Su Nombre

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La primera vez que la ví estaba sentada bajo una enorme sombrilla con las piernas cruzadas y la nariz casi dentro del libro que estaba leyendo. Su cabello caía sobre su cara ocultándola casi por completo, pero no necesitaba ver todo su rostro para saber que era hermosa. Se veía tan concentrada en su libro, quería saber qué era lo que estaba leyendo mientras fruncía el ceño con tanto interés. Quería acercarme a hablarle, preguntarle su nombre. Cerró el libro de golpe y lo guardó dentro del bolso púrpura a su lado. Se levantó y usó la toalla azul en la que estaba sentada para sacudir la arena de sus pies. Se calzó sus botas militares y guardó la toalla dentro del bolso también. Recogió el bolso y levantó la cabeza. Su cabello liso, negro con puntas celestes ondeó al viento y cayó sobre su espalda, dejando a la vista unos ojos grises que parecían comerme vivo enmarcados por una capa de kilométricas pestañas oscuras. Estaba ocupado admirando sus penetrantes ojos cuando caí en la cuenta de que me estaba mirando. Bajé mi cabeza inmediatamente, sintiéndome un estúpido. Ella solo se alejó caminando a paso firme, ignorándome completamente. Cuando estuvo de espaldas a mí, me permití observar su caminata. Era rápida, firme y segura. Santo Cielo, necesitaba conocer a esa chica. Solo ella podía usar un vestido de primavera con una chaqueta y botas militares y verse tan jodidamente sexy. Entonces sentí una punzada de esperanza cuando ví mi oportunidad: El cable de sus auriculares colgaba de su bolso, estaban a punto de caer. Recuerdo que lo único que pensaba era: «Gravedad, haz tu trabajo ahora que lo necesito más que nunca.» Y luego ocurrió. Los auriculares blancos cayeron al piso de la acera. Miré hacia arriba y susurré al cielo: "Te debo una." antes de salir como un rayo tras la chica. Me paré en el lugar donde los auriculares habían caído, los recogí y los enrollé cuidadosamente antes de salir corriendo otra vez hacia la hermosa muchacha que no había notado la ausencia de estos. Cuando estaba a un metro de alcanzarla ella se dio la vuelta, probablemente porque escuchó mi pasos rápidos y mi respiración agitada, y me miró. Me paralicé al ver, esta vez desde tan cerca, sus ojos. Eran imposiblemente grises, opacos y brillantes al mismo tiempo, únicos y bellos. Intercambiamos miradas durante un eterno instante y luego ella sonrió y yo bajé la mirada avergonzado. No tenía idea de cómo actuar, ella y sus ojos me robaron las palabras en un segundo. Ella se agachó un poco, invitándome a levantar la mirada, y eso hice. Ella seguía sonriendo amablemente y no me dejaba pensar con claridad. Su sonrisa era hermosa. Todo en ella era bello. No era una belleza convencional, no. Esta chica era especial, lo sabía sin conocerla siquiera.

-¿Se te ofrece algo? -Dios mío. Su voz era como música. Estaba comenzando a dudar de si esta chica era humana o una especie de diosa cuando caí en la cuenta de que estaba esperando una respuesta por mi parte.

-Yo.. Ahm... Esto... Tus... -levanté la mano con los auriculares, enseñándoselos mientras rascaba mi cabeza frenéticamente intentado formular una frase completa. Su sonrisa se ensanchó ante mi tartamudeo y yo decidí cerrar mi boca. No quería que esta chica me creyera un imbécil. Abrió algo la boca cuando vio los auriculares en mi mano e inmediatamente revisó su bolso. Cuando comprobó que faltaban sus auriculares volvió otra vez su mirada hacia mí.

-Gracias. Ni siquiera noté cuando se me cayeron.

-Lo sé -le respondí. «Idiota» Ella solo rió por lo bajo.

-Pues me alegro de que alguien se diera cuenta. No sé qué haría sin mis auriculares. Te lo agradezco mucho, ahm... -me apuntó con su dedo índice y frunció el ceño.

-Thomas -dije demasiado abruptamente. Esta muchacha me ponía en serio nervioso. Ella se encogió de hombros y sonrió otra vez. «Esa sonrisa debe de costar millones de dólares»

-Thomas -repitió mientras sonreía. Amaba escuchar mi nombre en su voz, a pesar de que este nunca me había gustado-. Un gusto, soy Natalie -me extendió su mano. La estreché, evitando mirarla a los ojos. Tenía miedo de que si lo hacía, volvería a perderme en ellos y quedarme mudo siendo un estúpido.

-E-el gusto es mío, Natalie -«Nota mental: deja de tartamudear, inútil.»

-En fin, Thomas. Me encantaría seguir charlando, pero en verdad tengo prisa -torció sus labios en una mueca de disculpa.

-Claro, sí. Yo solo quería darte los... -le entregué los auriculares, intentando que nuestras manos no hicieran más contacto del necesario y luego cometí un terrible error: Volví a mirarla a los ojos. Sentía que podría haberme quedado viéndolos durante mil años y no sería suficiente.

-Muchas gracias otra vez. De verdad adoro estos auriculares, eres mi héroe -me guiñó un ojo. No de la forma coqueta, sino de la bromista. ¿Cómo supe diferenciarlas? Misterios sin resolver de la vida-. Espero que nos volvamos a ver pronto. Adios -fue lo último que dijo mientras se alejaba trotando y despidiéndose de mí con la mano. Yo solo me quedé ahí plantado como el idiota que era y le hablé a la acera:

-También yo, Natalie. También yo...

La chica que conocí en la playaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora