Via crucis - cuento corto

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La víctima caminaba colina abajo cargando consigo un enorme tronco de madera deforme y astillado con un peso colosal que calaba su espalda.Su piel rasgada despilfarraba los pobres restos de sangre que aún circulaba por sus vasos, su insípido caminar ya no recordaba al de un fuerte trabajador andariego, sino más bien al de un pobre reo buscando hacer pié en el mar de basura e insultos que se apuraban a su encuentro guiados por las manos que en un pasado no tan remoto se hubieron alzado para aclamar su esencia regia. ¡Todo en él brindaba idea de abandono! Su voz opaca y carrasposa, el bambolear absurdo de su cuerpo ocasionado, quizás, por los latigazos de los guardias, los cuales quedaron exhaustos de tanto golpear, su mirada perdida en algún punto inexistente tras el horizonte, tapada a su vez por la sangre, la basura, los escupitajos, el sudor y el polvo seco de aquel desierto.Una mujer valiente corrió hacia él para limpiar su rostro mientras que varios hombres cobardes lo negaban para limpiar su propio nombre, y en medio de todo este caos aplaudido por la muchedumbre, uno, aquel al que habían obligado a compartir el peso con La Mole-Humana a fin de que su lugar de muerte fuera clavado en el madero y no por el cansancio del camino, se animó a alzar un poco la voz para cuestionarle a su compañero «¡Qué bien te vendría un poco de lluvia! ¿No es verdad?»El calor del sol de Jerusalén abrasaba las llagas del condenado, su volemia disminuida por la hemorragia se achicaba más a causa de la deshidratación causando que su sangre se espesara, aumentando el trabajo de aquel pobre corazón que bien había sabido amar.«¡Qué bien te vendría una lluvia en este momento?» Calmaste la tempestad, pero este clima está reseco. Y tu cuerpo cuelga, y se extienden tus brazos al sol junto a la cruz, y la respiración te cuesta.Una lluvia de bendiciones para el ladrón que muere a tu lado, pero ni una gota de rocía que calmara el ardor de tu lengua.Te duelen los músculos, te cuestan las palabras hasta el borde de elegir cuidadosamente cada una de ellas sabiendo que las mismas perdurarían hasta la posteridad como tu testamento frente al hombre que te diera muerte: el perdón, el ladrón, La madre, el abandono, la sed, el espíritu, que todo se cumplió, y así la muerte se sella con un grito.¿Y la lluvia? La lluvia llega, sí, pero lo hará tardía frente a una muerte temprana. El ardor pasa, el dolor termina, las heridas no cierran. La sangre que bañó la tierra se limpia con el agua y ahora una nueva lluvia llega, que no sea de sangre ni de agua, que sea espíritu. Y la muerte, entendida por el espíritu, como el árbol que primero fue semilla, traerá vida.

Relatos poco cotidianosWhere stories live. Discover now