LLAMADA

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LLAMADA

Ya pasó una semana desde que Magnus Bane recibió una llamada que lo dejó devastado.

Él había estado sentado en su sillón favorito de su loft, mirando pero sin prestar atención a la televisión. Habían pasado unos 4 días desde su ruptura con Alec y no se sentía nada bien.

Estaba vestido con su pijama favorito pero se sentía incómodo en ella porque con ese pijama se había acostado las pocas veces que se había dormido con Alec con ropa. Sonrío ante el recuerdo de las mejillas del nefilim enrojecidas por la vergüenza. Se tuvo que reñir internamente por estar pensando en él. Aunque la verdad es que jamás había dejado de pensar en él.

Entonces fue cuando su teléfono sonó y en el identificador de llamadas decía el nombre de la hermana de Alec, Isabelle.

Decidió ignorarla y seguir perdido en sus pensamientos pero el teléfono seguía insistiendo. Se hartó y contestó.

—Isabelle Lightwood, no se si no les quedó claro pero no quiero saber nada de ustedes —Magnus empleó su tono de voz más duro y frío que pudo articular.

— ¿Magnus? —oyó decir a la nefilim.

Magnus resopló.

—Sí, soy yo —ahora ponía un tono de voz indiferente.

—Magnus hay algo… Alec…

—No quiero saber nada que tenga que ver con ese nefilim. Ni con ninguno de ustedes.

— ¿Qué...?

—Él y yo terminamos y le dije que no quería saber nada de ustedes ni de ningún asunto que tenga que ver con él.

— ¿Terminaron? —la voz de Isabelle sonaba realmente incrédula.

— ¿Alexander no les dijo nada? —el brujo estaba sorprendido. Sabía que Alexander podría haberlo negado pero no pensaba que se los iba a esconder a sus hermanos.

—Alec… Alec está muerto.

El corazón de Magnus se detuvo. ¿Alec? ¿Muerto? No, no, no. Eso no podía estar pasando. Alec no podía estar muerto. Él se había alejado para protegerlo. Para que tuviera una vida feliz y con alguien mortal con quien pasase su vida. Ahora no podría.

Magnus sentía el escozor de las lágrimas en sus ojos.

— ¿Muerto? Isabelle si me estás jugando una broma… —en el interior, Magnus se aferraba a que eso fuera una broma. Una cruel broma.

—No, no lo hago. Yo no bromearía con algo como esto.

— ¿Cómo pasó?

—Él… —la voz se le quebró—. Fue hace unos 4 días. En una túnel de metro.

Magnus se quedó sin aliento. ¿Un túnel de metro? ¿Dónde habían terminado? Con la mano que no sostenía el teléfono apretó la orilla del sillón hasta que sus nudillos se pusieron blancos.

— ¿Quién fue? —fue lo único que pudo formular.

—Por las… marcas que tenía… —Magnus cerró los ojos—. Creemos que fue un vampiro.

Camille, fue el primer pensamiento que se le vino a la cabeza a Magnus. Apretó la quijada.

—Y sé que tal vez estés pensando en que fue Camille. Pero no fue ella —continuó Isabelle.

Magnus se quedó perplejo. Si no fue ella, ¿quién fue?

— ¿Por qué dices que no fue ella?

—Porque en la misma estación de tren estaba el cuerpo de ésta. También está muerta.

—Oh Dios… ¿Si no fue ella entonces quién crees?

—Maureen Brown.

— ¿La admiradora loca de Simon que se transformó en vampiro?

—Sí.

— ¿Cómo estás tan segura?

—Camille era la líder del clan de vampiros de NY. Y Maureen ahora es la líder. Si matas al líder te conviertes en líder.

— ¿Y eso que tiene que ver...?

—Qué Alec tiene las mismas marcas de… mordidas y… eso que Camille.

Magnus soltó el sillón y se tapó los ojos con la mano. No quería pensar cómo fue que Maureen lo mató, como fueron sus últimos minutos. Y que él pudo haberlo salvado.

Pero todo eso fue reemplazado por un solo sentimiento que fue creciendo a través de él como una corriente: venganza. Quería venganza.

Venganza contra Maureen.

—Magnus —Isabelle lo distrajo de sus pensamientos—, hoy… hoy es el funeral de Alec. Pensé que… querrías asistir.

Magnus sabía que si iba no iba a aguantar ese sentimiento que sentía aparte de venganza, culpa. Y también arrepentimiento.

—Él quería que estuvieras allí. A pesar… a pesar de su rompimiento —Magnus oía sollozos a través de la línea. Isabelle debería estar llorando.

—Está bien. Iré. A pesar de que… hube roto con él, yo aún lo amo.

Isabelle dejó escapar un fuerte sollozo.

—Te esperamos en el Instituto. Allí va a ver un portal para Idris, porque va a ser allá.

—Bien. Nos vemos —y colgó.

No pudo más y se soltó en llanto.

Alec, su Alec estaba muerto. Ya jamás vería esos ojos azules que tanto le encantaban. Tampoco vería sus mejillas sonrojarse por algún comentario lascivo suyo. Tampoco tocaría ese cabello tan sedoso suyo. Ni tocar sus callosas manos.

No podría estar en sus brazos. Ni besar su boca que tanto lo tenía adicto.

No iban a pasar otra noche en su loft, abrazados y viendo alguna película o sólo besándose. Ni tampoco haciendo cosas que no eran muy aptas para menores.

Eso se había terminado.

Sintió como una parte de su alma se desprendía de él.

Él había amado a Alexander Lightwood. Y lo haría.

Por el resto de su vida.

Y él vivía para siempre.

Fue a el funeral en Idris y allí estaban Jace, quien estaba como muerto, solo parado; Clary, quien abrazaba a Jace por la espalda; Isabelle, quién estaba abrazando a Simon fuertemente y abundantes lágrimas caían por su rostro; Simon, quien abrazaba y consolaba a Izzy; Maryse, su madre quien tenía los ojos enrojecidos y estaba junto a su esposo y padre de Alec pero parecía que estuvieran a metros de distancia; Robert, el padre de Alec con quien éste los anteriores últimos días no había estado muy feliz, y estaba parado muy rígido con la mirada puesta en Magnus, pero no dijo nada.

Isabelle al ver llegar a Magnus se acercó y le dijo que al otro día iban a por Maureen. Y que las cenizas de Alec iban a ser enterradas en el mausoleo de los Lightwood al otro día, igual.

Magnus se despidió de todos y de Alec, su amado Alec, que jamás dejaría de amar.

Volvió a su departamento.

Y ahí estuvo pensando cómo iba a pasar el resto de la eternidad sin Alec. Y con culpa, arrepentimiento y… dolor.

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