Esta noche no dormí. Para mí, casarme a los 16 años, ¡es una locura, y más si no es por amor! Lo odio, no existen mejores palabras para decir lo que siento en este momento: ¡Odio a Daniel! No puede llegar y decirme: "Mirá, Cecilia, nos casaremos." ¿Pero quién se ha creído? ¡Ufff! No puedo ni pensar en él porque me dan ganas de correr a su habitación, poner una almohada sobre su cara y presionar hasta que deje de respirar. Me levanté y me di una larga ducha, me maquillé para tapar todas las marcas que delataban mi terrible noche. Me vestí con unos vaqueros blancos y una sudadera. Hacía frío, es obvio porque estamos llegando al Invierno.
Bajé con pesadez las escaleras y me encontré con Daniel, sentado en la mesa, la televisión encendida en el canal de las noticias y su taza llena de café, frente a él.
-Buenos días -dijo, sin despegar la mirada de la tele.
-Sería un Buen Día si no te hubiese encontrado aquí -dije de mala gana mientras me sentaba en la mesa.
-Tranquila, eh -dijo, mirándome-. ¿Por qué te maquillaste tanto?
-¿Y qué te importa? -apoyé mis brazos sobre la mesa y recosté mi cabeza sobre ellos.
-¿Has dormido?
-No.
Una de las chicas se acercó a mí.
-¿Qué va a desayunar, señorita? -me sonrió simpáticamente.
-Un zumo de naranja -le devuelvo la sonrisa.
-¿Y algo de comer?
-No, gracias -asiente y se retira.
-¿Qué es lo qué te pasa? -preguntó de mala gana mientras me miraba-. Claro, si se puede saber -agregó con sarcasmo.
-¿Y todavía preguntas? -dije, seria- Tu presencia en mi vida: eso me pasa.-se levantó de su silla y se sentó a mi lado.
-Más te vale que te vayas acostumbrando a mi presencia porque, dentro de dos semanas, compartiremos la cama -abrí bien grandes mis ojos y lo miré.
-Eso ni lo sueñes -le advertí, mirándolo fijamente.
-No lo sueño, es lo que pasará -dije de mala gana. Puso uno de sus brazos alrededor de mis hombros-. Vas a ser mi esposa y, por lo tanto, tu papel en mi vida será complacerme por las noches -besó mi mejilla haciendo ruido. ¡Estúpido, desagradable, pervertido!
Sus palabras me habían dejado como una piedra. No sabía qué responder. Yo no pensaba compartir cama con él, y menos tener relaciones. Éste chico se estaba volviendo loco si pensaba eso.
La chica me dio el zumo de naranja y me lo bebí en unos segundos, pues, tenía a Daniel a mi lado, abrazándome. No me miraba, observaba la tele con atención y hacía diferentes caras a medida que decían variadas noticias.
Me levanté de la mesa y caminé hasta las escaleras, pero su voz me detuvo.
-¿A dónde vas?
-A la habitación -respondí, retomando mi paso. Se levantó de la silla y me siguió-. ¿Qué quieres?
-Me voy al trabajo.
-Ah. Adiós, amor. Mucha suerte -le dije, sarcástica-. ¿Crees que me importa? -pregunté de mala gana.
-No. Sólo te avisaba porque tú te vienes conmigo -dio media vuelta.
-¡Yo no voy contigo!
-¡Sí, tú sí te vienes conmigo! ¡Así que te quiero aquí en 10 minutos y vestida como una persona normal! -eleva la voz mientras me señala.
-En principio -bajo un escalón para estar a su altura, él está parado al final de las escaleras-, soy una persona normal -me acerco a su rostro-. Por otro lado, si no quieres que me vean así vestida, ¡no me lleves! -grito lo último, enfadada, y subo las escaleras, resoplando.
Entré a la habitación y cerré de un portazo. ¿Una persona normal? ¿Qué se ha creído éste inútil? ¡Estoy vestida como las personas normales!; tengo unos vaqueros y una sudadera, es normal a mi edad.
Me tumbé en la cama y encendí la tele. Me divertí viendo "South Park"; todo el mundo los ve, son muy graciosos y algo asquerosos. Me reí un rato hasta que un golpe seco en la puerta me hizo sobresaltar.
-¿Quién? -pregunto, sin levantarme de la cama.
-¡Yo! -gritó, desde el otro lado de la puerta.
-¡No quiero que entres! -le grité, subiendo el volumen de la tele para no escucharlo.
Pero, de todos modos, entró.
-Nos vamos.
-Te vas tú -lo corregí-. No vaya a ser que alguien te vea con una persona anormal.
Él toca su sien, frustrado y dice-: No me refería a eso. Me refiero a que no te vistes como cualquier chica. Te vistes de una forma rara; no te arreglas.
-¿Arreglarme para qué? -me senté en la cama y apagué la tele- ¿Para que tú me veas arreglada? Ni lo sueñes. Yo me arreglo cuando estoy de humor, cuando tengo a alguien que note mi presencia y cuando tengo a alguien a quien le importe cómo esté vestida. En cambio yo, te tengo a ti; no estoy de humor y ni te importa cómo esté vestida.
-Claro que me importa-dijo, apoyándose en el marco de la puerta- Después de todo, serás mi esposa.
-¿Y eso a qué viene ahora? -lo miro, extrañada.
-Que la esposa de Daniel Farrel tiene que estar bien arreglada y ser elegante.
-Sólo te importan las apariencias -dije de mala gana y me encerré en el baño.
-¡Sal de ahí! -gritó desde el otro lado- ¡Nos tenemos que ir!
-¡¿Para qué quieres que vaya?! -grité desde adentro.
-¡Necesito tu ayuda!
Me apoyé en la puerta y digo-: ¡¿Para qué?!
-¡Me quedé sin secretaria!
-¿Me vas a pagar? -pregunté, abriendo un poco la puerta.
-Si trabajas como se debe, sí -me contestó-. Pero tienes que ponerte algo más formal. No te cambies los vaqueros, pero ponte una camisa.
-Vale -salí del baño y abrí mi armario.
-¿Me dejas elegir? -preguntó, acercándose a mí.
-No -respondí, secamente mientras buscaba entre la ropa.
-¿Por qué no?
-Porque no -seguí buscando.
-Ésa -señaló una beige.
-No sé -dije, sacándola de la percha-. Es muy ajustada.
-Es perfecta -agregó mientras salía de la habitación-. Cámbiate y baja, por favor -me ordenó, sutilmente mientras cerraba la puerta.
Me vestí con la camisa beige. No era nada fea, pero estaba muy ajustada. Hacía resaltar mis curvas y se pegaba a mi cintura. Quedaba muy bien con los vaqueros blancos. Me sentí rara, nunca la había usado y menos para salir de casa. Me miré al espejo y suspiré, tal vez sea hora de salir del cascarón y demostrarle a los hombres que, detrás de esta cara de niña, existe una mujer. Cogí mi bolso, me coloqué los tacones, me puse un abrigo y bajé.
Daniel estaba apoyado en la puerta principal con el maletín en la mano. Desvió la mirada hacia mí cuando me vio bajar. Salimos de la casa en silencio y mantuvimos ese silencio, durante el viaje hasta la oficina. Al bajar del coche, me cogió de la mano. Simplemente, no la solté porque su padre estaría allí.
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La bella y la bestia [Adaptada]
RomanceLa persona más fría del mundo, ¿puede ser la que más ama? Sí, pero lo paga contigo. Tú eres la presa de su mal genio, de sus costumbres, y de sus reglas. Tú le perteneces y no puedes hacer nada para cambiarlo.