El sábado a las siete con treinta y cinco minutos, me encontraba parado debajo del árbol en el que había visto a Natalie escuchando música hace días. Traía en un bolsillo mi billetera, y en el otro mi teléfono celular. Simplemente estaba ahí, esperando.
—Sospechaba que llegarías antes —oí una voz detrás de mí y al voltear me encontré a una sonriente Natalie vestida con unos jeans ajustados, botas negras con cordones y su chaqueta de siempre. Vaya belleza la que me había encontrado en la playa.
—¿Soy así de predecible? —pregunté frunciendo el ceño con curiosidad.
—Tal vez —respondió ella y luego rió bajito—. Sólo vámonos, será mejor llegar antes para tardar menos en la fila —me sonrió y no pude hacer otra cosa que responder con el mismo gesto. Caminamos hasta donde acababa el asfalto y comenzaba la arena, y seguimos directamente hacia el mar. Yo sólo la seguía mientras ella me guiaba hacia el agua.
—¿Es una especie de concierto submarino? —no pude evitar preguntar al ver que se quitaba sus botas y sus medias con puntos de colores y tomaba todo en su mano izquierda. Ella rió y me miró mostrando los dientes, como siempre.
—No, en realidad el concierto es hacia el otro lado —contestó y apartó sus ojos de mí para posarlos en el mar.
—Creí que querías llegar antes.
—Cambié de opinión —se encogió de hombros. Entonces señaló mis pies y me indicó que me quitara los zapatos también. Imité sus anteriores movimientos y la acompañé en su caminata, con el agua hasta los tobillos y el corazón en la garganta.
Hablamos durante un rato, ella me dijo que había venido aquí con su hermano y unos amigos, yo le dije que vine a visitar a mi abuelo. A ella le pareció adorable, o eso comentó al respecto. Intentó pellizcarme las mejillas, pero aparté mi cara y ella hizo un puchero. Se veía tan ridícula que empecé a reír. Entonces vio la hora y se puso histérica porque llegaríamos tarde, comenzó a correr por la arena en dirección a la ciudad otra vez y no pude hacer más que seguirla. Llegamos jadeando a la acera bordeada por palmeras, volvimos a ponernos nuestros zapatos y seguimos corriendo —esta vez más lento y con menos energía— hasta un recinto que parecía un granero abandonado. Le comenté esto último a Natalie y ella sólo respondió:
—Es porque eso es lo que es, bobo.
Entramos y la bella chica a mi lado entregó las entradas a un hombre con pinta de gorila que nos dejó entrar con una sonrisa dirigida a nadie más que a Natalie. Cuando la vi sonriendo de vuelta, sentí una extraña presión en el estómago y me molesté enormemente con ese guardia. Luego recordé que en realidad Natalie sonreía a todo el mundo, por lo que esa sonrisa no era nada especial, y me tranquilicé.
—¿Listo para buena música y calor humano por todas partes? —me preguntó la pelinegra, con los ojos abiertos como platos de la emoción.
—La parte del calor humano no me llama específicamente la atención —"a menos que sea el tuyo" pensé e inmediatamente me sentí sucio y sacudí la cabeza—, pero supongo que sobreviviré.
Ella sonrió aún más ampliamente con mi respuesta y me pareció la cosa más bella que había visto nunca.
—Espero que lo hagas, todavía nos queda mucha playa por caminar.
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La chica que conocí en la playa
RomanceMe llamo Thomas. El amor de mi vida es y siempre será Natalie. La chica que me dio la oportunidad, la chica que conocí en la playa...