La cáscara de la mandarina aún temblaba junto al cenicero vacío y a la botella de vino blanco recién descorchada.
No terminaba de comprender cómo la gente siempre prefería el tinto. Era más amargo, más oscuro y menos romántico ante la elegancia del blanco, un color frío y sensacional para la soledad.
En todas las historias de amor que había leído y se le quedaban atascadas entre la memoria en las estanterías, la chica ahogada por la presión y la intriga de saber si su amor era correspondido se preguntaba, con una copa de vino tinto en la mano, si de verdad estaba replanteándose amar al que una vez la humilló, no la supo querer como se debía querer a una dama de su calibre, al que solo la besó por la frustración y el deseo de desnudarla con sus propias manos.
Y Bianca ni si quiera llegaba a eso.
El día de su boda fue tan espléndido para una mujer como ella, una mujer casta, sencilla, una increíble lectora de relaciones puras e impuras que se quedaban en cuatrocientas páginas de no querer amar a un protagonista que poco a poco la conquistaba. Ella se refería a sí misma como Amanda, como Nadia, Mary, Nina, Madison... Todas aquellas mujeres que hablaban de lo bonito que era enamorarse, ser cortejada, usada por el protagonista y, cuando ya estabas en sus redes, desesperarte hasta el suicidio o matar a su amor, justo antes de suicidarse. O, a veces, simplemente bastaba con que el mundo supiera que era una libertina, una mujer caucásica que siempre fue noble y ahora se había transformado en el hazmerreír de su familia: en la amante de un hombre casado.
A veces las detestaba; ella era la mujer casada y no podía soportar que ninguna otra Mary o Madison pudiera ni tan siquiera oler a James.
Pero ahora lo odiaba, le aborrecía con todas sus ganas. ¿Cómo podía haberle hecho aquello? ¿Por qué la había engañado de esa manera? Él había prometido amarla, quererla, desearla por el resto de sus vidas. ¡Pero solo a ella! Ninguna otra debía meterse en el matrimonio casto que ellos llevaban, y en aquellos dos largos años, sin ser tocada, sin ser besada o desnudada, alguien lo estaba atentando.
Lo siento tanto, James...
Te echo de menos.
No debí haberte herido; quiero curarte.
¿Por qué me hiciste daño?
¿Por qué nunca me quisiste?
Seguía tecleando en el portátil de su marido, como si todo tuviera una solución, y la única manera de devolver las cosas atrás en el tiempo era de la forma que ella sabía: escribiendo.
Si le demostraba que lo amaba e idolatraba, que nunca más le permitiría que otra ocupase su lugar, que ella podía darle todo aquello que otras le daban con las piernas abiertas...
Pero Bianca no tenía la culpa. No era ella la que le había traicionado; había sido él quién se había buscado a otras. No, ella no tenía que disculparse en su ordenador, esperando verle levantarse y leer lo que ella había escrito; no. Ella era Bianca Green ahora, y su marido ya no era nadie para ella, solo una sombra de su pasado, como lo fue Ben, como lo fue Adam.
¿Por qué Adam no la quiso como ella le demostró durante el primer año de instituto? Adam la menospreciaba, la obligaba a quedarse dentro de sus libros de romances idílicos e imposibles, algo que ella desde su infancia quería vivir. Pero Adam no; Adam prefería irse con sus amigos e insultar a todo el mundo que cruzaba a su lado, solo por el simple hecho de no entender la vida tal y como era. A pesar de que Bianca intentó darlo todo, esforzándose como una mujer ante su corta edad para leer ese tipo de libros, para que Adam se diera cuenta del mundo real en el que vivían, el chico jamás se interesó por besarla o tratarla como una dama. Sólo la utilizó como centro de burlas y sátiras sobre lo estúpida que era, por lo golfa que era, por lanzársele en el vestuario como una loca.
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A Bianca no le gustan los domingos
General FictionA Bianca las relaciones siempre le han salido desastrosas y pensó que ésta vez todo iría mejor. A Bianca le interesa un amor personal. A Bianca la utilizan como un cuadro colgado y perfectamente pintado, solo admirándolo. A Bianca no le da miedo ha...