✧ Compras navideñas ✧

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"Oh, vamos, Guren. Yo sé que te encantará."

Esas ocho palabras, fueron las que convencieron al azabache a salir del departamento (sin contar el soborno con café y curry que vino después).

Y ahí estaba ahora, viajando en el transporte público junto a Shinya, rumbo a quién-sabe-dónde. Su trasero estaba congelándose contra el asiento, la voz de su amigo le irritaba, sentía picazón gracias al frío y ya quería volver a casa.

«Maldito sea el momento en que acepté salir, diablos», pensó.

Frotó sus manos frías una contra la otra, buscando hacer fricción para que se calentaran. Al mismo tiempo, observó por la ventana; la noche había caído casi por completo e, increíblemente, la gente se paseaba por las calles a pesar de las bajas temperaturas.

—Aquí bajamos —informó Shinya, parándose de su asiento junto al azabache. Este último lo imitó.

Cuando descendieron, Guren se vio obligado a entrecerrar los ojos por un momento. Creyó que las diversas luces del centro de la ciudad, pegando directamente en su cara, terminarían por quemar sus retinas. 

Pero había algo más brillante que esa iluminación colorida, y eso era la radiante sonrisa que adornaba el rostro del albino. Sus ojos denotaban emoción, pero una diferente a la que mostraba todos los días. Él solía ser alegre todo el tiempo, se veía más entusiasmado que de costumbre. 

Sin previo aviso, tomó el brazo de Guren y lo obligó a caminar entre la multitud de gente que andaba rondando por las calles, al igual que ellos. Pensó en soltarse del agarre del ojizarco, pero no pudo hacerlo. No cuando el rostro de Shinya parecía resplandecer, y sus ojos mostraban ese brillo de euforia que solían tener los niños cuando veían su juguete favorito en una vidriera. 

—¿A dónde se supone que vamos, Shin? —quiso saber, mientras era arrastrado por las veredas llenas de escarcha. 

—Haremos nuestras primeras compras navideñas juntos —respondió. 

Ladeó su cabeza, para poder mirar al azabache. La sonrisa que le dedicó fue tan dulce, que Guren sintió algo burbujear en su estómago, una repentina efervescencia debajo de su ombligo. Fue una sensación nueva, al menos para él. 

El menor estaba acostumbrado a experimentar un revoltijo de sensaciones cada vez que tenía un acercamiento diferente con su mejor amigo, y asumía que eran esas renombradas mariposas en el estómago; se sentía tan enamorado. Por otra parte, el de ojos amatistas jamás aceptaría algo como eso. Llegó a la conclusión de que fueron náuseas. 

—Suena como algo molesto —se quejó el Ichinose, dejando escapar un prolongado suspiro de resignación. No tenía ningún caso hacerle la contra a su amigo. Además, ya estaban ahí, ¿no? 

El contrario se limitó a reír, no era nada nuevo que lo hiciera.

—Vamos, Guren~ —canturreó, sin soltarle—. Será divertido. 

Como respuesta, Guren rodó los ojos con molestia. No era ese tipo de persona fan de las compras navideñas, y mucho menos de las fiestas. Ni siquiera le emocionaba, pero no era un pedazo de mierda que se esmeraba en arruinar la felicidad de otros y mucho menos la de alguien tan risueño como lo era su amigo.

De esa forma, la persona a quien más le aburrían las festividades, fue guiado de tienda en tienda por la avenida principal, donde compraron cualquier cantidad de insumos y cosas sin sentido para él. En su opinión, gastos completamente absurdos, en los que no tuvo más opción que —muy lamentablemente para su billetera— contribuir.

Y mientras cargaban con al menos unas diez bolsas con —según Guren— porquerías, el peliplateado se aseguraba de guardar cada pequeño detalle de esa salida en lo más profundo y preciado de su memoria.

Con tan sólo pensar en el hecho de que alguien similar al Grinch estaba cediendo a sus insistencias para festejar navidad, el zoológico de su estómago parecía hacer una revolución. Pero, a pesar de sus sentimientos, era imposible mantenerse callado. 

—Oye, Guren... —lo llamó, ganándose una mirada de desdén por parte del mayor. Alzó sus finas y albinas cejas, esbozando una sonrisa que insinuaba algo fuera de lo normal; algo en lo que Guren esperaba no estar implicado—. ¿No crees que parecemos una linda pareja haciendo compras para su hogar? —preguntó con sorna, picando juguetonamente su cintura.

—¿Qué...? —pronunció, con sus cejas juntándose una vez más—. Cierra la boca, Shinya —finalizó, negando con la cabeza y apartando al recién nombrado de un, para nada delicado, empujón.

Ni siquiera eso borró la gran sonrisa que adornaba el rostro del peliplata, quien se preguntaba cómo fue a enamorarse de un gruñón como Guren.

Dulces fiestas ✧ gureshin  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora