con un suspiro de resignación, Guren se acercó hacia Shinya, quien se colocó de espaldas a él. Y con suma delicadeza —que ni el mismo sabía que poseía— se encargó de secar lo más que pudo su cabello plateado, que hasta el momento estaba goteando. Ya era milésima vez que lo hacía desde que vivía con el, como le llamó antes, subnormal.
—Subnormal —repitió, mientras dejaba la toalla a un lado.
Shinya no era un subnormal o un inútil, simplemente le gustaba recibir la atención de Guren; y este tenía la ligera sospecha que era algo por el estilo. Pero tampoco decía nada al respecto, porque era una de esas cosas que —en lo más profundo de su ser— amaba.
—Busca una película buena, iré a preparar algo caliente —propuso Shinya con una sonrisa, levantándose para hacer lo anterior.
Guren hizo zapping, cambiando repetidas veces de canal hasta encontrar una película más o menos pasable. Cuando la pantalla mostró Mean Girls, se apresuró a cambiar, pero ya era demasiado tarde.
—¡Deja esa! —exclamó Shinya, exaltando al azabache. Había ido a buscar unas mantas después de prender la cafetera.
—Pero ya la vimos mil veces, Shinya. Me hartó —se quejó, dispuesto a cambiar de nuevo.
—Déjala a menos que quieras que te eche agua hirviendo en el pantalón —amenazó Shinya, aunque no podía ocultar el deje de diversión en sus palabras.
Uno nunca podría saber si Shinya habla en serio o no, porque siempre estaba sonriendo. A veces daba un poco de miedo, pero Guren jamás lo admitiría. En cambio, prefirió dejar que el maldito filme malo corriera.
Minutos después, el ojizarco dejó un par de tazas en la mesa ratona frente al sillón, una con chocolate y otra con café.
Y ninguno de los dos saben exactamente cómo y en qué momento pasó, pero terminaron enredados entre una de las mantas.
En algún punto, Guren no necesitó beber del café que preparó el otro para sentir la tibieza depositarse en su estómago. Porque los brazos de Shinya rodeándolo eran suficiente para sentirse así.
Las tazas terminaron vacías, el volúmen de la televisión bajó considerablemente. Lo único que se escuchaban eran las risas provocadas por Dios-sabe-qué.
Guren acomodó algunos almohadones detrás de su cabeza, para evitar algún dolor de cuello, y se recostó a lo largo del sofá. Shinya hizo lo mismo, pero él se acostó sobre el cuerpo del pelinegro; con la mejilla apoyada sobre su pecho, abrazándose a él.
Una de las manos de Guren lo sostenía por la cintura, la otra le regalaba suaves caricias en su baja espalda, sus dedos trazando círculos y figuras abstractas por sobre la tela de su camiseta.
Se sentía bien.
Para Shinya, era imposible prestarle atención a la película, a pesar de que fuera su favorita. No podía cuando tenía la obra de arte más maravillosa en frente suyo, mirándolo.
Los escasos centímetros que los separaban se volvieron inexistentes, al juntar sus labios en un beso superficial. El sabor amargo de la boca de Guren, hizo contraste con los labios de Shinya que aún tenían impregnado el gusto a chocolate; casi tan dulce como lo era él, también el ósculo que compartieron.
El pecho de Shinya cosquilleó gustoso, a pesar de que se separaron y volvieron a su anterior posición. Y es que le encantaba el aroma que desprendía Guren, apenas perceptible, varonil y embriagante.
Poco a poco se perdió en su fragancia, en sus caricias envolventes, en el ritmo de su corazón que podía escuchar, en su pecho que subía y bajaba suavemente.
Guren lo miraba atentamente, creyendo que era irreal. ¿Cómo era posible tener a tan etérea persona entre sus brazos?
Y si alguien le pidiera a Shinya que describiera todo aquello en pocas palabras, él diría que era lindo y cálido.
Básicamente, se quedó dormido en el mismísimo paraíso. Y Guren se sentía exactamente igual.
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Dulces fiestas ✧ gureshin
FanfictionGuren odia los días festivos, en especial navidad. Shinya, por el contrario, ama las fechas navideñas. Gracias a ello, se propone darle al azabache la mejor navidad de todas.