3. El encuentro

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"Aquella vez, no sé por cuánto tiempo estuve sentado en esta banqueta del parque recordando cómo había conocido a Anais. Miré a todos lados como despertando de la ensoñación de recuerdos que me atacaron sin piedad al llegar aquí y pude ver que ya era de noche y las luces del parque estaban todas encendidas. Cuando mis ojos se posaron en un chico sentado en la pileta inmediatamente voltee la cara hacia otro lado ya que eso me recordó a Danny y me negaba a pensar en él porque me dolía aún más que recordar a Anais.

Sonreí al recordar cómo la había conocido, fue en este parque cuando estaba paseando al perro pekinés de su amiga la que estaba con una fuerte gripe en cama; Anais, se había ofrecido a pasearlo todas las tardes o noches hasta que ella pudiera hacerlo sin problemas de recaer.

Ella acababa de conseguir el puesto de doctora en el hospital central de la ciudad y se desempeñaba muy bien en emergencias ya que era muy profesional y asombrosamente talentosa tratando a los pacientes. Aún no sé qué me vio o qué le vi yo a ella, pero cuando nos conocimos en esta pileta mi vida de constantes conquistas de una sola noche terminaron.

Anais supo cómo mantenerme interesado en ella, hasta que logró que me mudara a su apartamento. Si bien a medida que sus responsabilidades eran mayores como doctora y más al tener turnos en emergencia, siempre hacíamos todos los días el amor, ya sea en casa o en algún armario del hospital. Ella era todo fuego cuando estaba bajo presión y yo era su válvula de escape, así fue toda nuestra relación. Yo me aproveché de la influencia que ejercía en mí para centrarme en armar mi empresa de diseñador, mientras poco a poco iba ganando clientes.

Anais me apoyó en todo y siempre me daba ideas frescas para poder seguir adelante con la oficina que abrí, ella me hacía ser un mejor hombre. Fueron los mejores momentos de mi vida hasta que un día me dijo que se iba a Londres por una maestría y no volvería en menos de un año. "

Ese fue el último día que estuvimos juntos.

El sonido amortiguado de un timbre me sacó de mis recuerdos y cuando aún estaba confuso intentando saber dónde estaba, una voz familiar se dejó escuchar por el intercomunicador que yo inadvertidamente había tocado.

— ¿Quién es? —No supe qué hacer ni qué responder.

En ese momento, me encontraba frente a un intercomunicador, rápidamente me fijé en el lugar y caí en cuenta que estaba delante del edificio de Anais, en algún momento debí haberme parado de la banqueta donde estaba y comenzado a caminar.

«Estoy hasta el gorro de mierda» pensé.

— ¿Quién es? —Insistió la voz que sonaba molesta, pero a la vez intentaba ser amable.

Era Anais, ella era así, nunca realmente se molestaba; sin embargo, siempre dejaba notar si algo no le parecía bueno o correcto.

—Soy Carson.

Fue lo único que pude decir y después de un prolongado silencio en el que pensé que ella ya no estaba interesada en hablarme, sonó un fuerte sonido seguido de un chasquido en la puerta, se abrió casi al instante. Respiré profundo y caminé hacia la entrada, entré y al pasar ésta se cerró casi por voluntad propia. Miré hacía todos lados antes de encaminarme hacia el ascensor que me llevaría al piso 4 donde ella vivía.

Al abrirse las puertas del ascensor y salir de esa caja, casi frente a mí, estaba una puerta abierta y en el umbral estaba ella, mirándome con una expresión nerviosa en su rostro. Mordía el lado derecho del labio inferior, esa era la única manía que tenía y que recordé que amaba.

—Hola, Carson, tanto tiempo sin verte.

Me acerqué sin responderle y no pude evitar devorarla con la mirada ya que estaba... distinta, era como si algo hubiera cuajado en ella. Anais se veía más alta, había ganado un poco de kilos sin hacerla ver obesa, eso me gustó; también, se le veía la mirada más decidida y sobre todo mucho más madura de lo que recordaba. Me sentía un neófito, un chiquillo frente a su primera cita con una mujer adulta. Maldita sea, la luz del interior de su casa le daba un aura casi espectral en contraste con la baja iluminación del corredor donde ahora estábamos. La recorrí de arriba abajo sin vergüenza ya que la veía muy pero muy guapa en esa ropa de casa.

Tuyo por siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora