CAPÍTULO 8 ⭐️

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Abrí los ojos y me encontré tumbada en mi cama. Miré la habitación y estaba completamente sola. Me senté y me agarré la cabeza con ambas manos: me dolía un montón. Miré mi muñeca envuelta en una gasa y luego me levanté, casi me caigo al sentir un mareo. Me sujeté a los muebles para caminar hasta el baño. No había ningún rastro de sangre ni de vidrios. Mi rostro estaba pálido y, bajo mis ojos, unas pequeñas bolsas grises me dieron la clave para saber que estaba enferma. Comencé a bajar las escaleras con lentitud, estaba mareada y un mal paso podría llevarme al suelo. 

-¿Qué haces de pie? -preguntó Daniel cuando me vio- Sube ya y túmbate en la cama -me exigió. Sólo negué con la cabeza y seguí mi paso-. ¡Cecilia! -dijo, casi en una orden.

-No quiero -mi voz sonaba débil. Terminé de bajar y caminé hasta la mesa. 

-Estás débil -me informó, bebiendo de su taza-. El médico dijo que debes permanecer en la cama durante 48 horas.

-¿Qué médico? -moví la silla y me senté.

-El que te atendió ayer cuando te desmayaste. 

-¿Ayer? -pregunté, confusa. 

-No te esfuerces en entender. Sube a tu habitación -me ordena-. Pediré que te lleven el desayuno. 

-Pero no quiero estar ahí tirada como una inútil. Quiero desayunar aquí abajo -no pude levantar mi tono de voz, ni siquiera sonaba en todo de reproche.

-Bien, desayuna aquí, pero luego subes. Y no quiero que me cuestiones eso -se levantó de mesa-. Yo voy al trabajo. Si necesitas algo, están las chicas. 

Desayuné más lento de lo normal. Me sentía mal, así que dormí unas horas más.

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Desperté temprano y ya no sentí esa sensación de mareo que había sentido los días anteriores. Había pasado 3 días en reposo absoluto. Entré al baño y me puse frente al espejo: Mi cara estaba pálida, pero las bolsas bajo mis ojos habían desaparecido. Estaba mejor. Me adentré en la ducha y luego de unos 10 minutos, salí con una toalla que rodeaba mi cuerpo. Cepillé mi pelo húmedo y maquillé mi rostro. Me vestí abrigada, hacía mucho frío; ayer entramos en Invierno. Bajé a desayunar y me encontré con Daniel, abriendo unas cartas. 

-Buenos días -dije, sin darle mucha importancia a su presencia.

-Buenos días -ni siquiera me dirigió la mirada. Estaba concentrado leyendo-. Mierda -murmuró.

-¿Algún problema? -pregunté, encendiendo la tele.

-Nada que te interese -dijo, de mala gana. Aunque yo estaba enferma y Daniel cuidaba de mí, nuestras relación no mejoró ni un poquito. 

-Ah. Entonces, supongo que está todo bien -dije, irónica. Levantó su mirada hacia mí. 

-Desayuna rápido, tenemos que hablar -dicho esto, subió las escaleras hasta su habitación. 

-¿Qué va a desayunar, señorita? -preguntó Madeleine, como todas las mañanas. 

-Lo mismo de siempre, Madeleine. -respondí, desconcentrada. Estaba pensando en qué iba a decirme Daniel. 

Era Sábado por la mañana y ya nos habíamos tratado mal. Pienso que nunca, pero nunca, me llevaré bien con él. 

Al terminar mi desayuno, subí hasta mi habitación. Después de cerrar la puerta, ésta se volvió a abrir. 

-¿Qué haces? -pregunté, observándolo. 

-Te dije que tenemos que hablar. 

-Bien, dime -ni lo miré. Sólo caminé hasta sentarme en mi cama. Me siguió y se sentó a mi lado.

-Nos vamos a México.

-¿Qué? -pregunté, levantando una ceja- ¿Por qué?

-Porque tengo que viajar, y tú te vienes conmigo.

-¡No, ni lo sueñes, Farrel! -dije, abriendo los ojos bien grandes- ¡Ni loca me voy contigo hasta México! 

-Vendrás, quieras o no -me informó-. No te dejaré aquí.

-¿Por qué no? No tiene sentido que vayamos de viaje juntos, si nos llevamos mal. No van a cambiar las cosas, obligándome a acompañarte. Me haces odiarte aún más. Entiende, puedo estar sola sin tenerte cerca. 

-No creo. Te recuerdo que, días atrás, te cortaste y casi te desangras. 

-¡Cómo exageras! -dije, riendo sarcástica. Me observó con firmeza.- Yo me quedo aquí, tú te vas a México. 

-Tú te vienes conmigo a México -se levantó de la cama-. Y no se discute más. ¿Qué crees? ¿Que te dejaré para que te mates con un maldito pedazo de espejo? Ni lo sueñes, Cecilia -salió de la habitación, dando un portazo.

¡Bien, me voy a México con mi hermoso futuro esposo! Es que mi vida es tan perfecta que quiero saltar de felicidad -sarcasmo-. ¿Por qué me tiene que molestar? Preferiría ser su esclava, antes que ser su esposa. Es que es tan molesto, y posesivo. No entiendo por qué no se va solo y me deja unos días en paz. Aunque... ¡Un momento!, ¡Stop! 

"¿Qué crees? ¿Que te dejaré aquí para que te mates con un maldito pedazo de espejo? Ni lo sueñes, Cecilia." ¿Se preocupa por mí? ¡¿WTF?! Bien, entonces no me lleva a pasar unas vacaciones, me lleva porque sino me mato aquí, en el baño. De todas formas, es un imbécil. 

¿Qué hice esa tarde?: Twitter, Facebook y nuevamente Twitter y Facebook. 

Aburrido. 

Bajé por algo de comida y me encontré con el encanto de Daniel, tirado en el sillón mientras hablaba por teléfono.

-No, Tom -dijo, entre risa. ¡Vaya! No sabía que los ogros reían-. Ya lo sabía... Para ese entonces, estaré en México. No, no puedes venir... -me quedé tras el sillón, escuchándolo-. Con Cecilia... Algún día... ¡Sí, me he cansado de decirte que es hermosa! 

¿Hablaba de mí? "Pues, sí, estúpida. Acaba de decir tu nombre." -me dice mi subconsciente- Mis mejilla se sonrojaron y antes de que él pudiera verme, salí de ahí y caminé hasta la cocina. 

La bella y la bestia [Adaptada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora