Capítulo 13: Los emisarios del Galath

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La extraña se acercó a los goldrigs agonizantes y se arrodilló junto a ellos. Su rostro reflejaba un profundo dolor; tenía la mirada de una madre que ve a su hijo enfermo. Posó las manos sobre sus lomos y musitó unas palabras. Un destello refulgente, de un intensísimo rojo escarlata, brotó de sus dedos. Unos pocos segundos después, los animales se reincorporaron y volvieron a caminar. Primero, su andar era torpe y vacilante, como el de la cría recién nacida de un venado. Pero cuando sus fuerzas fueron completamente restauradas, se marcharon de allí trotando. La muchacha, entonces, volvió melancólicamente a las sombras.

Ísgalis y los demás despertaron del ensueño producido por la hipnosis. Lo primero que percibieron fue el sonido de la misma corriente de agua que habían oído justo antes de ser embrujados por las carcajadas de los goldrigs.

—¡¿Qué sucedió?! —exclamó Jayden completamente desconcertada.

—¡Eso mismo iba a preguntar yo! —la secundó Tiziano—. ¡Recuerdo que estábamos rodeados! ¡Sus espantosas risas estaban por todas partes! ¿Acaso fue nuestra imaginación?

—No lo fue —espetó Ísgalis categóricamente—. Fuimos hechizados.

—¡No es posible! —objetó Jayden—. Si hubiésemos sido hechizados lo recordaríamos, ¿no es cierto?

—Los goldrigs usan sus carcajadas para hipnotizar a sus víctimas y devorarlas —dijo Ísgalis con sequedad—. Las hacen perder la conciencia de sus actos para que se ofrezcan a su matanza sin resistencia. Nadie querría recordar algo así. Aunque tampoco nadie sobrevive para saber que fue hipnotizado.

Baruj había permanecido callado hasta el momento. Estaba parado al margen de todos, con la mirada perdida.

—¡Fue mi culpa! —dijo rompiendo en un llanto—. ¡Fue por mí que casi nos matan! ¡Yo repliqué sus risas! ¡El recuerdo de la agonía de mi mamá no dejaba de rondar en mi cabeza! ¡No podía evitarlo! ¡Es mi culpa! ¡Mi culpa!

—Baruj, no llores —intentó consolarlo Jayden—. No tenés por qué sentirte culpable... ¡Ya ves que todos estamos bien!

—Es cierto —dijo Tiziano meditabundo—. Todos estamos bien... Pero, ¿por qué?

—¡¡Teo!! —exclamó Jayden, al ver al niño suspendido en el aire.

Es asombroso cómo las personas pueden llegar a olvidar las cosas más importantes cuando su atención es enteramente retenida por circunstancias desafortunadas que ponen en riesgo sus vidas. Así es como los integrantes de aquel grupo, hasta ese momento, no se habían percatado de la ausencia del niño que, minutos antes, había salvado las suyas.

La Guardiana se apresuró a correr hacia donde estaba Teo, pero fue detenida.

—No tan rápido, Ísgalis —dijo Roderic, apareciendo en la oscuridad.

—¡Fuiste vos, traidor! —gritó furioso Tiziano—. ¡Vos le hiciste esto a Teo!

—Roderic, por favor —espetó Ísgalis—: escuchame.

—¡No! ¡Ustedes escúchenme a mí! —replicó el muchacho—. Teo la ha ofendido y ustedes deben disculparse con ella.

—¡Te juro que si le hiciste algo a Milena...! —clamó Tiziano.

—¡No se trata de Milena! —gritó exasperado Roderic—. ¡Ustedes no entienden! ¡Teo la ha agraviado con la brutalidad de sus acciones y es indispensable que se disculpen por su afrenta!

La primera en verla fue Jayden. Al principio no era más que un nimbo radiante que emergió de las aguas del manantial que fluía a las espaldas de Roderic. Caminó lentamente hacia todos, dejando entrever su grácil silueta femenina. Su melena dorada le llegaba a la cintura. Sus ojos violetas tenían la frescura de las uvas y sus labios rojos la voluptuosidad de las cerezas. Era sin duda una joven hermosa que no pasaría inadvertida en ninguna parte... Especialmente, si se tenía en cuenta que estaba desnuda.

Árdoras: La tierra de los revivientes [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora