Capítulo 5

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—Hija, despierta, ya llegamos a Los Angeles.— Al escuchar esa frase abrí los ojos instantáneamente y miré por la ventana. Efectivamente, estábamos en tierra firme.

Esperé a que algunos de los pasajeros de más atrás pasarán, mi flojera era demasiado fuerte como para tener que lidiar con gente que quería pasar rápidamente. Miré por la ventanilla y observé, sólo se veía la parte externa del aeropuerto, era casi igual que el de Arizona, pero se sentía distinto. Tenía miedo, miedo de lo que me esperaba aquí, en esta nueva ciudad y con una nueva vida, no me sentía preparada de ninguna de las maneras para todo esto.

Al salir del avión y del aeropuerto, nos esperaba un furgón negro que nos llevó a la casa de mi padre, que ahora también es mi casa. Cuando la vi quedé impresionada, era grande y muy linda. Tenía un amplío jardín el cual estaba muy bien decorado y cuidado, la casa tenía al rededor de dos o tres pisos y por lo que podía ver tenía al rededor de cinco grandes habitaciones por piso. Me dirigí a sacar mis cosas a la parte posterior de la camioneta, pero un chico se adelantó y me lo impidió.

—No, señorita, yo lo hago.— Iba a reprocharle, no quería que alguien hiciera por mí las cosas que me correspondían, pero me interrumpió. — Soy Marcus, empleado de su padre. Ahora sus deseos son mis órdenes, no tiene por qué hacer esto cuando yo puedo hacerlo.

Miré al chico unos segundos, no parecía tener más de veinticuatro años, quizá con suerte tenía veintidós o veintitrés. Sus ojos eran de un lindo color miel al igual que su pelo y su piel estaba levemente bronceada.

—Bien, primero que nada no me trates de usted, no me siento cómoda. — dije con un tono simpático. — Y segundo, hay cosas que yo puedo hacer, así que tu lleva dos y yo las otras dos, ¿te parece?

Marcus asintió con una sonrisa en la cara y ambos tomamos las maletas. No pensaba acostumbrarme a que me hicieran todo, mamá siempre me enseñó a ser independiente y a poder hacer las cosas por mí misma y no iba a dejar de serlo por ahora tener más dinero. O supongo que tenía más, mirando la casa, contando que tiene empleados y que pertenece a una mafia, saqué por conclusión eso.

Caminamos hasta el tercer piso, en donde sólo habían cuatro puertas. Me pareció raro, pues en el de abajo habían como ocho, pero Marcus me explicó.

—Este piso solo tiene cuatro porque las habitaciones son más grandes. Una es de tu padre, ahora hay otra que es tuya, la otra es para invitados o cosas por el estilo y la última es un baño de emergencia. Digo de emergencia porque cada habitación tiene su baño.

—¿Y porqué estas están en el tercer piso?

—Porque si es que existe algún allanamiento o algo, siempre entran por abajo, por lo que tomaría más tiempo que lleguen arriba, donde estás tú. Tu padre siempre tuvo esa pieza para ti con la esperanza de que algún día pudieses venir y por fin lo pudo. A parte estos cuartos tienen las ventanas blindadas, es decir, a prueba de balas y esas cosas.

Asentí lentamente en señal de haber entendido lo que me había explicado. Entramos a mi habitación, Marcus dejó las maletas y se fue diciéndome que cualquier cosa que necesitara le dijera. Observé a mi al rededor y debo decir que me gustó mucho la habitación. Las paredes tenían un color crema que combinaba con el azul marino de mi cama, habían unas cortinas blancas que cubrían la ventana y dos puertas. Una era del armario y la otra del baño.

— No la arreglé tanto, prefería que la decoraras tú. — Me sobresalté al escuchar a mi padre detrás mío, me di la vuelta y lo vi afirmado del umbral de la puerta.— Sé que estás cansada, pero necesito hablar contigo. — Lo observé expectante mientras me sentaba en la cama. Él agarró una silla, que yo ni cuenta me había dado que estaba ahí y se sentó en frente mío. — Verás, yo... es decir, tú tienes dos opciones. Puedes quedar fuera de todo este asunto, pasar desapercibida y nadie sabrá que eres mi hija, sólo los cercanos, así nadie querrá hacerte daño. La segunda es, lógicamente, pertenecer a esto de la mafia. Mira, si la decisión corriera por parte mía te dejaría fuera para mantenerte segura, pero creo que ya eres lo suficientemente grande para que tomes tus propias decisiones y quiero que hagas lo que tu quieras, no obligarte a algo. Cualquier opción que elijas yo entenderé.

Lo pensé durante unos segundos, intenté analizar las consecuencias de ambas opciones, pero mi rabia y tristeza me llevaron a mi elección.

—Quiero ser parte de todo esto.— Lógicamente no nombré la parte en que quería encontrar a los responsables del asesinato de mi madre y así hacerlos pagar.

Mi padre asintió y bajó la mirada, también analizando las consecuencias que conllevaría mi decisión.

—Bueno... es tú elección. Sólo quiero dejarte en claro que te protegeré más que a nadie y que no tendrás el mismo trato que cualquiera de mis socios o mis empleados, ¿queda claro?— asentí como si de una niña pequela recibiendo una instrucción se tratase. Y prácticamente era algo así. — A parte tomarás clases de defensa personal y esas cosas, necesito y quiero que estés siempre protegida, aunque sea por ti misma.

Acepté las condiciones de mi papá y se fue, dejándome para organizar mis cosas en mi nuevo cuarto. Agarre las maletas que dentro llevaban la ropa y guardé todo en el armario. Dejé los cuadros, cuadernos, lápices y esas cosas en el escritorio. También colgué los cuadros que tenía y pegué las fotos. Tenía la impresión de que aún así el cuarto se sentía vacío, sin color, así que decidí pintar algún dibujo, quizá un árbol como el que tenía en mi antiguo cuarto, pero todas mis pinturas ya no les quedaba nada, así que bajé a buscar a Marcus por si podía ayudarme a conseguir algunas. Iría a comprar por mí misma, pero no conozco nada de aquí.

Estaba por llegar a la cocina, pero escuché que me nombraban en una conversación. Creo que era de la oficina de mi padre así que me acerqué.

— Espero poder contar contigo para que me ayudes con Allison, quiero que aprenda a defenderse.

— Claro que puede contar conmigo, señor Harris. — dijo una voz juvenil. Interesante, mi entrenador es joven. Tan solo espero que esté bueno, así me motivo más.

Reí ante mi pensamiento, ya andaba pensando en chicos. Me alejé cuando escuché que se despedían y fui corriendo a la cocina, donde afortunadamente me encontré a Marcus.

— Hey, Marcus. Necesito tu ayuda.

— Digam... ¿Qué pasa, Alli?— se interrumpió a sí mismo cuando vio la mirada que le lancé cuando me iba a tratar de usted.

—¿Podrías conseguirme temperas, pinceles y esas cosas, por favor?

Aceptó mi petición y salió, por lo que yo me dirigí a mi habitación. Vi a un chico salir de la oficina de mi padre. Llevaba puesta una simple polera básica blanca y unos pantalones negros, que podían resaltar la increíble figura que tenía. Lamentablemente tan solo pude verlo desde atrás, y parecía que era bastante apuesto.

Subí a mi habitación y prendí la computadora, necesitaba distraerme en algo para no pensar en cosas que me harían sentir mal. Inmediatamente me conecté y recibí una videollamada de Mia.

En la pantalla estaban Mia y Elly, verlas me hizo sentir realmente mal, aunque haya pasado solo un día ya las extrañaba, nunca dejaré de decir que ellas eran las mejores personas que alguna vez pude haber conocido. Ambas estaban con rostros realmente tristes, pero sonrieron al verme.

—Hey Alli, ¿cómo va todo?

Hablamos un rato, mientras ellas me contaban lo poco que había pasado el día de hoy y esas cosas. Supe que Bryan también estuvo mal el día de hoy, eso solo hizo que siguiera sintiéndome mal, pero intenté disimularlo, no quería que aquello arruinara mi conversación con las chicas. Me pasé la tarde hablando con ellas, hasta que llegó la hora de la cena, después de eso me tiré a la cama a dormir.

El Precio de la Mafia. |PAUSADA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora