Mermar

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Hay hojas perdidas en un baúl azul. Lo sé porque yo las pinté con estas manos que ahora se aferran a otras y alguna vez a alguien más. Suena el primer compás y ya estoy en escena. Salto. Me elevo y lo siento, como si el aire que me sostiene se hubiese convertido en ese metal que golpea mi piel, o la tuya, o la nuestra. A esta altura no puedo discernir. Ahora son las hojas las que me atacan; son tantas que no diferencio entre alas que tienen los pasos que debo seguir de las que contienen aquellos dibujos que utilizaron para analizarme. En las dos hay figuras con los brazos elevados (y a veces me pregunto si esos brazos no significarán algo más. Estoy seguro de que ellos lo vieron antes que yo). Copio los movimientos de una, o de otra, o de ambas a la vez. Porque, realmente, ¿cómo separar? ¿Cómo partir mi corazón en dos sin esperar que el resultado sea un enjambre de sangre, tejidos inútiles y una muerte inminente? En una soy un pájaro; mi ropa se transforma en un montón de plumas marrones y mi boca manchada de sangre es ahora un pico hambriento. La metamorfosis del hombre hacia la mejor versión de si mismo. Hombre pasa a pájaro. Hombre se convierte en la libertad absoluta. En la otra también vuelo, pero un poco menos. Hombre sigue en el aire, pero la realidad disfrazada de gravedad lo obliga a que sus pies se reencuentren con las maderas del escenario. Cierro los ojos y la música comienza a gritar. Violines asesinos se rebelan mientras que el órgano no deja de imponerse. Clarinetes, saxos y flautas unidos cobran fuerzas e intentan vencerlo. Me pregunto si sabrán lo que me hizo, si es por eso que nuestros gritos suenan tan parecidos.

Tocamos las estrellas y es imposible no notar la mancha del adiós en nuestros dedos. Los aplausos que indican el cambio de escena retumban en nuestros corazones turbados mientras huimos y vamos desvistiéndonos en el camino. Hay olor a vino y a paz y a algo más que no reconozco. Quiero volver al escenario, sentir la fricción de la tela contra mi piel y nuestros cuerpos unidos en un ser absoluto, fusionado. Ojalá fuese así toda la vida, pero eso tiene otro peso; la eternidad es algo que hace que cargues más de lo que sos capaz. Sus arrepentimientos se volverían los míos, nuestras pesadillas compartirían aquel rostro que no podemos evitar confundir en los ojos de cualquier extraño. No seríamos capaces de escapar de aquellos fantasmas que cada vez nos cobran más peaje, que dentro de poco van a alquilarme un departamento y convertirse en las sábanas que me asfixian cuando duermo. ¿Cómo explicarle a aquellas almas que ahora me acompañan lo gruesas que son estas hojas que llevo tatuadas? Pobres pajaritos amigos, creados para volar, obligados a ahogarse en mi baúl azul a causa de mi egoísmo. Por eso no puedo permitírmelo. Sé lo que duelen las alas cortadas.

Décadas después sigo saliendo de mi cuerpo, observándome cual espectador detallista, y busco los indicios que nadie pudo advertir (aquellos que tantos fingieron que no eran más que efectos de la luz). Distingo las cicatrices de bailar de las que trajo el tiempo, ese cansancio donde antes no había. Me cuesta creer que ningún ojo curioso se percatase de la ausencia de esa chispa capaz de prender fuego al mundo entero con sólo sonreír. ¿Dónde quedaron las risas de plena juventud, llenas de energía infantil, listas para comerse al mundo? El eco de una sonrisa olvidada retumba en aquel sótano de la desesperación. Si pudiese volver en el tiempo, ¿sería capaz de salvar a mi yo de sufrir, y a mí de ser como soy?

Anteúltima escena. Vuelvo a saltar. Los dedos en mis costillas hacen menos fuerza que su puño en mi cara. Me pregunto si el azul de mi baúl estará entre aquellos miles de ojos que vinieron a verme. Espero que no. Espero que sí. Ese azul mar, traicionero; el sonido de las olas contra la orilla compone una canción de paz inventada, promete un espacio donde puedas mirar las nubes y sentir la felicidad fluyendo a tu alrededor, pero cuando entrás, no hacen más que arrastrarte e intentar ahogarte. Espero que me mire, que su azul llegue hasta mi piel, que me queme con la intensidad de cien soles. Quiero verlo intentar. Quiero verlo sufrir, incapaz de entender cómo es que todavía no fallé (y quiero decirle que mis piernas se mueven solas, que mis tejidos fueron creados para esto, que mi sangre fluye única y exclusivamente para moverme envuelto en notas largas y cortas, en ritmos espontáneos o ya sabidos). Siento nuestras respiraciones sincronizadas trabajando a pura máquina. No importa, pienso. Qué más da si está acá. Que vea. Que sus ojos caigan sobre las manos que alguna vez intentó romper, los tobillos que intentó dislocar. Que reconozca su violencia en esta malla hecha de los restos de aquellas que quemó. Mi fénix personal, el recordatorio de que no puedo dejar de moverme. Seguir y seguir y seguir. Ese es mi único propósito. Parar está prohibido. Ojalá que sea él el que se queja de nuestros gritos cuando terminamos los ensayos, el del bar que no nos quiere dejar entrar, la señora que se queja de mis carcajadas. Quiero que sepa que me duele pero que no me importa. Las hojas van a estar ahí siempre, calcadas a mi cuerpo como si este no fuese más que un lienzo moldeable y fácil de arruinar. Pero yo grito más alto que todos. Bailo más rápido, me muevo con más gracia, hago llorar a más gente. Soy más fuerte, y ahora lo sé. Ojalá lo hubiese sabido siempre.

Do, Sol sostenido y luego un Fa nos hacen detenernos. Cerramos los ojos al mismo tiempo que nuestros espectadores comienzan a chillar, sus manos rojas de tanto aplaudir. Se vuelven locos. Nos abrazamos, algunos lloran, otros ríen, otros manchan sus cachetes con lágrimas risueñas. Sabemos que las promesas de volver a vernos no son más que mentiras adornadas con la esperanza de alivianar el momento. Esta magia que une nuestros corazones, que se nos escapa en cada paso que damos, no está cuando nos encontramos vestidos de madres, padres o trabajadores. A lo mejor volveremos a cruzar pisadas en algún escenario muy lejos, con el pelo más largo y la barba más clara, nuevas cicatrices descansando cerca de las que hoy ganamos. Esperamos que sea así. Me pregunto si sentirán tanta curiosidad como yo por saber qué se esconde en sus propios baúles, si secretamente sabrán sobre ese lugar donde duermen aquellas voces que preferimos no escuchar. Es probable que lo conozcan, a lo mejor incluso más de uno pudo sacarse la llave de encima como yo, que acabo de dejarla caer en el bolsillo de alguien más en medio del baile. Mis cadenas me las olvidé por ahí. Creo que alguien se ofrece a coserme las alas. Junto mis cosas y veo azul por última vez.

La puerta se cierra. Empiezo a volar.

MetempsicosisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora