29 ¿Qué hay de malo en mí?

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Marzo de 2011. Viernes.

Alejandra estacionó su auto a dos cuadras de casa de Vera. En el asiento del copiloto, Carla se secaba las manos con una servilleta de papel. Alejandra apagó el motor, su mirada estaba fija en el movimiento repetitivo de las manos de su amiga sobre la servilleta.

—Tranquila —Alejandra puso su mano sobre las de ella.

—Tenías razón, Ale. Fue mala idea —los ojos de Carla, llenos de nerviosismo.

—Aún estamos a tiempo de irnos —Alejandra volteó hacia el norte y luego el sur de la calle; no había una sola persona que pudiese dar cuenta de su presencia.

—Pero ya estamos vestidas para la fiesta —Carla más resignada que convencida.

—Pues nos vamos a bailar a la Zona Hotelera —sugirió Alejandra, levantando una ceja.

—No. No puedo hacerle esto a Alicia, es su cumpleaños.

—Como quieras —respondió Alejandra soltando la mano de su amiga. Acto seguido, bajó del auto y se apresuró a rodearlo para abrirle la puerta.

Al dar vuelta a la esquina, se encontraron con el caos habitual que provocaban las fiestas en casa de Vera. La calle entera estaba ocupada a ambos lados por los autos de la gente que estaba en la fiesta; la casa de dos niveles estaba llena a reventar: la acera, el jardín y la terraza; la sala, el comedor y la cocina —que eran las piezas que constituían la totalidad de la planta baja— estaban rebosantes de mujeres. Vasos desechables color rojo parecían ser el accesorio predilecto de las presentes. Música electrónica, o de alguno de esos géneros de fiesta que terminan siendo muy parecidos unos a otros, retumbaba en las paredes causando un temblor perceptible pero silencioso en los cristales de los ventanales.

Mientras se abría paso entre el mar de mujeres, Alejandra reconoció a más de una, pero no recordaba el nombre de ninguna. Carla distinguió a Alicia en la cocina y le hizo señas a Alejandra para que tomaran rumbo hacia la barra que dividía el comedor de la cocina.

Alejandra y Carla se acercaron, felicitaron a Alicia e hicieron entrega de sus respectivos regalos.

—Gracias por los regalos —Alicia los dejó en una mesa en la que estaba acumulando todos los que había recibido—. ¡Sírvanse, están en su casa! —dijo la festejada, abriendo los brazos para enfatizar la variedad de botellas que estaban sobre la barra.

—¡No es medianoche todavía y ya se le pasaron las copas! —interrumpió Vera, regresando del jardín de atrás, abrazando a Alicia por la espalda y de paso obligándola a cerrar los brazos.

Alicia se dio vuelta para recibir a Vera con un beso en los labios.

Alejandra volteó hacia Carla, quien a su vez la miraba apretando los labios, el gesto característico de sus intentos de ocultar su frustración. Cuando Vera y Alicia por fin se apartaron la una de la otra, Carla intentó sonreír. Se acercó a Vera y le dio un beso en la mejilla. Alejandra también saludó a Vera, y acto seguido, tomó a Carla de la cintura.

—¿Vamos por algo de tomar?

Carla asintió y la siguió hacia la barra. Alejandra se preparó un vodka con agua quina y le preguntó a Carla si quería que le preparara algo.

—No, voy por una cerveza.

Al momento en que Carla abrió el refrigerador, Alejandra vio que estaba repleto de botellas y latas de cerveza. Carla regresó a la barra, se acercó al oído de Alejandra pero aun así tuvo que levantar la voz para asegurarse de que ella la escuchara.

—¡Voy a estar allá atrás, necesito aire! —dijo, señalando el jardín de atrás.

—¡Voy contigo! —respondió Alejandra.

Persiguiendo espejismosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora