Capítulo 4

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En un primero momento me quedé atónito, expectante a que Hyukjae largara una carcajada y dijera que todo era una buena broma. Sin embargo me bastó con mirarlo a los ojos para darme cuenta de que iba en serio, lucía como si aquella fuese la mejor idea que hubiese cruzado por su cabeza mientras yo aún luchaba y me esforzaba por no verla simplemente ridícula. Me costaba concebir la idea de que un artista dedicara sus recursos y tiempo en pintarme a mí, porque yo no era Heechul, no tenía su femenino rostro ni sus largas piernas; muy por el contrario siempre había pensado que mi cuerpo era más bien tosco y por otra parte no tenía la paciencia para estarme quieto por horas.
Tenía todos los puntos en mi contra y el "no" rotundo parecía repiquetear en mi garganta bastante inquieto por salir y romper el rugir de las olas; y sin embargo algo sucedió. Aquella fue la primera de tantas otras veces que aún hoy consideraría eternas, pero desde luego que no lo supe y consideré el caótico momento mental y emocional como un caso aislado y actué sin pensar. Hyukjae ejercía sobre mí algún hechizo extraño, una fuerza irracional que me volvía preso de mis más profundos impulsos. A mí me gustaba creer que su espíritu había penetrado tanto en el mío que me había dejado el alma partida en dos y con ella mi voluntad. A su lado me volvía incapaz de detenerme y pensar, quizás porque me gustaba tanto que mis pensamientos iban directos a mi boca atraídos por alguna fuerza extra natural a su ser, o porque sabía cuán tiranos eran los instantes a su lado y consideraba que pensar era una pérdida irracional del tiempo. Sea cual sea la razón lo cierto es que, preso y esclavo de mis impulsos violentos por permanecer a su lado, murmuré:

-Claro que sí.
Y a él se le iluminó el rostro, sonrió y rompió alguna barrera auto inmune que me había bloqueado los sentidos por completos. Sentí entonces la mitad de las piernas empapadas, los pies entumecidos y como mis dientes rechistaban por el frío. Yo estaba temblando mientras Hyukjae seguía viéndose radiante, nutrido totalmente del frío, el mar y el viento. Y pese a que él se veía completamente a gusto con estar allí no tardamos en regresar.

En el camino y durante la cena me habló sobre cómo deseaba pintarme, qué prendas quería que usara, como quería que posara y delante de qué paisaje lo haríamos. Me maravilló incluso antes de haber llegado a casa y tan intenso fue que cuando me acosté estuve horas imaginando como seria aquel momento. Y me sentí extraño. Avergonzado por antelación al imaginarme horas delante de ojos ajenos, nervioso como en cualquier otra primer vez y asustado de no llenar la talla. Era tan ajeno a los complejos como al amor propio y pese a que no me sentía incómodo con mi cuerpo tampoco había llegado nunca a sentirme hermoso, y en aquel tiempo tenía la idea de que el arte trataba de lo bello y que lo bello ya estaba dicho en el mundo y yo estaba muy por fuera de él. Me preocupaba no ser digno del arte, de las manos de Hyukjae y su ser completo en sí. Pero luego de horas meditándolo me obligué a entregarme al letargo de la noche.

En la mañana todo dentro de mí parecía menos caótico. La cocina entera olía a café, tostadas y mermelada de naranja y yo no perdía de vista las agujas del reloj a la espera de que dieran las ocho.
Mi inquilino aún dormía o eso me hacía sospechar el silencio tras la puerta de su cuarto cuando subí las escaleras y fui a buscarlo. Antes de golpear intenté dejar de lado la culpa inmensa que me producía el despertarlo a tales horas de la mañana pero él había vuelto a insistir con ello en la cena de la noche anterior. Así fue que golpeé unas cuantas veces, dos, tres, cuatro, cinco, seis y en la séptima me decidí a entrar sin más. La puerta igual que en la mañana anterior estaba sin llave y eso me sorprendió pues nunca un inquilino se había expuesto de aquel modo, aunque yo tuviese copia de todas las puertas, y mucho menos cuando aún se hallaba dentro durmiendo. Enredado entre las sábanas y el edredón, Hyukjae, mi angelical inquilino, se encontraba sumergido en un algún sueño que parecía exquisito de dormir y exquisito de apreciar. Y a mí, desde luego, se me perdió el aliento en un ridículo jadeo. Me quedé prendido de la radiante imagen de sus labios rojos por la mañana. Se veían tan suaves, húmedos y dulces que estoy seguro que en algún punto inconsciente de mí debo haber deseado besarlo. Perderme en su boca, sus besos, su sonrisa junto a la mía. Pero en aquel tiempo poco comprendía de lo que pasaba conmigo y aquel magnetismo que tenía él sobre mí. No era siquiera capaz de pensar o preguntarme por qué caminaba hacia él tan dispuesto a tocarlo; incluso si lo hubiese hecho no sería nunca capaz de detenerme. Me sentía hechizado y, perdido en sus hechizos, de pronto me encontré junto a él. Estaba arrodillado junto a su cama, observándolo tan de cerca que sentía el calor que su cuerpo emanaba fundirse con el mío y adentrarse tanto en mí que llegaba incluso a calentarme el alma.
Su hermoso rostro, su hermosa piel, el dulce compás de su respiración y el rojo de sus labios me tenían embelesado. No intentar tocarlo, en algún momento, había quedado fuera de mis posibilidades y, sin pensar, expuesto al dominio de mis impulsos, estiré mis dedos hacía su rostro, hacia sus labios y lo toqué.

Un 28 de febrero, aquí o allá.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora