El rey ahislado - Cuento corto

78 2 0
                                    

Había una vez en un país muy lejano, un pueblito pequeño con casitas de techo de paja y paredes de barro, habitantes con ropas coloridas y muchos animales para jugar. En ese pueblo vivía un rey que pasó toda su vida encerrado en un castillo, tan, pero tan solo que nunca había salido a jugar con los otros chicos, nunca se había tirado en el pasto a disfrutar del sol, nunca pescó ranas bajo los puentes ni tampoco había conocido el mar.

El rey vivía malhumorado pensando siempre "¿Qué debo hacer para que mi reino sea feliz?". Era una buena persona, pero sus métodos eran un poco... extraños: quitó los semáforos para que los carruajes pudieran andar más tranquilos y los caballos se chocaban contra las paredes porque no sabían quién tenía que pasar primero, cortó todas las flores para que no les rasparan los pies a los chicos con sus hojas puntiagudas y los pintores tuvieron que salir a dibujar algo de color para que la gente no se pusiera triste, mandó a quitar todos los sapos de los ríos y las calles se llenaron de molestos mosquitos.

El rey era bueno, pero nunca había salido del castillo, no sabía lo que la gente quería. Las personas del pueblo empezaron a decir cosas sobre él.

—¿Cómo puede ser que tengamos a un rey tan gruñón?

—Será mejor que le peguemos con un martillo, a ver si se le pasa.

—No nos mal gastemos, él no es bueno, ¿no ven todo lo que hace? Mejor buscamos otro rey.

Todo el pueblo estaba alborotado hablando sobre el rey despistado que no sabía hacer las cosas bien, hasta que un día, una panadera se apiadó de él y lo fue a buscar al palacio. Le compartió unos churros con dulce de leche y le invitó a pasear por todo el reino para que los pudieran disfrutar juntos tomandose unos mates.

El rey vio todo lo que hacía su gente, lo felices que eran con las cosas de todos los días como tomar la leche o salir a andar en bicicleta y poco a poco comprendió que no necesitaban llegar temprano al trabajo, ni tampoco ríos sin sapos, ni mucho menos calles sin flores; necesitaban compartir con las personas que los querían.

Y así, compartiendo más con su pueblo, el rey aprendió a hacer las cosas bien y a cuidar a los demás. Plantó muchas flores, cuidó de todos los animales, les pagó la ortodoncia a los caballos que habían chocado y todos vivieron felices para siempre.

Relatos poco cotidianosWhere stories live. Discover now