Jack estaba loco por el mejor amigo de Dylan, su hermano mayor. Pobablemente desde que lo conoció, cuando tenía quince años y era un enano calenturiento —lo sigue siendo, sólo que no es tan bajito ahora—, curiosamente se llamaba como él, Jack, y tenía veinticinco en esos momentos.
El rubio había quedado petrificado cuando lo vio parado en la puerta, vestido como casual y siendo dueño de la mayor belleza que los ojos del chico han visto —era, es y seguirá siendo bellísimo, con su dura mandíbula, ojos indiferentes, cejas tupidas, piel bronceada y unos labios en los que el menor quería montarse—. Y se siente avergonzado de aquello —el quedarse parado como un idiota mirando con atención al hermoso hombre—, aunque también está agradecido, porque sino, no hubiera podido darse el lujo de admirar de cerca a un tipo del porte de Jack Gilinsky.
Y reconoce con orgullo tener un fuerte crush con él.
Gilinsky nunca le dio la atención que él quería obtener de su parte. Sólo eran simples y cortantes 'holas' y 'adioses' —aunque el rubio vagamente recuerda haber tenido una charla más larga—. Eso dio comienzo a una gran desesperación por obtener la atención del mayor, ya sea de buenas o malas formas —como aquella vez que se paseó por toda la casa en ropa interior, ganándose un regaño de su hermano mayor y una mirada indescifrable de parte de Gilinsky—, también, aquella actitud fría aumentó el deseo que el ojiazul tenía hacia el ojicafé.
Jack tenía un ligero fetiche con llamar papi a los hombres mayores con los que se acostaba —porque los prefería a ellos, que sabían mucho más cómo tratar a su pareja y tenían más experiencia en la cama, que a los chicos inexpertos e idiotas de su edad—, también, con que fueran rudos con él. Todo había comenzado cuando uno de los hombres con los que se había acostado hace un año, cuando tenía dieciocho, había dicho una tan memorable frase para el pequeño Jack.
'Eres una pequeña zorra, ¿eh? la pequeña zorra de papi'
Y Jack, sabiendo más sobre este fetiche, le implora a cualquier deidad que lo esté escuchando para que pueda llamar así al amigo de su hermano.
Hace una semana, el rubio había revisado el teléfono de Dylan cuando este le había pedido que le descargara un par de cosas. Había encontrado el contacto del castaño y, gritando internamente, lo anotó en su teléfono. Quería usar su último recurso para obtener lo que quería de Gilinsky —que lo lleve a la cama y lo joda como a una zorra, y que lo trate como a una princesa fuera de ésta—, y para eso, necesitaba su número telefónico.
