Gina

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-¡¡DÓNDE ESTÁ MI HIJA, CABRÓN!! ¡¿Dónde está mi niña?! ¿Dónde está mi Gina?-

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-¡¡DÓNDE ESTÁ MI HIJA, CABRÓN!! ¡¿Dónde está mi niña?! ¿Dónde está mi Gina?-

Poco a poco, la presión de las bien cuidadas manos de aquel hombre en mis solapas se fue aflojando, mientras la furia que lo había llevado hasta mi puerta aquella noche de viernes se iba disolviendo en un llanto amargo y desesperado, que fluía por sus mejillas como la lluvia de julio por el vidrio de las ventanas.

-¡Jorge, déjalo! ¡Ya déjalo! ¡Déjalo que hable!- mientras mi mamá me jalaba hasta la seguridad de sus brazos y mi padre alejaba a don Jorge de mí, doña Antonieta se me acercó y, tomándome de las manos, clavó en los míos aquellos ojos enrojecidos por el llanto y anegados en lágrimas de tristeza y desolación -Se fue, Germán. Mi Gina se fue y no sabemos a dónde ¿Tú sabes dónde está? ¿Sabes a dónde se fue? ¿A dónde pudo haber ido?-

Aquellas manos regordetas, que parecían haber envejecido 20 años de un día para otro, me extendieron un sobre arrugado por la desesperación y la incertidumbre, al frente del cual pude reconocer la estilizada letra de Georgina, Gina, la mujer que había amado desde mi más tierna infancia, pero que, finalmente, había tenido que aceptar que nunca sería mía.

Vecinos. Amigos desde niños. Incontables juegos. Horas y horas al sol o bajo la lluvia. En las calles matando dragones y rescatando princesas. No, jugar a la "casita" no era para ella, para ella eran las bicicletas y los patines, y jugar a la "hora del té" era para "tontitas"; jugar al "doctor" era otra cosa: "Geniclólogo. Igual que mi papá", ése era el plan, ése era su futuro desde que tenía cinco años.

Pero el tiempo o el destino o Dios o el Karma, no sé, tenían planes diferentes. La pubertad llegó como la marea creciente: lenta pero inexorable. Años complicados para ambos. Cambios esperados pero no por ello menos difíciles. Misterios que se revelaban cada día. Cuerpos en crecimiento, mentes en expansión y corazones que se abrían a ilusiones antes desconocidas.

El primer amor. La primera prueba de fe. Para mí, la maestra de sexto año que tenía novio. Para ella, el descubrimiento de un hado cruel, despiadado, un destino que no la dejaría ser en un mundo cerrado, cuadrado hasta la ridícula perfección de su propia imperfección, que no admite la desviación, incapaz de reconocer la belleza en los tonos de gris.

El miedo y la incertidumbre lo lograron, separaron lo que todo el mundo creía inseparable, cortaron con precisión quirúrgica los lazos que nos unían y dejaron atrás recuerdos que dolían como la ceniza de un habano que cae sobre una mano desprevenida.

Y la adolescencia se alzó como una llamarada de preguntas sin respuesta, de miedos y descubrimientos. Como un incendio forestal, aquel mar de hormonas arrasó a su paso con una infancia llena de nociones preconcebidas, de ideas sembradas al gusto y la conveniencia de los demás, de una familia con ojos incapaces de ver más allá de sus propias expectativas, de amigos de un verano sumergidos hasta el cuello en roles rígidos impuestos desde afuera, de una sociedad forjada a golpe de conceptos inflexibles, de prejuicios inmisericordes que someten, entierran y degradan todo aquello que no entienden, todo aquello que se sale de la norma, todo aquello que no sea 1+1=2.

10 veces ellaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora