Capítulo 4

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Todos los días.
Cada vez que podía, Tobirama se apegaba más a su hermano mayor y el acercamiento era correspondido porque Hashirama parecía sonreír cada vez más; incluso Hashirama ya no pensaba en Madara cuando intimidaba con el albino. Si bien el mayor comenzaba a ser poco a poco el mismo que fue antes del accidente con el Uchiha, sentía una enorme pena. 
Cuando intimidaba con su hermano escuchaba a la perfección los «Aniki, te amo» que exclamaba el menor y eso era suficiente para sentir una serie de apuñaladas en su corazón.
Aunque no lo demostrara abiertamente, su corazón siempre sería de Madara, pero no podía negar que el sexo con Tobirama era muy bueno hasta el punto de poder llenar ese pequeño vacío en su corazón.

«¿Está bien amar a dos personas?»

Hashirama no entendía por qué nació un pequeño amor por su hermano.

«¿Solo era por el sexo?»

De pronto la puerta de la habitación se abrió, dejando pasar a un Tobirama que solo portaba una yukata encima. 

—Hermano, ¿te encuentras bien? —interrogó el menor con preocupación.
—Sí. Me encuentro bien, solo... Solo quería apartarme un poco. Ja, tengo un poco de dolor de cabeza. —mintió Hashirama mientras esbozaba una sonrisa. No quería decirle la verdad al menor. 
—Si necesitas algo no dudes en pedirlo, aniue. —dijo Tobirama y luego se retiró de allí.


A los minutos de salir de la habitación, Tobirama ya se encontraba en su propia recámara, recostado en su propia cama mientras abrazaba una almohada y miraba hacia el techo. 
Nunca antes fue tan feliz como lo era ahora. Sin Madara en su camino, Hashirama estaba a su lado. Podía entrar a la oficina del mayor y recibir el mismo cariño que ese le otorgaba al Uchiha.
El sexo cambió bastante. Antes era brusco, pero ahora se volvió en un acto placentero; sentir como Hashirama lo marcaba como suyo y lo dominaba era magnífico. Nunca antes fue tan feliz al mantener una relación sexual. 
Aún deseaba borrar por completo la existencia de Madara de la cabeza de su hermano, pero tenía la certeza de que lo estaba logrando poco a poco. 

Hashirama ya no podía abandonarlo como lo hizo en el pasado cuando lo abandonó por estar por Madara... Cuando generó el sentimiento de soledad en su persona.


En un lugar oscuro, en un calabozo subterráneo lleno de diversas celdas, se escuchaban los horribles gritos de agonía. 
Sentado en un rincón, con los ojos vendados y su chakra reducido gracias a varios sellos, se encontraba un shinobi de cabellos largos azabaches, piel pálida la cual estaba decorada por diversos hematomas: Uchiha Madara.

Madara escuchó con claridad cuando la puerta de su celda fue abierta. 

—Vaya, veo que te encuentras solo. —dijo el hombre—. Es la hora de tu castigo, Uchiha. —musitó la repugnante voz del Raikage. 

El Raikage se acercó a Madara y lo sujeto con firmeza de los cabellos, acción que provocó que el Uchiha gimiera de dolor. El sonido no le agradó en lo más mínimo al moreno, y en forma de castigo lanzó con brutalidad al rehén contra el frío y sucio suelo de la celda. Sin piedad alguna piso la cabeza del portador del Sharingan y arrancó la parte superior de su vestimenta. 
El de mayor rango lo observó con malicia hasta que dejó de torturarlo por largos minutos. 

Madara escuchó a la perfección como los pasos se retiraban y a luego los escuchó volver. Ya estaba «listo» para lo que vendría porque no era la primera vez.
El sordo y horrible golpe de un látigo aterrizó en su espalda, provocando que mordiera con fuerza su propio labio inferior. No iba a gemir de dolor para darle el gusto a ese hombre desgraciado.
Nuevas heridas comenzaban a decorar su espalda mientras que otras comenzaban a abrirse para liberar numerosas gotas de sangre. 
Pasaron largos minutos de agonía a manos del Raikage hasta que ese se hartó y decidiera sujetarlo de sus cabellos para obligarlo a pararse.

—Siento que estás muy solo, ¿no crees? ¿Qué tal si hago que mis espías te traigan a un par de personas? —susurró el Raigake en uno de los oídos del menor.

Las palabras fueron suficiente para que Madara abriera bien grande sus ojos bajos la venda. 
Ese sujeto no podía hablar en serio... En su mente se presentó el recuerdo de Hashirama y temió que una de esas personas fuese él.

—No te atrevas. —ordenó Madara en un intento de sonar intimidante.

La respuesta del Raikage fue simple: únicamente se mofó y lo soltó de los cabellos, permitiendo que cayera pesadamente de rodillas al suelo, provocando que se lastimara las mismas. 
El Uchiha mientras repetía en su mente millones de maneras de como matar al mayor cuando escapara, escuchó con claridad como se marchaba.
Decidió dejar de pensar sobre eso y de forma torpe buscó recostarse contra la pared más cercana, ignorando el dolor de su espalda por lo sucedido.

«¿Acaso saben de mi relación íntima con Hashirama? ¿Tendrá espías?».


La noche reinó rápidamente en Konoha. 
En una rama de un árbol próximo a la residencia de los hermanos Senju se encontraba un shinobi de Kumogakure. Gracias a un sello para poder confundir su cantidad de chakra y desde su posición, podía espiar atentamente a uno de los Senju sin ser detectado, justamente a Tobirama quien era conocido como un ninja tipo Sensor sumamente hábil. Si ese no lo detectó en ningún momento, significaba que el sello era efectivo aunque solo existieran dos: uno para él y otro para su hermano gemelo. 

—Espero que Kinkaku tenga bien vigilado al grandote. En cuanto el Raikage nos dé la señal deberemos atraparlos a ambos con vida. Es mejor muerto, pero órdenes son órdenes. —dijo Ginkaku para sí mismo antes de levantarse y retirarse en busca de su gemelo mayor. 

En otra parte Kinkaku se mantenía de igual manera que su hermano menor, solo que observaba hacia la habitación donde se encontraba el Hokage, esperando el momento indicado para llevar en marcha el plan. 

Los hermanos Senju no eran conscientes de que eran vigilados por aquellos shinobis y que muy pronto la vida de uno de ellos daría un enorme giro.

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