Capítulo 45

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Las palabras de Connor desaparecieron poco a poco, consumidas entre las llamas de la chimenea, como él lo había querido, volviéndose la única luz en el oscuro salón. Jayson no dijo nada, y yo tampoco lo hice, pero no fue necesario, porque esas cenizas ardiendo frente a nosotros habían dicho lo necesario.

Y la nieve comenzó a caer cada vez más y más, creando una alfombra unicolor en el suelo de la ciudad. El lago del Central Park se congeló, al igual que el resto del mundo a nuestro alrededor, y pronto todo comenzó a teñirse de rojo, verde y dorado.

Inspiré profundamente el aroma helado de la nochebuena y sonreí. Definitivamente era mi época favorita en el año, y nada se podía hacer para borrarme la mueca de alegría injustificada que me hacía parecer una niña. Sabía que todos estaban esperando en casa, como siempre había sido, así que apresuré el paso.

Había algo extraño que rodeaba a la gente en vísperas de navidad, que hacia parecer todo más feliz, más cálido, a pesar de estar varios grados bajo cero. Incluso los neoyorquinos se contagiaban de la magia navideña, dejando de lado, temporalmente al menos, la prisa del ajetreo diario o los embotellamientos cotidianos. Todo parecía más tranquilo, a excepción claro de la ola de turistas que llegaban desesperados por fotografiar el árbol de la quinta avenida, o el tumulto que se reunía debajo del Empire State que impedía el transito tanto de vehículos como de peatones. Así el hechizo de felicidad se rompía y los insultos, bocinazos, y empujes volvían a proliferar, como siempre.

Yo no había salido de la burbuja de calma que me había rodeado desde el instante en el que la carta de Connor había sido abierta. Jayson parecía haber obtenido lo que toda su vida había estado esperando, y, sorpresivamente, yo también. Todavía me resultaba extraño encontrarme a menudo pensando en Connor, cuando en realidad jamás le había conocido realmente, pero al hacerlo ya no se sentía mal, como si realmente lo único que se necesitaba era que Jayson recibiera sus palabras para dejar de ser una sombra y convertirse en un recuerdo. Sabía que no estaba, pero parecía que seguía presente, podía verlo en la paz que los ojos de Jayson reflejaban, o incluso en la empresa, cuando estaba vacía, podía sentir su sonrisa. No sabía porque, pero la muerte era demasiado complicada de comprender cuando ni siquiera entendíamos la vida, y algunas personas jamás se iban, simplemente eran eternas.

—Te lo digo, nena. Cada año la gente está más loca. — Eth comentó, mirando hacia la fila que se iba organizando debajo del Empire y negó con la cabeza. —Son apenas las nueve, por todos los cielos. ¿Acaso los turistas no tienen nada mejor que hacer? — Se quejó, rebuscando en las bolsas de cartón, de la única tienda que habíamos encontrado abierta, hasta dar con sus salchichas.

—Esos éramos nosotros hace cinco años. — Respondí con una sonrisa, señalando una pareja que intentaba fotografiarse saltando debajo de las luces doradas. El rio.

—Sí que éramos feos. — Se burló soltando una carcajada, y maniobré entre las bolsas para liberar un brazo y darle un empujón. Él me rodeó con su brazo libre.

—Vamos a casa. Estoy congelándome. — Dije, soltando una nube de humo blanco por la boca, como si le hubiese dado una profunda calada a un cigarro. Eth tenía la punta de la nariz tan roja, que el resto de su cara parecía pálida a comparación.

—¿A la tuya o la mía? — Preguntó, elevando una ceja en una mueca astuta, con una sonrisa naciente, tratando de molestarme. Puse los ojos en blanco.

Todavía me costaba procesar la idea que Eth tuviese un lugar propio, incluso si este se encontraba solamente a un piso de distancia, y no se debía a algún complejo que no me permitía desprenderme si el, sino que, sin importar cuantas veces Jayson se lo recordara, se la pasaba en nuestra casa, día y noche, solo o con Graham, y hasta había colgado en la puerta de uno de los cuartos de huéspedes el viejo cartel con su nombre que le había regalado en la primaria, en señal que se había apropiado de la habitación, aunque, a diferencia de Jayson, a mí no me molestaba en lo absoluto.

Al borde del abismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora