CAPÍTULO 6 ⭐️

1 0 0
                                    

Esta noche no dormí. Para mí, casarme a los 16 años, ¡es una locura, y más si no es por amor! Lo odio, no existen mejores palabras para decir lo que siento en este momento: ¡Odio a Daniel! No puede llegar y decirme: "Mirá, Cecilia, nos casaremos." ¿Pero quién se ha creído? ¡Ufff! No puedo ni pensar en él porque me dan ganas de correr a su habitación, poner una almohada sobre su cara y presionar hasta que deje de respirar. Me levanté y me di una larga ducha, me maquillé para tapar todas las marcas que delataban mi terrible noche. Me vestí con unos vaqueros blancos y una sudadera. Hacía frío, es obvio porque estamos llegando al Invierno. 

Bajé con pesadez las escaleras y me encontré con Daniel, sentado en la mesa, la televisión encendida en el canal de las noticias y su taza llena de café, frente a él.

-Buenos días -dijo, sin despegar la mirada de la tele.

-Sería un Buen Día si no te hubiese encontrado aquí -dije de mala gana mientras me sentaba en la mesa.

-Tranquila, eh -dijo, mirándome-. ¿Por qué te maquillaste tanto? 

-¿Y qué te importa? -apoyé mis brazos sobre la mesa y recosté mi cabeza sobre ellos.

-¿Has dormido?

-No.

Una de las chicas se acercó a mí.

-¿Qué va a desayunar, señorita? -me sonrió simpáticamente. 

-Un zumo de naranja -le devuelvo la sonrisa.

-¿Y algo de comer?

-No, gracias -asiente y se retira.

-¿Qué es lo qué te pasa? -preguntó de mala gana mientras me miraba-. Claro, si se puede saber -agregó con sarcasmo.

-¿Y todavía preguntas? -dije, seria- Tu presencia en mi vida: eso me pasa.-se levantó de su silla y se sentó a mi lado.

-Más te vale que te vayas acostumbrando a mi presencia porque, dentro de dos semanas, compartiremos la cama -abrí bien grandes mis ojos y lo miré.

-Eso ni lo sueñes -le advertí, mirándolo fijamente.

-No lo sueño, es lo que pasará -dije de mala gana. Puso uno de sus brazos alrededor de mis hombros-. Vas a ser mi esposa y, por lo tanto, tu papel en mi vida será complacerme por las noches -besó mi mejilla haciendo ruido. ¡Estúpido, desagradable, pervertido!

Sus palabras me habían dejado como una piedra. No sabía qué responder. Yo no pensaba compartir cama con él, y menos tener relaciones. Éste chico se estaba volviendo loco si pensaba eso. 

La chica me dio el zumo de naranja y me lo bebí en unos segundos, pues, tenía a Daniel a mi lado, abrazándome. No me miraba, observaba la tele con atención y hacía diferentes caras a medida que decían variadas noticias.

Me levanté de la mesa y caminé hasta las escaleras, pero su voz me detuvo.

-¿A dónde vas?

-A la habitación -respondí, retomando mi paso. Se levantó de la silla y me siguió-. ¿Qué quieres?

-Me voy al trabajo.

-Ah. Adiós, amor. Mucha suerte -le dije, sarcástica-. ¿Crees que me importa? -pregunté de mala gana.

-No. Sólo te avisaba porque tú te vienes conmigo -dio media vuelta.

-¡Yo no voy contigo!

-¡Sí, tú sí te vienes conmigo! ¡Así que te quiero aquí en 10 minutos y vestida como una persona normal! -eleva la voz mientras me señala. 

-En principio -bajo un escalón para estar a su altura, él está parado al final de las escaleras-, soy una persona normal -me acerco a su rostro-. Por otro lado, si no quieres que me vean así vestida, ¡no me lleves! -grito lo último, enfadada, y subo las escaleras, resoplando. 

Entré a la habitación y cerré de un portazo. ¿Una persona normal? ¿Qué se ha creído éste inútil? ¡Estoy vestida como las personas normales!; tengo unos vaqueros y una sudadera, es normal a mi edad. 

Me tumbé en la cama y encendí la tele. Me divertí viendo "South Park"; todo el mundo los ve, son muy graciosos y algo asquerosos. Me reí un rato hasta que un golpe seco en la puerta me hizo sobresaltar.

-¿Quién? -pregunto, sin levantarme de la cama.

-¡Yo! -gritó, desde el otro lado de la puerta.

-¡No quiero que entres! -le grité, subiendo el volumen de la tele para no escucharlo. 

Pero, de todos modos, entró.

-Nos vamos.

-Te vas tú -lo corregí-. No vaya a ser que alguien te vea con una persona anormal.

Él toca su sien, frustrado y dice-: No me refería a eso. Me refiero a que no te vistes como cualquier chica. Te vistes de una forma rara; no te arreglas.

-¿Arreglarme para qué? -me senté en la cama y apagué la tele- ¿Para que tú me veas arreglada? Ni lo sueñes. Yo me arreglo cuando estoy de humor, cuando tengo a alguien que note mi presencia y cuando tengo a alguien a quien le importe cómo esté vestida. En cambio yo, te tengo a ti; no estoy de humor y ni te importa cómo esté vestida.

-Claro que me importa-dijo, apoyándose en el marco de la puerta- Después de todo, serás mi esposa.

-¿Y eso a qué viene ahora? -lo miro, extrañada.

-Que la esposa de Daniel Farrel tiene que estar bien arreglada y ser elegante.

-Sólo te importan las apariencias -dije de mala gana y me encerré en el baño.

-¡Sal de ahí! -gritó desde el otro lado- ¡Nos tenemos que ir!

-¡¿Para qué quieres que vaya?! -grité desde adentro.

-¡Necesito tu ayuda!

Me apoyé en la puerta y digo-: ¡¿Para qué?! 

-¡Me quedé sin secretaria! 

-¿Me vas a pagar? -pregunté, abriendo un poco la puerta.

-Si trabajas como se debe, sí -me contestó-. Pero tienes que ponerte algo más formal. No te cambies los vaqueros, pero ponte una camisa. 

-Vale -salí del baño y abrí mi armario. 

-¿Me dejas elegir? -preguntó, acercándose a mí.

-No -respondí, secamente mientras buscaba entre la ropa. 

-¿Por qué no? 

-Porque no -seguí buscando.

-Ésa -señaló una beige. 

-No sé -dije, sacándola de la percha-. Es muy ajustada.

-Es perfecta -agregó mientras salía de la habitación-. Cámbiate y baja, por favor -me ordenó, sutilmente mientras cerraba la puerta.

Me vestí con la camisa beige. No era nada fea, pero estaba muy ajustada. Hacía resaltar mis curvas y se pegaba a mi cintura. Quedaba muy bien con los vaqueros blancos. Me sentí rara, nunca la había usado y menos para salir de casa. Me miré al espejo y suspiré, tal vez sea hora de salir del cascarón y demostrarle a los hombres que, detrás de esta cara de niña, existe una mujer. Cogí mi bolso, me coloqué los tacones, me puse un abrigo y bajé.

Daniel estaba apoyado en la puerta principal con el maletín en la mano. Desvió la mirada hacia mí cuando me vio bajar. Salimos de la casa en silencio y mantuvimos ese silencio, durante el viaje hasta la oficina. Al bajar del coche, me cogió de la mano. Simplemente, no la solté porque su padre estaría allí. 



La bella y la bestia [Adaptada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora