Tercer domingo

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Mi familia no deja de llamarme y yo no soy capaz de suicidarme.

Amo demasiado a James, pero también me quiero a mí misma lo suficiente como para no dejar pasar por alto lo que me hizo.

¿Por qué fui tan tonta? Me dejé engañar... Y no me gusta que me engañen.

Me enfado con facilidad si me traicionan.

Mamá siempre decía que si alguien te hace daño, debes solucionarte tú misma los problemas. Y eso es lo que hice. Pero ya no me gusta como hago las cosas.

Ya no sé dónde seguir guardando los cadáveres.

Me quiero destruir, pero a la vez me quiero. ¿Cómo lo explico?

¿Tengo un problema tan grave? No, tiene que ser algo que le pase a todo el mundo, ¿verdad, James?

¿Verdad que cuando lo leas podrás comprenderme?

¿Verdad que...?

Te amo; no puedo dejar que nadie nos separe.

Cerró el portátil y salió del despacho de su marido, con las manos temblando de furor, con los pensamientos idos en nubes de éter. No se detuvo ni si quiera en el salón, donde los cuadros rellenos con las fotos de James y ella riendo aún la atraían como fantasmas al pasado. No sabía cómo podía haberse convertido en aquella chica tan tonta que dejaba que todos los hombres que amaba la utilizaran, abusaran de ella, se rieran de ella...

Porque Adam al menos salió del hospital; no pudo volver a caminar, pero sobrevivió. Sin embargo Ben fue mucho peor que Adam.

Los años en los que ella y su pubertad habían aprendido que podía sangrar y no morir, en que sus senos aumentaban de tamaño y los chicos empezaban a darle azotes en el trasero cuando cruzaba el pasillo, se habían convertido en los peores para ella.

No tenía consuelo, ni si quiera sus libros la escondían en las sombras del anonimato, y todos la señalaban como la amante fácil de un niño cojo. Pero no fue Ben el primero que lo hizo; el problema es que ella ya se había fijado en él, y fue él quien destruyó todo lo bonito que le quedaba a Bianca.

– Bianca Green es una golfa, Bianca Green es una golfa... –cantaban todos los de clase, señalándola con el dedo, tirándola del pelo, antes de que llegara el maestro.

– ¡No lo soy!

Ben Crawford, el único chico de su clase de historia que no se burlaba de Bianca, fue el que, al acabar la clase, se acercó a ella y le dio unos golpecitos en el hombro mientras lloraba sola, sentada en primera fila, cuando todos los demás alumnos habían salido de la clase.

– A mi también me gustan leer esos libros –murmuró.– Pero no dejo que nadie lo sepa, y tampoco los revivo como si yo fuera sus protagonistas...

La niña de cabello castaño y mirada triste levantó la cabeza para encontrarse con los ojos grises de Ben.

A Bianca ya le gustaba Ben desde hacía mucho tiempo, y a veces fue tan grande el amor que le guardó durante tantos años en secreto, que cuando salió todo a la luz, ella casi no podía distinguir entre amor u obsesión. A veces James se sentía celoso por el tipo de relación que Bianca le contaba de sus últimos años de instituto. Y no había salido jamás con Ben, solo le describía con poesía lo que sintió por él tanto tiempo.

A Bianca no le gustan los domingosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora