32 Lorena

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La noche en que Lorena recibió la noticia de que una serie fotográfica suya sería expuesta en un museo de la ciudad, sus primos le sentenciaron la celebración nocturna sin dar la menor oportunidad a que ella se negara.

Después de mucha discusión al respecto, Lorena terminó por acceder a llevarlos al «Rainbow Room», un bar lésbico que ella en lo personal detestaba.

Aquella noche, Lorena no iba buscando, quizás por eso no estaba preparada para encontrar, pero las mejores cosas de su vida habían llegado cuando ella estaba ocupada viviendo el momento; por eso le regaló el cigarro a Alejandra cuando ella se apareció ofreciendo una bebida a cambio; por eso le coqueteó sin miramientos; por eso se la llevó a su casa sin detenerse a pensar en las consecuencias de sus actos.

A la mañana siguiente, sin embargo, le invadió el peso de sus acciones; la cruda moral de haber cedido a sus instintos aún a sabiendas de lo mala que siempre había sido para esas cosas. Entonces usó la máscara fría que pocas veces había usado: esa que le pesaba usar; esa que no sabía usar adecuadamente. Al ver a Alejandra ahí tendida en su cama, desnuda, irresistible; al recordar lo bien que se había sentido acariciar su piel y besar cada centímetro de ella, le urgió que se fuera de su casa.

Encontrársela en la boda de Marco fue una sorpresa grata pero peligrosa. Moría por acercarse, pero se conocía lo suficiente como para saber que a su edad no había aprendido a jugar con fuego sin terminar quemándose; lo pensó mucho, pero al final la curiosidad pudo más que la razón y terminó por acercarse.

Al despertarse al lado de Alejandra por segunda vez, Lorena supo que aquella tendría que ser la última si quería evitarle a su corazón un sufrimiento innecesario.

Más de una vez se prometió que aquella sería la última y más de una vez rompió su promesa. Cada vez, sin embargo, le resultaba más y más difícil fingir que no pasaba nada.

El jueves, Lorena no pudo más; por mucho que intentó mantener la boca cerrada, terminó por decirle a Alejandra dos que tres verdades sobre su modus vivendi. Perfectamente consciente de que aquellas palabras no servirían para hacerla reaccionar, las dijo más bien con la esperanza de hacerla enojar y ahuyentarla de una vez por todas.

Los últimos tres días, Lorena ha estado insoportable; tanto, que no se aguanta ni ella misma.

—No puedo dejar de pensar en ella —dice Lorena entre dientes—, me enoja que me pasen estas cosas. Uno pensaría que a estas alturas de la vida he aprendido a no caer por la mujer equivocada, pero no... aquí estoy una vez más, como si fuera tonta.

—Sólo a ti se te ocurre enamorarte de ella —le dice Marco—. Te lo advertí, te lo advirtió Oscar; pero ahí seguiste, tentando a tu suerte hasta que caíste.

—Lo sé, lo sé —dice Lorena, fastidiada de sí misma—. Créeme, no hay nada que puedas decirme que no me haya dicho yo. Intenté alejarme, de verdad.

—Por lo visto no lo intentaste lo suficiente.

—Aparentemente no.

—Pero tienes que dejar de azotarte —Marco pone su mano sobre el hombro de su prima—. Lo que necesitas es salir a divertirte, conocer otras chicas...

—Sabes que no creo en eso de sacar un clavo con otro —interrumpe Lorena.

—No te estoy diciendo que lo hagas, sólo que conozcas otras mujeres para que Alejandra vaya quedando poco a poco en el olvido. Mira, tengo una amiga que está súper bonita.

—No creo que sea buen momento.

—Ni empieces a dar pretextos —dice Marco—. Le voy a llamar y vas a salir con ella, punto final de esta discusión.

Persiguiendo espejismosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora