King's Cross

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Se encontraba tumbado boca abajo, completamente solo, escuchando el silencio. Nadie lovigilaba. No había nadie más. Ni siquiera estaba del todo seguro de estar allí.

 Al cabo de mucho rato, o tal vez de muy poco, se le ocurrió que él debía deexistir, ser algo más que un simple pensamiento incorpóreo, porque no cabía duda deque se encontraba tumbado sobre algún tipo de superficie. Era evidente, pues, queconservaba el sentido del tacto y que aquello sobre lo que se apoyaba también existía.En cuanto llegó a esa conclusión tomó conciencia de su desnudez, pero,sabiéndose solo, no le importó, aunque sí lo intrigó un poco. Se preguntó entonces si,además de tener tacto, podría ver, de modo que abrió los ojos y verificó que, enefecto, también conservaba la vista.

  Entonces percibió un ruido a través de la amorfa nada que lo rodeaba: los débilesgolpes de algo que se agitaba, se sacudía y forcejeaba. Era un ruidito lastimero, y sinembargo un poco indecoroso. Tuvo la desagradable sensación de estar oyendo a hurtadillas algo secreto, vergonzoso.

  Y por primera vez lamentó no ir vestido. 

 En cuanto lo pensó, una túnica apareció a su lado. La cogió y se la puso; la telaera cálida y suave, y estaba limpia. Le pareció extraordinario que hubiera aparecidoasí, de repente, con sólo desearlo...

[...]

  Era la única persona allí, excepto por...
Retrocedió. Había localizado la cosa que estaba haciendo los ruidos. Tenía la forma de un niño pequeño desnudo, arrebujado en el suelo, con la piel ajada y áspera, despellejada. Estaba temblando bajo el asiento donde había sido abandonado, no deseado, escondido fuera de vista, luchando por respirar.
Sintió miedo de él. Aunque era pequeño y frágil y estaba herido, no quería acercarse a él. Sin embargo, se fue acercando lentamente, listo para saltar hacia atrás en cualquier momento. Pronto estuvo lo suficientemente cerca para tocarlo, pero no fue capaz de hacerlo. Se sintió como un cobarde. Debería reconfortarlo, pero le causaba repulsión. 

-No puedes ayudar.
Se dio la vuelta. Albus Dumbledore estaba andando hacia él, directo y lleno de energía, vistiendo prendas de un radical azul medianoche y con una túnica suelta de color azul medianoche.

-Harry -abrió los brazos ampliamente, y sus manos estaban enteras, blancas e intactas-. Chico maravilloso. Valiente, valiente hombre. Paseemos.

Atónito, Harry siguió a Dumbledore cuando este se alejó a grandes zancadas del gimoteante y despellejado niño, llevándolo a dos asientos que Harry no había notado previamente, que estaban colocados a cierta distancia bajo el alto y destellante techo. Dumbledore se sentó en uno de ellos y Harry en el otro, mirando la cara de su antiguo director. El largo cabello plateado y la barba de Dumbledore, los penetrantes ojos azules bajo las gafas de media luna, la nariz torcida: todo estaba como lo recordaba. Y aun así...

-Pero está muerto -dijo Harry.

-Oh, sí -dijo Dumbledore de forma práctica.

-Entonces... ¿también estoy muerto?

-Ah -dijo Dumbledore, sonriendo más abiertamente-. Esa es la cuestión ¿no es cierto? En conjunto, querido muchacho, creo que no. Se miraron mutuamente, el hombre mayor todavía sonriendo.

-¿No? -repitió Harry.

-No -dijo Dumbledore.

-Pero... -Harry levantó instintivamente la mano hacia la cicatriz con forma de relámpago. No parecía que estar allí-. Pero debería haber muerto... ¡no me defendí! ¡Tenía la intención de dejar que me matara! Aunque mis padres me ayudaran.

-Y esa voluntad -dijo Dumbledore-, pienso, marcó toda la diferencia. La felicidad parecía irradiar de Dumbledore como una luz, como fuego. Harry nunca había visto al hombre tan completamente y palpablemente satisfecho.

Harry Potter Y Las Reliquias De La Muerte (Final Alternativo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora